Alegre en la mañana

, Presbítero y Profesor de Historia del Arte
“¡He visto a mi Señor!, lo he visto vivo,
venido a mí en persona, yo lo he visto;
tenía la mirada más hermosa,
brillaba en él la gloria de Dios trino.”
“Mi nombre entre sus labios ha brotado
y en lengua suya y mía me lo ha dicho;
mi nombre era de él, y yo su amada,
y el dardo de su voz mi pecho ha herido.”
“Ha entrado en mí sin puertas ni ventanas,
rendido y amoroso a mis balidos;
el alma mía en llanto humedecida
con gozo de mujer lo ha recibido.”
Destaco en estos días la memoria de dos silencios: la del silencio de quienes nos han dejado en este tiempo de pandemia, y la que interpreta la vida de los ciudadanos del Reino, los santos. Silencio, aunque las biografías parezcan el arte de combinar los sonidos de su existencia. Por definición la música es el arte de combinar sonidos y silencios para expresar una idea musical. El sonido de la vida de muchos santos es reconocible, compás a compás en su existencia, pero sus silencios nos interrogan. El silencio es la palabra elocuente de muchos testigos de la fe, lo es de José y lo es de María. Inicio así esta reflexión porque quisiera situar las líneas que siguen, desde el silencio, en la memoria de Santa María Magdalena. No creo haber visto esta conocida imagen de Mena ilustrando cualquiera de la diversidad de artículos publicados en esta semana, quizá porque nos les resulte congruente a quienes entienden a María de Magdala como una mujer silenciada en la historia. Hablar de ella como penitente parece no hacer justicia a su figura dentro del primer cristianismo. No quiero recurrir al debate de si esta iconografía responde al interés que ciertos sectores tuvieron en el siglo IV de reaccionar ante la literatura gnóstica que colmaba de noticias y palabras, a alguien de quien el primer cristianismo custodió su silencio. Lo hizo Pablo, que no la menciona entre el listado de los testigos de la resurrección siendo la Apóstol de los apóstoles, como la denominaba Santo Tomás, y como el Papa Francisco, desde 2016, ha querido que la celebremos. Este silencio en Pablo no tiene porqué ser interesado como desacreditación. Tampoco Pablo nos transmite noticias de María, la Madre de Jesús, o de José… y a nadie se le ocurre tener a Pablo como un antimarianista o un antijosefino.
El silencio de María Magdalena en la vida de la primera Iglesia, tuvo que ver con la custodia de tantos aspectos íntimos y profundos en la vida del Señor. He querido ilustrar este artículo que pone fin a las imágenes comentadas de Pedro Mena, porque creo que en pocas realizaciones artísticas sobre María de Magdala podemos encontrar un rostro tan silente y elocuente, un rostro hecho memoria de Jesús.
Cuánta palabrería sobre María Magdalena, haciendo de ella, un personaje traído y llevado a diversas interpretaciones. Al menos puedo recordar cuatro publicaciones recientes que revisan esa “historiografía” sobre María Magdalena desde diversas perspectivas. Hemos mencionado la de quienes impusieron silencio en su vida como penitente arrepentida, (paralelo de lo que había sido en el siglo IV Santa María Egipciaca) como la de quienes denuncian la estrategia de sectores antifeministas, que habrían deformado la memoria inicial de María entre los primeros creyentes, ocultando su consideración por el Señor y entre los apóstoles, para rechazar la vía del igualitarismo de género.
Es de sobra conocido entre nosotros este debate. En una publicación como Agua Viva, vamos a optar por la fidelidad a la Palabra inicial. Y es en la Palabra en donde conservamos palabras elocuentes sobre María de Magdala. Leemos la Palabra sin mezclar imágenes ni asociar otros itinerarios de vida presentes en el evangelio, con mujeres de este mismo nombre. María Magdalena, llamada así en el evangelio de Juan.
¿Mejor llamarle de Magdala? En aquella época, referirse a alguien por el gentilicio, podía deberse a varias razones: por no tener marido, por no tener una vinculación social (no necesariamente por no tener un oficio digno) en fin, ser una mujer independiente. A Jesús le llamaron el Nazareno, y su gentilicio, no le resta dignidad; le llamamos de Nazaret, también, resaltando su vinculación histórica a una aldea galilea. A María: Magdalena, podemos llamarle, de Magdala, refiriéndonos a la aldea judía, poblada de comerciantes junto al lago, próxima también al origen social de Jesús Nazareno. Quizá por esa proximidad se conocieron. Desconocemos las circunstancias de cómo fue el encuentro, silencio que es respeto. Es posible que Jesús pasara por Magdala; o que ella le buscara, porque eran “espíritus afines”. A buen seguro que el encuentro generó una comunión personal mutua, que como sostengo, no se hace relato porque es silencio contemplativo entre los primeros seguidores que fueron testigos del evangelio de amor y vida entre el Rabboni y María. Lucas 8 recuerda la preminencia de María en el seguimiento itinerante de Jesús.
