María, Hogar de la Palabra

, Presbítero y Profesor de Historia del Arte
Y todo comenzó peregrinando
en fiesta del Espíritu y del fuego;
ya sale del Cenáculo la Iglesia
con voz, ardiente llama y Evangelio.
La Virgen precedía en el camino,
que en ella fue el Espíritu primero;
el día del anuncio fue su día
y el don que vino al mundo, su secreto.
María va delante, matutina,
sagrario de la fe, veraz espejo,
con ojos que han mirado al Compasivo
y sabio corazón que guarda al Verbo.
Si “las bicicletas son para el verano”, convendréis conmigo, que también lo es acompañarse por un buen libro, o en plural mejor, que el verano tiene tres meses de extensión. El estío tiene una magia especial para leer en el atardecer o a la sombra de un árbol, para hacerlo en sosiego, o motivados por participar en un coloquio, o por tener un criterio propio. Si importante es leer, no lo es menos, saber hacerlo bien. Y en esto, los métodos son más que métodos, pues aprender o enseñar a leer, no es un juego mecánico de balbuceo de consonantes y vocales que sólo nos conducen a una lectura mecánica. Aprender y enseñar a leer tiene que con teorías del aprendizaje, con comprensiones de los mecanismos mentales y del desarrollo personal. Casi podríamos decir que cada teoría cognitiva ha propuesto un método de aprendizaje de la lectura.
Y por supuesto, el aprendizaje de la lectura no es sólo un mecanismo, sino una ventana que abrimos en nuestra mente, una puerta a la fantasía y a la realidad, un puente infinito al conocimiento y a la creatividad. ¡Cómo han evolucionado los métodos de lectura! Para hacer ante todo una lectura comprensiva y vivir la lectura como una aventura plagada de sentimientos, experiencias y afectos. La lectura para un cristiano es el primer peldaño en la escalera de la metacognición de la fe. Somos una religión del libro, y la Palabra además de ser escuchada y proclamada, es fundamentalmente un relato, que es leído y comprendido.
Un problema de comprensión lectora
La iniciación cristiana tiene una dimensión nuclear en el acompañamiento que debe recibir quien aprende a leer la vida y la Palabra, la Palabra desde la vida, y la vida desde la Palabra. Y esta lectura se presenta como un reto, pues no es sólo un tema de lectura comprensiva desde el texto en sí, sino en todo lo que la Palabra tiene como palabra viva, como encuentro y presencia que revela al Dios hecho Palabra y aún más: relato.
La misma Palabra de Dios nos presenta el testimonio de lectores que aprendieron a hacer una lectura significativa. El mismo Jesús enseña a los de Emaús a leer las Escrituras. El caso del diácono Felipe es muy ilustrativo. Quizá hayáis visto la secuencia de su encuentro con el etíope administrador de la Reina Candaces. (Para los seguidores de Netflix, no os perdáis cómo ha sido caracterizado en la nueva serie Anno Domini).
Su aprendizaje lector tiene mucho que ver con el contexto de lectura afectiva que nos referíamos en el inicio. Todo sucede en el camino… contexto fundamental para manifestar el proceso. Por el camino que va de Jerusalén a Gaza… El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡Jesús Camino, se revela a caminantes por las vías! Aquel etíope volvía a su casa, muy sencillamente, hacia el sur, y así guiado por el Espíritu se cruza con el diácono Felipe. El etíope está leyendo la Biblia que debió de comprar en Jerusalén, en su viaje. Y hay un pasaje que no entiende. Lee, en el profeta Isaías, el poema del Siervo -que meditamos durante la Semana Santa-. Y se sorprende de que el “justo” sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del «justo» sea humillada y que termine en el fracaso.
El sufrimiento… la muerte de los inocentes… ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión ¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan. Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús.
La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la «matanza» del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre ¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada! «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!» Y así quien aprende a leer descubre que aquel camino le lleva al Agua, al Bautismo. Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios: una triple lectura: leer los acontecimientos desde la Palabra, comprender la Palabra desde la Iglesia, leer la vida desde la fe celebrada.
