Uno que pasaba por allí

Tríptico Camino del Calvario
Tríptico Camino del Calvario (Anónimo flamenco, último cuarto siglo XVI. Capilla de la Natividad, Catedral de Burgos)

Guillermo Camino Beazcua, Presbítero y Profesor de Historia del Arte

«Echaron mano de uno que pasaba,
un tal Simón, bendito en su recuerdo,
y, ajeno a aquel gran don que se le hacía,
cargáronle la cruz detrás del reo.»

«Hermano de los hombres, fiel amigo,
que aceptas mi flaqueza y mi deseo,
es mucho lo que pido: yo quisiera
llegarme a tu cual otro Cirineo.
Acaso necesite que alguien fuerce
la débil voluntad con que me veo,
que alguno, como a Pedro, me conduzca
al puesto de la cruz que yo no quiero.»

«Hermano del dolor, iremos juntos,
mas tú delante, en todo tú, el primero;
contigo se hace dulce la amargura
y aquello que me pidas, quiero y puedo.»

«Jesús, que has indicado tu presencia
oculta hasta la vuelta en los pequeños,
si yo busco ayudarte, estar contigo,
¡qué cerca de mi mano a ti te tengo!»

«Oh Cristo, Dios sufriente y encarnado,
Que fuiste sabedor del hombre enfermo,
Tu cruz ya es dicha, gloria que compartes:
¡oh gozo que nos da sólo el saberlo! Amén.»

Avanza el discurrir de este año estrenado con tantas esperanzas. Tropiezos no le faltan, algunos insospechados: el paso de Alex, Filomena, Hortensia, Ignacio, Justine… según la previsión de este momento también pasará Karim, Lola, Mathieu… y todo un devenir alfabético hasta llegar a un tal Walter. Así en este año peregrino a Compostela, (que serán dos), los caminos se hallan vacíos de huellas, los albergues como la hostelería, han bajado la persiana. Los pasos jacobeos han cedido la preocupación a otros pasos: borrascas, limitaciones de aforo, toques de queda, cierres perimetrales, distanciamiento, higiene de manos, FFP3 (o su nueva versión cuando esto leas).

Lo imprevisto se ha vuelto cotidiano. Mira, que debiéramos tener ya tanta experiencia y lo imprevisto nos descoloca. Ni la experiencia en las respuestas, ni la formación para ser oportunos… resultan suficientes.

Lo imprevisto, el paso de lo desconocido, también inquieta nuestra fe. El cúmulo de todos estos signos de los tiempos, alcanzando un año en esta crisis sanitaria, tiene fuerza para descolocarnos y resituarnos. La vida pasa, y en ella parece cobrar más fuerza lo que no se espera que lo que se desea que ocurra. Al punto de iniciar una nueva Cuaresma en este camino, ¿cuáles son las nuevas estaciones que nos interrogan? ¿por dónde quiere pasar la Cruz, quién será el nuevo Simón que porque “pasaba por allí”, se encuentre con el Dios de lo imprevisto y a la vez de la providencia. Quizá esta sea una buena confesión de fe: Dios hace de lo imprevisto un modo de manifestar su providencia.

Jesús y Simón de Cirene

En el camino de Jesús, en el peregrinar con su cruz, también hubo imprevistos. “Un tal Simón de Cirene que pasaba por allí”. Imprevisto para él y para todos. ¿Por qué pasaba por allí? ¿Fue estar en el momento y en el lugar inoportuno, imprevisto, ajeno a su voluntad? Simón es una de las pocas referencias personales que contienen los relatos de la Pasión. Para profundizar este mensaje comparto junto a la imagen principal del artículo, algunas interpretaciones pictóricas de estas últimas, en que artistas diversos han profundizado en la figura de Simón de Cirene (eludo más referencias para no ampliar la información en exceso).

Simón de Cirene: es un judío de la diáspora, viviría en esta ciudad, originariamente colonia griega en Libia. En época de Jesús, los peregrinos de esta ciudad eran tantos que contaban en Jerusalén con una sinagoga propia. El libro de los Hechos se refiere a ellos entre los oyentes de Pedro el día de Pentecostés (He 2,10), y entre quienes debatían con Esteban (He 6,9) y quizá participaron en su ejecución.

Su imprevisto encuentro con Jesús es narrado con matices propios en las tres tradiciones sinópticas (Mc 15, 21; Mt 27, 32 y Lc 23, 26). Los tres relatos inciden en lo imprevisto del encuentro. No parece que Cirene conociera a Jesús, tampoco ha salido a su paso como las mujeres piadosas. Es más, le obligan a llevar la cruz, no es un voluntario entre los asistentes. No se indica el motivo por el cual fue reclutado, ¿era más fuerte, se mostró atento en primera línea…? La causa no estaba tanto en él, como en el debilitamiento de Jesús. Jesús no podía con el peso del madero tras haber sufrido la flagelación.

