Combate contra el demonio
, Presbítero | La existencia del demonio es aceptada por todo el conjunto de los monjes que han profesado la consagración monástica. Pero la cuestión no es solamente saber de su existencia, o experimentar la tentación en sus diversas maneras o modos, o conocer que el desierto o la soledad son el ámbito de lucha contra el demonio. Lo más importante, para los monjes, era saber cómo vencer al demonio en su propio terreno, que es el desierto. Los demonios tentarán a los monjes por todos los medios. Usaran la vida habitual del monje y las circunstancias de cada día. Utilizarán la tentación interior y la exterior. Aprovecharán los estados anímicos y espirituales del monje para intentar desestabilizarlos y desesperanzarlos. Se aparecerán de diversas maneras, ya sea bajo forma humana o animal, provocarán ruidos para suscitar el miedo o la desconfianza. E incluso llegarán a la agresión física del asceta.
Pero la gran tentación del monje será siempre interior y más en concreto a través de los pensamientos, los denominados logismoi, por la literatura monástica. Muchos de estos pensamientos serán malos y perversos. El demonio se esconderá detrás de los malos impulsos del corazón el hombre y aprovechará sus debilidades e incluso se servirá de los buenos para perderle por todos los medios. Especialmente atacará a los monjes novatos y recién entrados en la vida monástica. Les hará recordar la vida que han dejado, las personas que trataron y el afecto que tenían por ellas, las comodidades y placeres de la vida del mundo, y por el contrario le hará ver las dificultades de la vida monástica, lo cansado de la vida diaria, lo imposible de la virtud, el desafecto hacía los compañeros de comunidad y lo insoportable de la soledad para el anacoreta. Los demonios aprovecharán los recuerdos, los sueños, los deseos, para impresionar el espíritu del monje. Para conseguir por todos los medios perturbar, desmoralizar, abatir y desanimar al monje, para convencer al monje que abandone su propósito.
La tentación será continua y la única forma de vencer será con la ayuda de Cristo, el cual no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras posibilidades. De este modo nos tendremos que recubrir con la armadura espiritual. Ya san Pablo nos menciona en la carta a los Efesios que el cristiano debe de revestirse como un soldado: “Ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el Evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe… Poneos el casco de la salvación y empuñad la Espada del Espíritu” (Ef, 6, 14-17). También el resto de la Escritura como los Padres de la Iglesia nos mencionan otras armas para vencer el mal: la oración, el ayuno, la sobriedad, la lectura y el alejamiento del mundo.
Pero el arma más importante para vencer al demonio es la oración. San Antonio la recomienza encarecidamente. De un modo especial la recitación de los salmos ocupaba un lugar preferente en la vida diaria del monje. La oración tanto en Oriente como en Occidente es fundamental en la ascesis monástica, por ello el monje era especialmente tentado en esta cuestión, tanto para que no la iniciara como para que la abandonase cuando ésta ya había comenzado. En la oración se coloca el corazón y la mente en Dios, y se calman todas las luchas interiores. No hay nada que exija tanto trabajo como la oración. Otra gran arma era la Biblia. Los ascetas de la vida monástica adoptaron como sabia arma contra los malos espíritus tanto meditar la Sagrada Escritura como recitar pasajes bíblicos. Si ello se hacía con fe y con caridad esa actividad se convertía en un instrumento eficaz para vencer al demonio.
Otra de las armas usada por los monjes para el combate espiritual es el discernimiento de espíritus. Dimensión que ha quedado en toda la tradición de la Iglesia y que san Ignacio de Loyola, de forma magistral, expresó en sus Ejercicios Espirituales. Es el arte de discernir si los pensamientos, sentimientos o ideas que vienen a la mente y al corazón provienen del mal o del buen espíritu. No es sólo un discernimiento moral entre el bien o el mal, es un discernimiento de si los pensamientos que nos vienen proceden de Dios o no. El don de discernimiento de espíritus es uno de los dones espirituales que confirman haber alcanzado un alto de grado de calidad espiritual. Era de gran importancia especialmente para los anacoretas que vivían en soledad. Una ayuda fundamental al discernimiento de espíritus era la dirección espiritual, especialmente para los más jóvenes, que preguntaban a los monjes más ancianos y que habían conseguido ser verdaderos maestros del espíritu las distintas cuestiones de la vida monástica. Al padre espiritual se le consultaba especialmente sobre los diversos pensamientos, temores, dudas, sentimientos que asaltaban al monje, para saber cuáles procedían de Dios.
De este modo, oración, Sagrada Escritura, discernimiento de espíritus y dirección espiritual se convierten en las grandes armas del monje tanto en la vida solitaria como comunitaria.