El matrimonio fuente de fe

Recién casados

Francisco Castro, Diácono Permanente | Hace unas semanas leí dos noticias sobre el matrimonio y el nacimiento de niños en España. En un periódico de tirada nacional se informaba sobre el número de matrimonios y daba el siguiente titular basado en un informe de 2018 presentado por la Fundación Ferrer Guardia: “ocho de cada diez matrimonios en España ya son civiles”, y apostillaba la noticia con esta afirmación: “Las personas de entre dieciocho y veinticuatro años, el 48,90% se declara no creyente y supera al porcentaje de los que se consideran religiosos”. En cuanto al nacimiento de niños la información de otro periódico digital aseguraba que en España “cada año nacen menos niños y que cuatro de cada diez niños nacen de parejas sin casar”. En ambos casos se indicaba que la principal causa, era la secularización que está sufriendo la sociedad española en los últimos 30 años. No soy precisamente un entusiasta de las estadísticas, pero ante tal afirmación, no tuve más remedio que hacerme las siguientes preguntas: ¿Qué les pasa a los jóvenes para que se alejen del matrimonio católico? ¿Por qué deciden tener hijos fuera de él?

Vivimos en una sociedad que lo relativiza casi todo. Parece como si tuviéramos miedo al compromiso, a dar un sí para siempre a la persona que se supone amamos y con la que queremos vivir el resto de nuestra vida a través del matrimonio cristiano. Pero no sólo han descendido el número de personas que deciden unir su vida en una alianza matrimonial religiosa, también los matrimonios civiles se celebran en menor número. Hoy un elevado porcentaje de jóvenes prefieren vivir sin compromisos, sin ataduras, como si dieran por hecho que su relación no va a ser duradera. Si les preguntas la razón por la que no acceden al matrimonio, la respuesta en una gran mayoría de las ocasiones es que no creen que el matrimonio sea para toda la vida, que casarse y más hacerlo por la Iglesia es “cosa” de otra generación. Afirman que viviendo sin compromiso, si la “cosa” sale mal, cada uno se va por su lado y asunto zanjado.

Y no digamos que opinan sobre el tema de plantearse tener un hijo. Todos somos conscientes del descenso de la natalidad en Europa, con especial gravedad en España. Una de las causas aducidas para no ser padres es el tema laboral-económico, pero existe otra causa más egoísta, y lúdica: “tenemos primero que vivir nuestra vida”. Es decir, primero es vivir mi vida y después ya me plantearé lo de ser padres.

Como cristiano y padre me gustaría transmitir a esos jóvenes lo que la Iglesia Católica dice sobre el matrimonio en la Constitución pastoral Gaudium et spes (Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual. Concilio Vaticano II) en su número 48:

“El matrimonio queda establecido por la alianza conyugal o consentimiento irrevocable de los cónyuges, con el que uno y otro se entregan y se reciben mutua y libremente… Tanto la misma unión singular del hombre y de la mujer como el bien de los hijos exigen y piden la plena fidelidad de los cónyuges y también la unidad indisoluble del vínculo… Por su propia naturaleza, la misma institución del Matrimonio y el amor conyugal se ordenan a la procreación y educación de los hijos, y con ellas se coronan logrando su cima, ya que son en realidad el don más excelente del Matrimonio y constituyen sobre manera al bien de los mismos padres”.

Estas afirmaciones sobre el matrimonio que nos indica la Iglesia, es decir, que el matrimonio es la unión consentida e irrevocable del hombre a la mujer y viceversa, que en el matrimonio la fidelidad es una muestra de esa unión consentida, que va unida a la indisolubilidad del mismo y que la cima del matrimonio son la llegada de los hijos, nos dan como resultado lo que llamamos la “familia”. Y aquellos que hemos puesto a Cristo en medio de nuestro matrimonio, formamos la “familia cristiana” que por la presencia del Señor se convierte en “Iglesia doméstica”, donde los padres debemos ser los primeros anunciadores de la fe a través de nuestras palabras, y especialmente con nuestro testimonio. Vivimos momentos muy difíciles para la fe. El mundo que nos rodea es hostil a la fe católica, por ello la importancia de las familias creyentes, que como faros de una fe viva, y como ejemplo al resto del mundo, debemos mostrarnos como verdaderos anunciadores del Reino de Dios.

Creo que si conseguimos dar testimonio de nuestra fe, si somos capaces de trasmitir a estas nuevas generaciones que la entrega a nuestro esposo o esposa no es sólo el resultado de haber pasado toda una vida juntos, sino que al insertar en nuestro matrimonio a Cristo podemos asegurar que la felicidad, que el compromiso de entrega y de amor mutuo es mucho más satisfactorio que sólo pensar en uno mismo.

Son tiempos complicados para la fe, pero como “familia cristiana” como “Iglesia doméstica” debemos ser la luz que ilumine a ese porcentaje de juventud, para indicarles que el camino del matrimonio cristiano no es para nada “cosa” de otra generación y de esta forma animarles a que en su unión abracen a Cristo fuente de todo amor. Y recordarles que el matrimonio es la fuente de la fe para los hijos que son el tesoro con el que Dios bendice a los esposos.

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