Del modo tan imprevisto como aparece en medio de la narración, desaparece. Cumplió su función en ese tramo del camino al calvario. Marcos incluye una singular referencia intencional para sus lectores: “era el padre de Alejandro y Rufo” Mc 15, 21. Este dato personal es coherente en el relato si consideramos que estas personas eran conocidas en la Comunidad a la que Marcos dirige su evangelio. Sus nombres son romanos, a diferencia del de su padre. Pablo menciona en Romanos a un tal Rufo, de quien no hay por qué pensar que se trate de éste (Rom 16, 13). Eran dos nombres muy comunes en la época. Varios autores sugieren que el propio Simón tras este encuentro se habría convertido al cristianismo y sus hijos habrían crecido en la fe de la Comunidad. La suposición de que este encuentro fortuito tuvo que cambiar el destino de Simón resulta de interés para la buena fe, sin que tengamos argumentos históricos que lo demuestren. Se nos antoja deseable, haciendo una lectura espiritual: ¿Cómo abrazar la cruz de Jesús? ¿cómo aliviar su peso? ¿cómo aunar la marcha y después quedar indiferente? Lo imprevisto puede llegar a ser lo oportuno y lo no deseable, al fin, llegar a ser un bien. Nos diría Juan de la Cruz, que el camino no deseado, al final nos lleva a donde debemos ir. También lo deseamos para Simón de Cirene.

Cristo cargando la cruz

Podríamos preguntarnos por qué el evangelio de Juan, se suma a la transmisión múltiple de este encuentro fortuito. La respuesta puede estar en el enfoque global que el relato de Juan da a la identidad de Jesús en su Pasión: Él es el Mesías exaltado. Por eso Juan mitiga las referencias al dramatismo físico de Jesús en su Pasión.

El ejemplo del seguidor lo tenemos en la figura del discípulo amado, el verdadero discípulo que completa el camino del seguimiento. Esta misma función podríamos asignarla a Simón en la tradición sinóptica. Los discípulos de Jesús tras el prendimiento en Getsemaní, desaparecen sin prestar asistencia al Maestro (Mc 14, 50). Sin embargo, Simón ejemplifica la voluntad manifestada por Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Él es el paradigma de respuesta a la propuesta de Jesús, el modelo de discípulo amigo del Maestro. Lucas precisa en esta referencia: “cargue con su cruz cada día”, por lo que descubrimos que la intención de Jesús no sería tanto una disponibilidad expresa ante la persecución extrema, sino una lectura espiritual de la misma que hará posible la aceptación plena.

Simón de Cirene ayuda a Cristo a cargar la cruz

Aparece en escena sin querer tomar parte en ella, sin haber ensayado y desconociendo el papel, pero cumple su función: “la lleva detrás de Jesús” (Lc 23, 26), detalle que recoge fielmente la iconografía tradicional de Simón, al colocarle tras el Maestro, abrazando el destino que abre hacia el Calvario. El imaginario iconográfico genera una escena bien definida: Jesús abrazaría el cruce de los dos travesaños de la Cruz, y Simón cogiendo el peso por el pie del travesaño inferior, aliviaría la marcha de Jesús. Esta interpretación tradicional hoy es contrastada con los estudios que sugieren que más bien, los reos sólo portaban el madero horizontal. De ser así Simón habría abrazado a Jesús y a su Cruz, casi llevando el peso de ambos. Siendo así se hace comprensible una comunión mayor con la cruz y el Hombre de la Cruz.

La V estación del Vía Crucis expresa la continuidad de Simón de Cirene en la devoción cristiana como ejemplo de todos quienes debemos aliviar, acompañar, sostener la Cruz del Señor “cada día”, haciendo de la Cruz de Jesús nuestra Cruz. En muchas personas resuena una primera interpretación de la Cruz, entendida como el dolor, los límites, la enfermedad, las disfunciones personales, que nos sorprenden en la vida. Es lógico entender que si en la Cruz de Jesús estaba todo el dolor humano, el dolor que nos afecta en forma de enfermedad, incapacidad… sea concomitante con el sufrimiento fisiológico del propio Jesús. Pero la Cruz de Jesús apunta junto a ello, a algo denso y objetivo (me refiero a lo objetivo frente a la subjetividad como sentimiento personal, real, ¡cómo no!). La Cruz es una dinámica personal: estar dispuesto a vivir la experiencia pascual, de morir a nosotros mismos, para vivir la luz de la Pascua. La Cruz incluye la globalidad de la Pascua como muerte y vida, como negación y gracia resucitadora. El seguimiento de Jesús implica vivir en el día a día la acogida del misterio Pascual, cada jornada nos encontramos con llamadas para llenar de una vida más plena nuestras inseguridades, miedos ante lo que Dios nos pide.

