Solos

Bicicleta

Ana Isabel Carballo | Aquella mañana cogió feliz su bicicleta; después del accidente en la moto y del consejo del médico de hacer rehabilitación y fortalecer su cuerpo con la bici, propuso a sus jefes la posibilidad de hacer su trabajo con ese medio de transporte. Por supuesto y, aunque él era rápido con la bici, sabía que el reparto sería más lento y eso en números para una empresa se traducía en una negativa. Pero aunque tenía los estudios mínimos, sabía que tenía buena labia y visión de futuro económico, por lo que le propuso a sus jefes una línea de correo en bicicleta: menos gasto de mantenimiento y un apoyo a una ciudad más limpia y con menos contaminación. Estaba seguro de que, si buscaban, encontrarían alguna ayuda del Estado, y si no este ya estaba tardando en darla, si es que querían un país más sostenible y menos contaminado. Pero esto ya es otro asunto… Lo importante es que lo había conseguido y ese era su primer día de trabajo después de aquel terrible accidente.

Se dirigió a la nave y allí recogió los paquetes pequeños que le habían asignado y algún sobre postal. Antes de salir cogió el plano, marcó la ruta que seguiría y ordenó los paquetes en las alforjas según el orden de entrega y el reparto de peso.

Comenzó su periplo y sus entregas se fueron realizando sin ningún problema: los paquetes que nadie recogía los iba poniendo en la alforja de delante y los demás los entregaba haciendo un gesto con la mano en lugar de su encantadora sonrisa que ahora no podía verse por el uso riguroso de la mascarilla. Algunas personas lo conocían de otras veces y le preguntaban qué tal se encontraba después del accidente. Entablaban una pequeña conversación, pero pronto cortaba el hilo pues recordaba que ahora su motor eran sus piernas y el tiempo se le echaba encima.

Una de las direcciones de entrega era un edificio antiguo, bastante abandonado en su cuidado, pero pudo imaginarse el resplandor y lujo de sus mejores años. Llamó al telefonillo y no le contestó nadie. Empezó a sospechar que sería otro de los paquetes que irían a la parte delantera de la bici. Insistió en su llamada y, como seguía sin obtener respuesta, se echó hacia atrás un par de pasos y se fijó en las ventanas del edificio. La mayoría de ellas tenían las persianas bajadas, en otras podían verse unas cortinas roídas por el paso del tiempo y en una de ellas se fijó que aún había gente viviendo, pues el alféizar tenía macetas con flores perfectamente cuidadas. Contó los pisos y se apresuró a adivinar la letra. Llamó. Al otro lado del telefonillo salió una voz temblorosa de aproximadamente los mismos años del edificio. Explicó que venía a entregar el paquete y la mujer accedió a recogerlo. Cuando abrió la puerta vio unas escaleras de madera con una marquetería bellísima. Subió por ellas, le hacía ilusión. Era algo tan distinto a lo que estaba acostumbrado que se dejó invadir por los olores a madera, humedad, naftalina y un fuerte olor a lavanda que salía de la casa de la anciana. La pobre mujer mostró una alegría inmensa al verlo, como si el paquete fuera un regalo para ella esperado durante mucho tiempo. Le dijo que se llamaba Dolores y le pidió mil disculpas por no llevar la mascarilla, pero le aseguró que no podía respirar con ella debido a su enfermedad pulmonar. Le pidió que entrara y que charlara un ratito con ella, pues hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie más que con las cajeras del supermercado. Accedió a entrar y así fue como supo la verdad de la señora Rosa, para quien, realmente, iba el paquete: Doña Rosa llevaba mucho tiempo sola desde la muerte de su marido. Cuando el confinamiento, ella enfermó y vino a buscarla una ambulancia del Samur. La anciana no había vuelto a saber nada de ella, imaginaba que estaría todavía en el hospital o que se la habrían llevado sus hijos, pero a su casa no había ido nadie desde aquel día y ella había dejado de tener una amiga con la que hablar. Sus múltiples enfermedades le impedían salir mucho de casa y solo bajaba a por lo imprescindible, al médico y a la farmacia…

Cuando cogió de nuevo la bici recordó el entierro de todas aquellas personas muertas por la pandemia que no habían sido reclamadas por nadie, según había informado el telediario. Pensó en Doña Rosa y la posibilidad de que fuese una de ellas. Para asegurarse, se dirigió al hospital del que le había hablado Dolores y preguntó por ella. La información que le dieron era la que esperaba: nadie había venido a verla y nadie había reclamado su cuerpo. Sintió mucha lástima por Rosa y por todas esas otras personas que, juntas, habían compartido un mismo entierro. Muchas habrían sido realmente abandonadas por su familia, otras serían el último eslabón familiar y el término de una generación, pero todas habrían compartido la soledad al final de su vida.

Con este pensamiento terminó el reparto. Antes de dirigirse a casa entró en la pequeña iglesia de su barrio, rezó por todas esas personas y, en especial, por doña Rosa que, aunque no la conocía, Dolores había sabido mostrar todo el cariño que aquella mujer le profesaba. Dio gracias a Dios porque su accidente le había permitido llegar hasta estas dos mujeres. Y también, también pidió por Dolores e hizo una promesa: no la dejaría morir sola.

Y así cada día a eso de las doce, si el trabajo se lo permitía, se acercaba a rezar el Ángelus con ella y, a cambio de un excelente café, le acompañaba durante media hora que para Dolores se le hacía la media hora más deliciosa desde sus conversaciones con Rosa.

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