Santa Ana enseñando a leer a María
Durante el inicio del siglo XVII en la ciudad de Sevilla se prodigaron notables representaciones de la escena de Santa Ana enseñando a leer a María, una de las primeras fue la versión de Herrera, el Viejo. Si la obra de Roelas para el Monasterio de los Mercedarios, ha sido considerado un claro referente para la versión de Murillo, no se ha de olvidar grupos escultóricos tan bellos como los de Martínez Montañés en el convento de Santa Ana de la ciudad, o los ejemplos en la iglesia de los Capuchinos, en Santa Paula o en El Salvador.
El tema alude a un episodio de la infancia de la Virgen extraído de los evangelios apócrifos, difundido a través de la Legenda Aurea. Los tratadistas de la época, entre ellos Francisco Pacheco, maestro de Velázquez y autor del tratado de pintura más importante del siglo XVII, lo condenaron de forma unánime, pero no pudieron evitar que fuera muy apreciado por las clases populares y por algunas Órdenes religiosas de Sevilla.
Para su realización, Murillo introduce en un mismo espacio pictórico varios niveles de realidad. Por un lado, la realidad cotidiana de una madre que ha abandonado las labores de costura para enseñar a su hija. Por otro, un espacio arquitectónico de columnas y balaustradas de inspiración clásica que sitúan la escena en un lugar indeterminado, lejos en cualquier caso del ámbito doméstico de Nazaret, para actualizar el hecho en el ambiente de la España Barroca. En tercer lugar, un espacio alegórico formado por los dos angelitos que coronan a la Virgen Niña.
La gran maestría de Murillo consiste en haber fusionado de forma armónica estos tres niveles de realidad. En el momento de pintar el cuadro circulaba por la capital andaluza una estampa de Bolswert tomada de la obra de Rubens Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, del Museo de Amberes. Parece más que probable que el telón arquitectónico del fondo y el conjunto de los ángeles, los tomara Murillo de la estampa del pintor flamenco. No obstante, y como será una constante a lo largo de toda su obra, el pintor sevillano no copia, sino que reinterpreta con libertad y personalidad propias. En este caso, Murillo suprime la figura de san Joaquín, esposo de santa Ana, y concentra toda la fuerza del cuadro en el silencioso y reflexivo diálogo entre madre e hija.
Contribuyen a crear una sensación de sosiego, serenidad y armonía el uso de una paleta clara y una distribución de la luz homogénea y poco violenta, que llevó a algunos críticos a situar esta obra en los años setenta. Una pequeña flor de lis visible en el extremo inferior del lienzo indica que el cuadro perteneció a Isabel de Farnesio, gran coleccionista de la obra de Murillo. El Lienzo formó parte de las pinturas más apreciadas de los primeros Borbones, quienes la llevaron a los Palacios Reales de la Granja, Palacio Real de Madrid y el Palacio de Aranjuez, para pasar a formar parte de la colección Real en el incipiente Museo del Prado en donde se conserva.
Una imagen para orar
La imagen de María aprendiendo a leer nos evoca su condición de Hogar de la Palabra. Corazón que es memoria y comprensión contemplando. María nos descubre que la Palabra se lee de modo significativo cuando se contempla. María leyó con sentido cómo actúa Dios en la historia, podríamos sugerir que el Magníficat es el mejor comentario de texto al modo de cómo Dios actúa. María leyó la historia de su pueblo como la sencillez de los pobres de Yhavé, descubriendo entre líneas, las promesas del Mesías que vendría como Siervo.
Al celebrar en este 2018 su primera fiesta como Madre de la Iglesia, nos remitimos a Ella como la lectora incipiente que se convierte en Maestra. La Iglesia, escuela de evangelio, lee y anuncia la Palabra como María Maestra. Pídele su mirada, aprende de sus procesos, imita su silabeo y sé parte del relato:
Recuerda a Cristo un pueblo de testigos,
memoria viva, historia y sacramento,
y sabe que María es patrimonio
y en ella su Jesús está latiendo.
María está presente aquí y ahora,
en marcha con su pueblo mora en medio;
y el diálogo callado es comunión
y llave que nos abre los misterios.
¡Señor resucitado en el Espíritu,
que irrumpes en la fe trayendo el Reino,
descúbrenos tu gloria por María
y sea por tu honor, oh Luz del cielo! Amén.