Pondré mi mano sobre mi boca

San Jerónimo en su estudio

Guillermo Camino Beazcua, Presbítero y Profesor de Historia del Arte

«Dentro de tu grito en la cruz
caben todos nuestros gritos,
desde el primer llanto del niño
hasta el último quejido del moribundo.
Desde tu grito lanzado al cielo
encomiendan su vida en las manos del Padre
todos los que se sienten abandonados
en un misterio incomprensible.
Desde el desconcierto lanzado como queja
de los que experimentaron tu amor alguna vez
pero se sienten abandonados ahora,
y sólo en la lucha contigo esperan su salida,
desde todas las noches del espíritu,
llega hasta tus manos de Padre nuestro grito.»

«En este grito tuyo último,
dolor de hombre y dolor de Dios,
inclinamos agotados la cabeza
y te entregamos el espíritu,
cuando llegamos a nuestros límites,
donde se extinguen los esfuerzos y los días
y donde empezamos a resucitar contigo.»

Benjamín González BUELTA, La transparencia del barro, Santander 1989, p 38

 
Iniciamos un nuevo curso pastoral y lo hacemos sintiendo la presión de la mascarilla intelectual que atenúa alguno de nuestros gritos. Como Job parecemos rebelarnos a no hallar respuestas: !»¿Soy el Océano o el dragón para que me pongas un bozal?» (Jb 7,12) Como los discípulos en la barca preguntamos si al Señor no le importa que perezcamos en el oleaje que nos zarandea.

Alzamos gritos personales, individuales, sociales y colectivos. Gritos que necesitamos hacer llegar, pues ahogan cuando no se siente respuesta. Gritos que han desesperado a tantos en la historia del dolor provocado y del dolor infringido al inocente. Si nos parece justificado gritar, también es tiempo de saber que es necesario callar. Dice P. Ricoeur que el tema del dolor «desafía las certezas y los dogmatismos y nos lleva a entrelazar nuestros desconciertos. Tenemos tradiciones bien constituidas en lo que concierne al mal moral, al pecado, pero no las tenemos en absoluto en lo que respecta al mal padecido, al sufrimiento. El hombre pecador da mucho que hablar, el hombre víctima, mucho que callar».

Gritos que en este tiempo de silencio y pandemia no pueden ser un muro para seguir hablando. También es tiempo de callar y también es tiempo de susurrar palabras como las que en estos días se convierten en esperanza: fraternidad, lo que al otro le duele a mí me duele, es mi hermano/a.

Comienza un nuevo curso y en él debemos mantener la ilusión por seguir celebrando la memoria de tantas experiencias pastorales que nos deparan los próximos meses de misión en el 2020-21 que se inscribe en el transcurso del Año Santo Jacobeo, del año Santo Guadalupano y nivel más concreto en Castilla, el Octavo Centenario de la Catedral de Burgos. Como hijo de la Iglesia burgalesa quiero proponeros en los próximos artículos, seis miradas al patrimonio cultural y religioso de esta Catedral, Patrimonio de la Humanidad. En la Carta a la Diócesis de Burgos, con la que el Sr Arzobispo D. Fidel Herráez, anunciaba la celebración de este Octavo Centenario, invitaba a converger las diversas miradas que la Catedral suscita. «El arte, en sus diversas expresiones y manifestaciones, ha logrado en ella niveles que parecen insuperables. Sin necesidad de palabras, la contemplación dilata la mirada y el corazón, y despierta el anhelo por acceder a la fuente y al origen de tanta belleza, a la Belleza Suma, que es Dios».

«Nosotros, como cristianos, podemos descubrir aspectos sin los cuales todo esto no hubiera sido posible. En la Catedral se hace presente la herencia y el testimonio de miles de hombres y mujeres que la construyeron y mantuvieron, convirtiéndola en una realidad viva. La figura de la Catedral nos hace presente la innumerable nube de testigos que nos han precedido. Gracias a ella ampliamos y profundizamos nuestra experiencia de Iglesia: vivimos y existimos en una tradición viva, de la que hemos recibido una experiencia de fe, de comunión, de cooperación. Lo que recibimos como don debe ser asumido como tarea, como responsabilidad, para que nuestro testimonio pueda producir sentimientos, vivencias y expresiones semejantes».

Con este objetivo os propongo comenzar una primera mirada tomando como referente una pintura singular de la colección de arte hispanoflamenco que la Catedral custodia, en el deseo de aunar la vocación jacobea de este templo y su devenir en la historia de estos ocho siglos, os propongo la siguiente mirada:

San Jerónimo en el estudio

El título de la obra que os acompaña en este artículo recoge una de las actitudes más conocidas de San Jerónimo. Así su reflexión parece decir algo semejante a: pondré mi mano sobre mi boca, como se ha titulado este artículo. Esta es la actitud de fe que aparece en la Escritura cuando el justo conociendo la vulnerabilidad del ser humano, deja de exigir a Dios y confía en Él, como Job se dice: «He hablado una vez y no responderé más; dos veces y no volveré a hacerlo» (Jb 40,3-5).

