El trabajo en la vida monástica
, Presbítero | La vida monástica tiene como objetivo el encuentro personal y comunitario con Cristo. Todo el conjunto de actividades, prácticas y espacios monásticos están orientados a este fin. La vida diaria del monje no es fácil, y una de las grandes preguntas es a qué debe dedicar el monje su tiempo, en qué actividades debe de ocuparlo. Algunas de esas ocupaciones parecen claras: la oración, la liturgia, la penitencia y las prácticas espirituales, pero más complicado es saber las actividades corporales a practicar. En este punto cobra sentido el tema del estudio o del trabajo. La cuestión del trabajo fue una de las materias más controvertidas de la vida monástica. En muchos ambientes monásticos se transmitía la visión de que el trabajo era indigno del monje, que solamente debía dedicarse a las prácticas espirituales. De este modo, veían en el trabajo manual una tarea poco adecuada para el hombre espiritual, solamente dedicado a la oración, con una vida cuasi-angélica que evitase toda preocupación material y terrena. Otros estaban tan ocupados en grandes penitencias y mortificaciones que no encontraban tiempo para el trabajo. Pero los Padres del monacato entendieron desde siempre que el monje era un hombre más y debía ganarse el sustento.
La doctrina monástica sobre el trabajo es inmensa, y se expresa en las diversas legislaciones monásticas tanto de Oriente como de Occidente, así como en diversos tratados de vida espiritual. San Basilio la entiende como expresión de la pobreza y de la caridad, y así lo enuncia en su regla monástica. San Pacomio establece que los cenobitas por él gobernados se dediquen al trabajo manual de trenzar juncos y esteras. También organiza el trabajo de los monjes en el campo, en los talleres y en los establos. San Agustín realiza una defensa del trabajo manual de los monjes en una obra titulada “El trabajo de los monjes”, pero es en su regla en donde entiende el trabajo como un servicio a los demás y a la caridad, de modo que tal función no se realiza para sí sino para el bien común. Según san Isidoro de Sevilla el monje está obligado a realizar oficios manuales especialmente los más necesarios para la comunidad y debe evitar entregarse a la ociosidad o trabajar solo para el bien propio. En la regla de san Fructuoso de Braga los monjes también tienen tiempo dedicado al trabajo, especialmente en el campo y en el huerto, para de este modo ganarse el propio sustento. Pero es san Benito, padre del monacato occidental, el que mejor expresa la importancia del trabajo en la vida espiritual del monje. De este modo, es en Occidente donde nace la máxima que sintetiza la vida monástica: es la frase “ora et labora”, verdadero axioma en toda la tradición benedictina que expresa la esencia del monacato occidental. Ahí se muestra el equilibrio entre lo espiritual y lo corporal, lo interior y lo exterior, cuyo fruto será el monje perfecto.
El trabajo también tiene una dimensión ascética y espiritual. El monje ocioso puede ser tentado por diversas distracciones que le alejan de su vocación monástica. El trabajo evita uno de los grandes peligros de la ascesis espiritual como son los malos pensamientos, y no permite que la inquietud asedie el corazón del monje. Los ascetas de Egipto dicen que el monje que trabaja solamente es atacado por un solo demonio, mientras que el ocioso y el holgazán son asediados por una legión. Otra de las ventajas del trabajo manual es que permite a los monjes procurarse lo necesario para vivir, por lo cual no deben nada a nadie y se hacen independientes con respecto a terceras personas que intentan utilizarlos para sus intereses.
La tradición monástica ha entendido desde siempre que el monje debe buscar su propio sustento y no dedicarse solamente a las actividades espirituales. Muchos hermanos concibieron que la comida debe ser obtenida de la propia actividad manual, ya sea cultivando el campo o trabajando en talleres para crear productos que luego se puedan vender y, de este modo, obtener los medios para sustentar a la comunidad. Por eso los horarios monásticos estaban diseñados de tal modo que los monjes dedicaban una parte importante del día al trabajo manual o intelectual, según las diversas tradiciones espirituales y necesidades de cada comunidad. Pero en todas ellas el trabajo era un elemento de la ascesis espiritual del monje. Los padres del monacato no se cansaban de repetir que la conveniencia del trabajo hundía sus raíces en la Biblia, única regla del monje, y se apoyaban en el texto de Pablo: El que no trabaje que no coma (II Tes 3, 10). Desde esta perspectiva se combatía la pereza y los movimientos ultra espirituales tan en boga en los primeros tiempos del monacato. Así los monjes debían trabajar para cubrir sus necesidades materiales y además adquirían el compromiso de trabajar en beneficio del prójimo. Su trabajo había de tener una dimensión social especialmente hacia huéspedes y necesitados. Todo lo enunciado fue ampliamente practicado por los monjes, y atienden a huéspedes y pobres como uno de los fines más importantes de la vida monástica. Y así lo comprendieron san Antonio, san Pacomio, san Basilio, san Benito, san Isidoro y otros muchos Padres del monacato cristiano.