Trascendencia y oración

Orando

Francisco Castro, Diácono Permanente | En la presentación que hace el P. Pedro Rubio OSA, en la edición de las “Confesiones de San Agustín” traducida por el P. José Cosgaya, OSA (BAC 2010), afirma que vivimos tiempos parecidos a los que vivió S. Agustín allá por los siglos IV – V, cuando asegura, que: “…somos testigos de la decadencia de potencias imperiales y de desencantos políticos. De dualismos maniqueos y de humanismos pelagianos. De sectarismos donatistas y de escepticismos académicos. Son tiempos de muchos ruidos y de poco silencio. De muchas prisas y de poca interioridad. De muchas instancias confusas y de pocas referencias transcendentales”.

Después de más de quince siglos, no puedo estar más de acuerdo con todas estas afirmaciones. Hoy los imperios que de alguna manera dominan el mundo se están diluyendo. Puede que el motivo sea el cambio en la forma en que durante milenios la humanidad era sometida al dominio de los distintos imperios. Desde los más antiguos, como el imperio hitita, asirio, babilónico, persa, egipcio, griego, romano… hasta llegar a nuestros días, el nexo que permitía la existencia de estos imperios era sobre todo el poder militar.

Pero como digo, hoy las cosas han cambiado, quien domina hoy el mundo son otras armas diferentes, me refiero a la economía y a la información. Todos estamos viviendo como el mundo se enfrenta a un enemigo mucho mayor que el poder de las armas llamadas de destrucción global. Una pandemia está recorriendo el mundo de este a oeste, causando millares de muertes. Y a la mayor parte de los gobiernos lo que les preocupa no es el estado de salud de sus ciudadanos, sino la caída de la economía. Al igual que en tiempos de San Agustín los ciudadanos estamos cansados de ciertos políticos que anteponen sus intereses y los intereses económicos al bien común de los ciudadanos. Hemos llegado a oír que o morimos víctimas de la COVID19 o de hambre. ¡Como si el hombre sólo viviera de pan! (Mt 4,4).

Es cierto que en el mundo en el que nos ha tocado vivir, el ruido (salvo estos meses que hemos estado confinados en nuestros domicilios) y las prisas, llenan toda nuestra rutina diaria. Parece que si nos falta el ruido es como si algo extraño pasara, por no hablar de las prisas con las que vivimos el día a día. Llenamos nuestro tiempo a veces con cosas que realmente no nos aportan nada. Prueba de ello, es que, durante los meses de confinamiento, mientras estábamos encerrados en nuestros domicilios hemos descubierto el silencio y sobre todo, que en la vida podemos realizar muchas más cosas de las que cotidianamente realizamos en nuestro quehacer diario llamado “normal”. Gracias a esta circunstancia tan especial hemos podido redescubrir que tenemos una parte interior, una interioridad que como en tiempos de San Agustín parece que habíamos olvidado.

A mi modo de entender el ser humano tiene cuatro “relaciones vitales” sobre la que cimienta su vida: la primera de esas relaciones es consigo mismo. La segunda viene delimitada por su entorno vital (país donde nace, su raza, la época histórica en la que ha nacido…), la tercera es el entorno más cercano en el que desarrolla su vida (la familia de la que recibe las tradiciones, el trabajo, los amigos, las relaciones personales…) y la última y no por ello menos importante es la transcendente. Es decir, la relación que el ser humano tiene con la divinidad. Y es aquí donde vuelvo a San Agustín. Creo que el hombre de hoy se ha olvidado de esa “columna vital” de esa “relación especial” que es su relación con Dios. Y una de las consecuencias graves de ese abandono espiritual, de esta relación divina-humana, que yo me atrevo calificar de paterno-filial, es la exclusión de la oración.

Y esta falta de dialogo es grave porque la oración nos acerca Dios, es un acto de comunicación con Él, ya sea con palabras o en silencio. Orar es conversar con Dios. Orar es pedir la intercesión divina, es confesar nuestro amor por el Creador, es acción de gracias por los favores recibidos. La oración nos acerca al Padre. Jesús oraba a su Padre con frecuencia, enseñó el Padrenuestro a sus discípulos (Mt 6, 9,15). Nos invita que lo hagamos en secreto: “Cuando vayas a orar, entre en tu aposento y, después de cerrar la puerta ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,5-6). Pero Jesús también nos invita a que nuestra oración sea comunitaria: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Para Santa Teresa del Niño Jesús, la oración “es el impulso del corazón, es una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Vivimos tiempos difíciles, pero ¿cuándo han sido fáciles? Lo realmente importante es que no desterremos de nuestro ser la relación que tenemos con el Creador. Al contrario, hablemos con Él a través de la oración. Puede que como dice San Pablo en su Carta a los romanos: “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26), pero sí sabemos que la bondad de Dios es infinita y si le rogamos a Él nos dará agua viva que da la vida eterna. Sin olvidar la oración no se puede considerar como un instrumento para conseguir forzar a Dios a actuar, sino para que pedir como nos enseña el Padrenuestro que se haga su voluntad y que venga su reino.

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