San Jerónimo en su estudio

Le guía una actitud de lectura del sentido de la vida y de los acontecimientos esclarecidos a la luz de la Palabra. En estos meses de sufrimiento, agradecemos a quienes como Job en la Primera Lectura de las eucaristías de estos días, han leído la providencia de Dios sobre los acontecimientos personales y globales. También las palabras del Santo Padre en Tutti fratelli iluminan desde el compromiso fraterno la reflexión que hemos de hacer sobre la vulnerabilidad del ser humano, en ese límite tan próximo entre la vida y la muerte, la salud y la enfermedad… Como ha ido esbozando en su colección de mensajes en torno a Sanando el mundo, urge una mirada de sentido al momento que nos corresponde vivir. Es tiempo de volver al estudio, de tomar las lentes para mirar el mundo, de reescribir nuestro compromiso en la vida social, guiados por la Palabra a quien nuestra mirada cuestiona desde la debilidad de cuanto vivimos. Por estas razones os invito a entrar en el estudio de San Jerónimo.

Despedíamos el mes de septiembre con la memoria de San Jerónimo, de quien hemos recordado el 1600 aniversario de su muerte acaecida el 30 de septiembre del año 420. La Orden de San Jerónimo ligó de tal manera sus destinos a los de la suerte del monaquismo en nuestro país, que el declive de éste tras la Desamortización, dejó herida su presencia en nuestras Diócesis a tan solo un puñado de monasterios femeninos y una presencia heroica en El Parral de Segovia. No es excusa para que en el entramado cultural de España el aniversario ha transcurrido sin el eco necesario que la ocasión merecía, las Jornadas organizadas por la Universidad de Salamanca en febrero de este año, han sido un hecho relevante, pero puntual. Junto al loable recuerdo vivido en algunas comunidades, quizá el mayor tributo investigador de nuestro país a la figura de este gigante de la santidad y la cultura cristiana, fue el Simposio realizado años atrás, en 1999: La orden de San Jerónimo y sus monasterios 1/5-IX-1999. En dichas Jornadas se repasó la huella cultural de la Orden a través de sus Monasterios, algunos hoy destinados a otros usos civiles y culturales, otros alentados por otras familias religiosas (Guadalupe, Yuste, El Escorial…), los menos con presencia monástica de la propia Orden en sus dos ramas masculina y femenina (El Parral, Granada) y otros en continuidad de la orden femenina que los ha habitado desde siglos (¿quién no ha oído hablar de las Carboneras en Madrid, San Paula de Sevilla, San Pablo de Toledo, y el resto de monasterios dispersos por nuestra geografía?).

La presencia de la Orden en la provincia de Burgos legó dos monasterios diversos en su ubicación y finalidad. A las afueras de la ciudad, a imagen de otros monasterios urbanos, se encontraba el Monasterio de Fredesval y en uno de los hitos del Camino de Santiago, el monasterio y hospital de San Juan de Ortega. Como huella de aquella presencia podemos contemplar en la Catedral varias imágenes de San Jerónimo. Resulta singular la del San Jerónimo en su estudio, pintura al óleo sobre madera de roble, vinculada al taller de Joos Van Cleve. El tema de San Jerónimo en su estudio fue un tema muy demandado entre la nobleza culta de la época, como elemento decorativo de sus estudios y elemento que ennoblecía su preocupación manifiesta por las ciencias y las artes.

San Jerónimo en su estudio

Sabemos que este artista flamenco realizó al menos dos versiones de este tema: la versión hoy desaparecida, que reproducía el grabado de Alberto Durero, que aquí reproducimos y la versión del Mueso de Düsseldorf exacta en la composición del primer del lienzo y con el fondo en disposición en espejo a la versión burgalesa. La solución de Burgos, se repite en las versiones de otros seguidores (Quentin Metsys, Marinus y Van Hemesen). Una de las versiones más próximas es la conservada en la iglesia de Santa María la Mayor de Briviesca.

Como indicábamos, el tema tuvo una gran difusión en el siglo XVI en formato de grabados y lienzos. El propio Durero realizó versiones en grabado y también al óleo, como observamos en el ejemplar conservado en el Museo de Arte Antiga de Lisboa. Van Cleve adopta esta composición que simplifica las adoptadas por Antonello de Messina (National Gallery, en la que la figura del Santo se empequeñece inserto en un gigantesco despacho de estudio). Pedro Berruguete, junto a las versiones en plano de medio (Santo Tomás de Ávila y Museo del Prado) realizó una versión durante su estancia en Urbino, recortando el plano de Messina, pero aún en plano medio.