San Leonardo de Porto Mauricio (1676-1751) fue un gran difusor de la espiritualidad del Vía Crucis, erigiendo en Italia hasta quinientos itinerarios para seguir las catorce estaciones viacrucis, entre ellos el del Coliseo de Roma. Sus meditaciones sobre cada una de las estaciones han dejado una impronta en muchos autores espirituales posteriores. Valga el recuerdo de esta reflexión de San Leonardo: “Para ayudar a mi debilitado Jesús, obligaron a un hombre a cargar la cruz por él. Lamentablemente, veo que yo soy ese Cireneo que a veces, aunque de mala gana, asume alguna Cruz, que Tu, Jesús me ofreces”.

Jesús y el Cireneo

Simón de Cirene ha pasado a la devoción cristiana y también a la ascética. Gerardo Diego manifiesta esta huella en su Viacrucis, concluyendo la V Estación:

«Pudiendo, Jesús, morir,
¿por qué apoyo solicitas?
Sin duda es que necesitas
vivir aún para sufrir.
Yo también quise vivir,
vivir siempre, vivir fuerte.
Y grité: -Aléjate, muerte.
Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo
y aún es tiempo de ofenderte.»

En un repaso a algunos hitos en esta sugerencia para el ascetismo en autores del siglo XX podemos recordar las palabras de R. Guardini, antes citado: “Pensaré en Simón de Cirene cuando llegue también para mí el momento de sentirme solo en el sufrimiento… Señor, en esas horas quiero que estés a mi lado”.

La relectura de Mt 25, 31-46, nos lleva a entender las palabras de Jesús en el Discurso del Juicio Final, para entender que llevar la cruz del otro, ejerciendo la misericordia, es llevar la Cruz de Jesús. Llevar la Cruz en aquellos en lo que Cristo parece estar más oculto, en tantos condenados que no pueden llevar su cruz. La espiritualidad de la teología de la liberación ha profundizado en las actitudes de Simón para el creyente actual, entendiendo la misión que tenemos de comprometernos con aligerar el peso de la cruz de los demás y a conocer las raíces de las mismas.

Simón de Cirene

La crisis sanitaria que vivimos nos muestra tantas cruces pesadas en los enfermos, los parados de larga duración, los desempleados, las mujeres vulneradas, las personas solas, los vulnerables económica y socialmente, las víctimas de toda forma de terrorismo o violencia, los migrantes y desplazados. No dejar de ser un motivo curioso que quien aligera el camino de la Cruz sea un migrante, un tal Simón de Cirene. M.J. Álvarez relee en su Simón de Cirene ayuda a llevar la Cruz de Jesús, esta condición de migrante de Simón: “Un extranjero es el único que viene en tu ayuda, Jesús, el único que viene en tu ayuda, Jesús, el único que se comporta contigo como un prójimo. Gracias, Señor, por esta lección: cuando todos me fallan, hasta mi propia familia y mis amigos más cercanos, ven tú a ayudarme en la persona del inmigrante. El extranjero despreciado por los que me están más cercanos, llega a ser mi buen compañero”.

Releyendo el tríptico en la Catedral de Burgos

Hecha esta reflexión seguimos caminando por la Catedral de Burgos en su VIII Centenario (en estas semanas clausurada su visita por la crisis sanitaria). En la Capilla de la Natividad se encuentra el tríptico que nos ha servido de portada. Nada sabemos de cuándo y cómo llegó a Burgos. La comparación de las tablas laterales con la central no evidencia que son obra de dos autores distintos, las semejanzas estilísticas entre los dos apóstoles son notorias, al igual que sus diferencias con la de Cristo. Parece lógico comprender que el tríptico sea el resultado de un montaje posterior a las tablas. Las de los apóstoles contienen referencias a la técnica de Pierre Pourbous. La central resulta especialmente original, sin duda de las últimas décadas del siglo XVI, por el uso de la luz y la factura de los paños que expresa la influencia de la pintura italiana en la flamenca.