Magdalena no fue para Jesús una patrona sedentaria entre el movimiento de Jesús, o al menos, no en la línea del sponsor o mecenas actuales, sino como discípula itinerante. Así subió con él a Jerusalén y así participará de la Pascua, en singular cercanía al Maestro, una cercanía que el propio Maestro induce para que Magdalena viva con mayor plenitud: Suéltame mujer, que aún no he subido al Padre mío y Padre vuestro. El Noli me tangere, no se refiere en la línea de la materialidad fisiológica. Jesús tiene prisa por llegar al Padre y no por ello se desentiende de los suyos. Elige a Magdalena para expresar ese abrazo común. María quiere disfrutar del primer abrazo que el Resucitado recibe de parte de los suyos. A ella le gustaría detener el tiempo. Ya y por siempre podrá decir que He visto a mi Señor.
Debe anunciar lo vivido, es la misión que le ha confiado Jesús, que comienza su nueva misión, conlleva una nueva presencia, hay un nuevo y autónomo orden:
“Subo a mi Padre, ¡que es vuestro Padre!,
a mi Dios, ¡que es vuestro Dios!” (v. 17)
María Magdalena ha sido la primera en conocer esa ruptura y continuidad en la misión. Y esa experiencia se enfatiza para quien la percibe desde el amor. Es el sexto sentido que mejor nos hace percibir las cosas de Dios. Ella ha visto, ha oído, ha palpado la Pascua. Pero el amor saborea la novedad de lo acontecido. El ungüento de la mañana de resurrección la ha dignificado como testigo y apóstol. Y en ella como mujer, palpita venturosa el amor al Esposo a su Iglesia.
Magdalena, alegre la mañana que nos habla de ti
Feliz noticia en el día de Pascua, nos recuerda la proclamación de la Secuencia Pascual: ¿qué has visto de camino, María, en la mañana, a mi Señor, glorioso, la tumba abandonada”. “Venid a Galilea, allí el Señor aguarda, allí veréis los suyos la Gloria de la Pascua”.
No ha desaparecido la memoria de esa alegría en el rostro de María Magdalena, tal como la intuyó Pedro de Mena en 1664. Pedro de Mena habiendo concluido la ingente tarea en la talla de los sitiales de la sillería de la Catedral de Málaga, inicia en 1663 un viaje a Castilla, un cambio marcado en su tarea y relaciones. En el padrón de la parroquia del Sagrario a la que pertenecía, se anota la presencia del resto de la familia y la ausencia de Pedro de Mena y su oficial, Pablos de Estrada. La ausencia será fecunda en las tierras de Castilla que nos han permitido conservar obras significativas de su producción, fruto de su paso, en Valladolid: la Inmaculada de Tordesillas, en Santa Ana, la conocida Dolorosa. En Toledo el San Francisco, en Alba y Alcalá sendas Dolorosas y la Inmaculada de Saucelle.
En mayo de 1663 se registra en Toledo su nombramiento como maestro mayor de la Catedral, Toledo le lleva a Madrid en donde realizará alguna otra escultura conservadas en el ámbito conventual: las Capuchinas, Trinitarias, Carmelitas. Los Padres jesuitas le encargan para la iglesia de San Francisco de Borja, en la casa profesa de la Compañía de Jesús de Madrid esta conocida MAGDALENA. La inscripción latina en la misma, nos informa: Petrus D mena Y medranº (en el frente) Granatensis Malace (a la izquierda) Faciebat. Anno 1664 (a la derecha). Cuando en 1769 son expulsados los jesuitas, la iglesia pasó a tener la advocación de San Felipe Neri.
