La tradición monástica

Imagen de un monje

Juan Antonio Testón Turiel, Presbítero | Junto a la Sagrada Escritura, la tradición monástica ocupa un lugar privilegiado en la doctrina de los Padres del monacato. Se da por sentado que se accede a la vida monástica mediante la vocación recibida de Dios en el corazón del candidato a este modo de vida. Pero la preparación y el conocimiento de dicho camino se realizan por la experiencia de aquellos que lo han recorrido con antelación. Y junto a la Sagrada Escritura, se acepta la tradición monástica como un criterio de autoridad fundamental en la ascesis monacal. Un monje inicia su itinerario guiado por otros monjes que han recorrido tanto la ascesis corporal como espiritual, que saben de las luchas interiores y exteriores que tendrá que sostener el candidato en todo el proceso de ascensión espiritual. Toda esta doctrina ha quedado recogida en las obras de los Padres y de un modo especial de la experiencia espiritual de los monjes que se va transmitiendo a través de la vida diaria. Así, la tradición monacal ocupa un lugar privilegiado en el proceso de conocimiento y vivencia de la vida monástica. Todo monje debe de someterse a la tradición de las Padres y encontrar en ella las respuestas a las cuestiones espirituales más importantes.

En el monacato antiguo, los buenos monjes solamente hablaban de la Sagrada Escritura y de las hazañas y experiencias espirituales de otros hermanos que habían alcanzado altas cotas de consagración a Dios. Estos hombres santos son los verdaderos Padres del monacato que por su doctrina práctica y teórica han alcanzado una correcta interpretación de la Escritura y su aplicación más adecuada a la vida diaria del monje. De este modo, un monje que ha alcanzado este grado de entrega y consagración se convierte en un verdadero interpretador de la vida monástica, y su vida ilumina la vida de los otros hermanos que pretenden adentrarse en los caminos de la vida espiritual. Por ello ocuparan un lugar preeminente la vida y la doctrina de monjes como san Pacomio, san Juan Casiano, san Isidoro de Sevilla, san Benito, san Bernardo de Claraval y otros muchos que a través de sus escritos expresaron la densa doctrina de la vida monástica.

Toda esta tradición formó un corpus doctrinal expresado en múltiples escritos: cartas, hagiografías, sermones, enseñanzas, comentarios teológicos, bíblicos y litúrgicos, así como otros múltiples textos monásticos, de los que destacamos las reglas monásticas. En tales pautas se expresan las normas más importantes y habituales de la vida monástica, fruto de la centenaria tradición y experiencia de los monjes. En las mismas se enuncia, a modo de códigos legislativos, las reglas más primordiales de la vida diaria de los monjes de un monasterio. También ocupan un lugar privilegiado en la vida monástica los Apotegmas de los Padres del desierto, que expresan de forma abreviada y sintética la sabiduría espiritual de los Padres del monacato egipcio.

Con todo este corpus doctrinal se configura una expresión dentro del ámbito monástico que servirá para designar la tradición monástica: Las reglas de los Padres. Tales normas servirán para guiar a los monjes en el camino de la vida espiritual. Se guardará una veneración hacía toda la tradición monástica y de los Padres. Se guardará una escrupulosa fidelidad a sus enseñanzas, y se luchará por trasmitir las enseñanzas de los mismos del modo más fiel posible. Así lo realizan los responsables de la formación monástica para que los nuevos discípulos puedan asimilar todas las enseñanzas de los Padres del monacato, instrucciones que ellos a su vez recibieron de sus maestros en la vida espiritual. Por todo ello, la tradición monástica ocupa un lugar esencial en todo el proceso de asimilación de la experiencia monástica.

Así, especialmente en Palestina y en Egipto, los monasterios no se organizan según la fantasía de cada monje, sino conforme a las doctrinas de los ancianos que se han ido transmitiendo a lo largo de las generaciones. Todo ello para impedir las innovaciones de ciertos abades y monjes que pretendían realizar cambios no concordes con la espiritualidad monástica. Así, del mismo modo que el símbolo de la fe une a todos los cristianos, los monjes coptos forman una unidad al estar adheridos a las normas antiguas del monacato de los Padres. Según Juan Casiano los monjes alcanzarán las virtudes por la fidelidad a las tradiciones monásticas. Todo ello conducirá a los monjes de la Antigüedad a no aceptar fácilmente las innovaciones, o anteponer el propio criterio, sino a seguir las enseñanzas de los antiguos y su vida santa.

La plenitud de la vida monástica no puede ser alcanzada cuando el monje se deje llevar únicamente por sus solas inspiraciones o por la libre interpretación de la Escritura, sino que al contrario necesita a la comunidad cristiana, expresada en la comunidad monástica, para que le guie en la correcta interpretación de la Escritura así como en el discernimiento de las prácticas espirituales, tanto interiores como exteriores, para alcanzar de este modo una correcta vivencia de la vida monástica. Es preciso sujetarse a las directrices de la verdadera tradición de los monjes ancianos, que ya recorrieron los caminos de la vida espiritual. Por ello resulta tan importante la Tradición en la vida monástica.

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