Seguramente que la mirada nos resultará chocante al comprobar en la tabla central que el rostro paciente de Cristo contrasta con la figura que está tras la cruz y que en esta ocasión no es la imagen de Simón de Cirene, sino del Mal. El mal que personificado está representando la causa del peso de la cruz: el mal de nuestro mundo. ¡Pobre Simón de Cirene, tras todo lo bueno que nos sugiere! Casi resulta una broma…

Cristo

Junto a Jesús en las tablas laterales, dos representaciones conocidas: Santiago el Mayor y San Pedro. De alguna manera queremos ver en sus rostros y en su presencia, la ausencia de Simón de Cirene. Santiago, el apóstol de los pasos, nos recuerda “a uno que pasaba por allí”, a la condición peregrina de Simón. Se puso en camino, el texto de Lucas refiere que venía del campo… ¿en la víspera de la Gran Pascua, era labriego y volvía a esa hora del trabajo, las 10-11h de la mañana? ¿venía del campo, como labrador y se encuentra con quien en la mañana de Pascua será confundido con el hortelano? ¿Pasaba por allí, peregrinaba pues era oriundo de Cirene, estaba de paso por la Pascua? En fin, era peregrino. Y por ello se une a una marcha, avanza a una meta que no era suya pero que cambiará sus caminos. Como Santiago, a quien el autor representa meditando la Palabra. Abrirá desde el evangelio, caminos de fe para otros, empezando por los suyos. Como Santiago, Simón de Cirene, aprenderá el puesto junto a la Cruz es el Padre quien lo dispone. No le toca juzgar a quien está bebiendo el cáliz: Cristo en su Pasión. Él debe hacer el camino: proseguir, perseguir y conseguir.

Santiago el Mayor

Releemos la condición de Simón de Cirene desde las actitudes de Pedro en la Pasión. Él que había venido a la Jerusalén gozosa por Pascua, y se encuentra con el drama de una condena, también como Pedro sentiría el miedo por verse vinculado a Cristo en su camino al calvario ¿también a él podrían confundirle con uno de los suyos? ¿llevando la cruz sería el hazmerreír de otros, también por él lanzarían imprecaciones las mujeres piadosas, los viandantes? ¿también el recibiría las burlas, los golpes, el escarnio de quienes insultaban a Jesús?

Al llegar a la cruz… se vería liberado de todo ello, ¡por fin libre ante los ojos de los demás! Pero ¿cómo volver a la ciudad? ¿cómo contar a los suyos el drama del que había sido testigo? Quizá las lágrimas también fuera su primera queja por lo vivido, también su primer argumento. Y se sentiría Buen Ladrón, pidiendo estar en el Paraíso. ¡Qué no lo hubiera prometido Cristo si algo le hubiera pedido en este trance! Seguramente volvió gozoso a su casa, él era quien había puesto el peso de su vida en Cristo. Él era quien podía volver perdonado; había descubierto quién de verdad le amaba. Como Pedro, aprendió a que hay que estar dispuesto “a ir a donde otros te lleven” sobre todo si quien te lleva es Cristo en el imán de su cruz.

Una imagen para orar

Procura en esta próxima Cuaresma momentos significativos para interiorizar el paso de cuanto nos ocurre. Quizá no haya muchas posibilidades de poder hacerlo en grupo ante el cúmulo de tantas restricciones. No importa. Busca la paz del silencio que fácilmente harás en tu interior si dispone lo necesario.

San Pedro

Siéntete como Simón de Cirene. Tú también “pasas por allí”. Lo imprevisto te sale al paso. Caminas y es importante descubrir los encuentros que la vida nos depara, para acogerlos y hacerlos nuestros. Para aliviar, unirse a la marcha de otros que llevan cruz.

Repasa las formas del peso de la cruz en otros y en ti.

Siéntete peregrino y extranjero que no siempre eres aceptado como tantos “venidos de Cirene”. Cristo te acoge, acepta aunar tu cruz al peso de su Cruz.

Relee los gestos y las palabras referidas a Simón que desde los sinópticos hemos recordado. ¿Haces tuya la consigna del Señor que nos invita a tomar cada día (hacer modo de vida este esfuerzo) el “tome su cruz y sígame”?

¿Cuál es el peso de tu cruz que sólo Jesús puede aliviar? ¿Cómo te abrazas a la cruz de Cristo sabiendo que en ella hay tanto dolor hacia el que se solidarios?

En ocasiones es bueno dibujar, traza en un folio la forma de una cruz y escribe en ellas los nombres, la referencia a personas y colectivos concretos, a los que en esta Cuaresma quieres poner en la cruz de Jesús.

Tras unos momentos de silencio puedes recoger tu oración haciendo tuyos los sentimientos de este soneto de Rafael Prieto:

«Es tan grande la cruz que han preparado,
un dolor y una carga que supera
las fuerzas de Jesús y de cualquiera:
un hombre con la cruz, un derrotado.
Compasivo, Simón se pone al lado
de Jesús y su Cruz, que la madera
si se lleva entre dos, es llevadera,
y carga con la cruz emocionado.
Simón, el Cireneo, se agiganta,
es ángel que acompaña en el tormento,
que convierte la cruz en carga santa,
que derrama en la herida santo ungüento,
que ofrece siempre el hombro, siempre aguanta,
solidario de todo sufrimiento.»

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