Grabado de San Jerónimo

Van Cleve coloca la mesa en un espacio coexistente con el espectador, estableciendo una mirada dialogante con el Santo Padre de la Iglesia. Sobre la mesa destaca el capelo cardenalicio sobre el que apoya un libro abierto, como signo de la preminencia de la Palabra. Atributos de su estudio son las lentes, la vela gastada en el candelabro, la pluma y el afilador. El dedo índice de la mano izquierda se apoya con fuerza sobre un cráneo, mientras la mano derecha sirve de apoyo a la cabeza, en el gesto de estar reflexionando sobre el valor de la vida y la muerte, tal como expresa su mirada perdida. Tras la figura del santo tres elementos contrastantes: la ventana abierta a la representación de un idealizado paisaje flamenco de tonos azulados y orografía recortada. A nuestra derecha un complejo reloj que compite en filigranas con el balaustre plateresco de la ventana. La ventana abierta representa el horizonte de la reflexión que el Santo realiza, no especula, “ha mirado al mundo” que previamente “había leído” en oración penitente, como parece descubrirse en la primera escena que aparece en el paisaje, casi imperceptible, en donde se ve a un penitente de rodillas a la entrada de su cueva, postrado ante la Cruz. Al otro lado de la cueva, una dulce escena de un ameno lago y un caballero que guía dos astados míticos (símbolo de las propias tentaciones del santo, vencidas en su oración). Al fondo la ciudad con sus encantos, representa la llamada a vivir el momento fugaz. Las tres escenas, son como un resumen de la vida del propio Jerónimo. Considera su propia historia personal.

Paisaje

El reloj amenaza con su paso inexorable la fugacidad de cuanto se disfruta. En este ejemplo, a diferencia de la versión de Düsselford no aparece la inscripción “Cogita More”: considera el morir. La arquitectura del reloj cobija cuatro figuras, tres de ellas semejan a Moisés con las tablas, David con la lira, y Salomón por el complejo gorro frigio. Sobre las horas suspendida aparece una figura sostenida por ángeles semejante a una Asunción. El reloj representa así la lectura de la historia de la Historia de la Salvación. Como elementos anecdóticos recorta el tono oscuro de la pared con la masa cromática blanca que aporta la toalla colgada de un soporte sostenido por dos bucráneos. Bajo el reloj un nicho horadado en el muro, cobija un recipiente en forma de pote de bronce dorado.

Reloj

En el centro sobre una repisa de la pared un nicho escavado en la pared sirve de capilla devocional que cobija a un crucificado rodeado de la inscripción: Adoramus te Christe et benedicimus te quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Esta tercera lectura, es la lectura salvífica, todo encuentra su sentido en la redención de la Cruz de Cristo. Y sólo desde ese centro, puede considerarse toda reflexión, desde la sabiduría de la Cruz.

Crucificado

El silencio tras el grito

La imagen de san Jerónimo que nos ocupa tiene un detalle que ha fascinado a las miradas atentas: el hundimiento simbólico de la frente del Santo. Algunos analistas ven un eco de El Bosco. Resulta una imagen expresiva: el cráneo ha reducido su volumen, como evocación de que la razón ha de dar paso a otro sentimiento. Ahora es tiempo de confiar y sentir la Palabra del Señor «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» (Lc 22,28). «Dichoso el hombre que aguanta en la prueba, porque una vez acrisolado, recibirá la corona de la vida que el Señor promete a los que le aman» (Sant 1,12).

San Pablo hace uso de dos palabras que expresan esa resilencia ante el dolor: «la paciencia y la magnanimidad: En toda ocasión nos comportamos como ministros de Dios, en toda paciencia, sufriendo, pasando estrecheces y angustias…(…) procedemos con magnanimidad, con bondad» (2 Cor 6,4. 7). Podrían parecer dos virtudes heroicas debidas al talante personal de unos pocos. Pero todo ello es posible para el creyente en Cristo, al hacer uso de una clave nueva: la comunión con Cristo: «conociéndole a él y la fuerza de su resurrección y la comunión en sus padecimientos» (Fil 3, 10).

Detalle de San Jerónimo

Hasta este punto nos ha guiado la actitud de San Jerónimo en esta obra que hoy acompaña Agua Viva. Concluyo con un detalle de la misma: La muerte, representada como una calavera rasgada, ha roto su voz, el dedo del Santo apunta dicha fractura. La muerte ya nada tiene que decir al que cree. Cristo ha desenmascarado su debilidad. Habrá que poner límite a su aparente discurso traído y llevado amantes de palabras oscuras. Ánimo, apuesta por la vida.

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