Si terrible es la memoria al construir la memoria de la Santa Apóstol, no menos original es el devenir de la imagen desde que fue exclaustrada la iglesia y derribado el templo. En primer lugar pasó al convento de la Visitación conocido como de las Salesas Nuevas, aunque en 1868 el Gobierno decidió trasladarla al recién creado Museo Nacional, de corta existencia. De nuevo vuelve al monasterio de las Salesas, en donde en 1909 es fotografiada por Serrano Fatigati. Allí la estudió Ricardo Orueta y fruto de la publicación fue el interés del Gobierno por recuperar su custodia y trasladarla en 1921 al Museo Nacional del Prado, siendo éste aún su museo propietario, al que ha vuelto en algunas ocasiones. Durante la Segunda República, Orueta siendo Director General de Bellas Artes, la deposita en el Museo Nacional de Escultura en Valladolid, en donde bien podemos declararla vecina de honor. Hasta la reforma y reestructuración del espacio museístico, se ubicaba en una pequeña sala tapizada en negro terciopelo, con luz de bodega que fomentaba el carácter meditativo de la imagen. Un carácter que fue reconocido desde el momento de su talla. El poeta Francisco Antonio Bances Candamo (1662-1704) pariente del artista trazó los versos que un extenso romance en arte mayor que inicia:
“¿Qué tronco es este, que elevando informa
de Magdalena el inmortal asumpto
Cuya elección en uno y otro siglo,
es milagro constante de dos mundos?
Simulacro es viviente, que dilata
el ser primero en que nació y presumo
que artífice sutil en lo inspirado
los afectos también copiarle supo.”
Pedro Mena manifiesta en la talla la intención de simplificar la escenografía de la imagen, para centrar la atención en lo nuclear de la misma: su austeridad y penitencia. Aunque como hemos comentado es cuestionable históricamente la actitud de vida penitente de María Magdalena tras la Resurrección de Jesús, cuánto cuesta desde esta imagen, no ver la dulzura del amor de María de Magdala. La imagen nos impresiona por su sensibilidad gestual: desnudos los hombros y parte del pecho, el pálido rostro marcado por mechones de cabellos entrelazados llegando hasta la cintura. Quizá el rasgo de mayor expresividad sea la mano derecha con los dedos extendidos en su total longitud apoyados sobre el pecho como signo de contrición de corazón. La atenta mirada de la imagen centrada en el Crucifijo que sostiene la mano izquierda. Le dota de un rostro alargado de nariz afilada y facciones juveniles, ligeramente frunce el ceño con mirada fija en el Crucificado: ¿habla, calla, contempla? ¿recuerda, añora?
La talla de la túnica de rígida estameña o palma es de tal virtuosismo que más parece un postizo que madera natural tallada. La gama cromática combina tres tonos ajustados: el propio de la encarnación, con el ocre claro de la sencilla vestidura anudada bajo el pecho simulando el mismo material; y el cabello castaño oscuro que enfatiza la tonalidad del rostro.
Mención específica merece el Cristo sostenido de quien ya hablamos en el artículo del mes de abril. Si bien es verdad que esta iconografía no es original de Pedro de Mena, pues conocemos ejemplos anteriores en Castilla, bien podemos decir que alcanzó con esta talla el mejor ejemplo de la vida penitente, de María si así vivió, o de cualquiera que quiera escuchar la voz del desierto. El éxito alcanzado por la imagen llevó a otros artistas realizar ejemplos derivados de la talla en la casa profesa de los jesuitas en Valladolid (actual San Miguel y San Julián) contextualizada en una cueva, quizá también lo pudo estar la de Mena aunque no hayamos conservado el altar original. Luis Salvador Carmona realizó algunos ejemplos inspirados en esta talla con esta advocación a la de Santa María Egipciaca.
Orar con la experiencia de María
¿Como conservar todas aquellas cosas de la Pascua? Pudo ser una pregunta latente en Magdalena. María la Madre de Jesús es maestra que revela: desde el corazón y contemplando. Contamos en la Iglesia con la vocación de tantas hermanas y hermanos que recuerdan dicha misión. ¡Qué resumen de la identidad de la vida contemplativa! Estos versos del Padre Rufino Grández, nos conducen a manifestar, con ellas, como Magdalena, por ellos:
“¡He visto a mi Señor!, lo he abrazado,
sus pies mis blandos labios han sentido,
y yo su cuerpo santo a mí apretado,
su carne incorruptible, la he tenido.”
“Oh Dios en mis entrañas sepultado,
Jesús, el Hortelano entre los lirios,
estabas muerto, y triste yo a la espera,
y ahora ya te veo amanecido.”
“¡Señor de los deseos, Dios presente,
amor siempre anhelado y excesivo,
eternamente a ti, Jesús, la dicha,
oh Dios omnipotente, Dios dulcísimo! Amén.”