Obstáculos en la oración (V)

Velas

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | La otra ley también aplicable a la vida de oración es la del agua corriente. Quiere decirse con esto que el agua corriente bajo los rayos del sol, si corre suficientemente, acaba por purificarse. Y esto tiene una gran aplicación a la vida de oración y a otros aspectos espirituales también. Si yo el agua la detengo y la paralizo para purificarla, la enfango porque al pararla la contamino más. En cambio si la dejo correr bajo los rayos del sol, esa agua sube otras veces baja, unas veces lleva alguna impureza y salta y va dando por las piedras y las rocas, subiendo y bajando… Después de un cierto tiempo, en que va corriendo así bajo los rayos del sol, acaba por estar limpia, por purificarse. Algo así es la vida de oración respecto a estas impurezas. No hay que detenerse para querer purificarlas a la fuerza, como deteniéndonos en un momento y acabar con toda la contaminación que existe en esta oración mía; si no dejarla correr en la presencia de Dios. Dejarla correr, una veces más imperfecta y otras menos, saltando, subiendo, bajando… pero en la constancia de quien va viviendo esa oración en la presencia de Dios que se va purificando. Esta es la ley del agua corriente en nuestra vida espiritual.

Pues bien, esto respecto al tema de las distracciones. Vamos a decir también una palabra sobre el tema de la sequedad en la oración. Ya indicábamos, al principio, que la falta de ganas para empezar toca con este punto de la sequedad. Nos detenemos un poco más para decir algo de este fenómeno de la sequedad, tan frecuente en la vida espiritual y en la vida de oración. Frecuente pero que nunca debe dejarnos despreocupados, ni tomarlo simplemente como algo normal contra lo cual uno no actúa.

La sequedad espiritual suele llevar consigo una especie de desgana, de depresión, una especie de falta de espíritu de fe o más bien debilitación del espíritu de fe. Surge, pues, así en nosotros, y esa debilitación del espíritu de fe sucede cuando falta la ayuda del gusto sensible y concreto. Al sentir uno esa sequedad, fácilmente viene con ella una tentación. La tentación de crear artificialmente el encuentro con Dios, que es tentación peligrosa. Al ver que uno no encuentra a Dios puede esforzarse de tal manera que artificialmente llegue a crearse imaginariamente algo que es un ídolo de la presencia de Dios, pero es por el afán que tiene de que lo debe sentir. Esto es peligroso, porque puede llevar a un engaño espiritual. Hay que saber tener paz, hay que saber aceptar (no digo resignarse a ella pues vamos a luchar), no forzar las cosas, no llevar al ser humano a una violencia que incluso llegue a crear artificialmente, subjetivamente, lo que debe ser una realidad verdadera y objetiva.

El caso es que, si uno va por ese camino de forzar le asoma siempre el peligro de acortar la oración, e incluso, movido por ese estado interior de aridez, permitirse infidelidades en la vida real, en la vida de oración… permitirse el estar negligente en ella, en no atender a las inspiraciones interiores, en no cuidar el recogimiento interior ante el Señor. Este es el peligro de esa sequedad. Sequedad, a veces, originada por infidelidades que, a veces, hemos cometido en nuestra vida, otras veces permitida por el Señor, pero que el demonio aprovecha para tentarnos hacia estas tendencias que vayan minando nuestra vida de oración.

El gran peligro está en que la negligencia, a la que nos lleva la sequedad, pueda conducir rápidamente al hombre de la aridez sensible a la aridez del corazón. Aquí es donde tenemos que estar con suma atención. La aridez sensible es la falta de gusto sensible, la aridez del corazón es la falta del gusto del corazón. Vamos a explicar esto. La aridez sensible, en sí, no es peligrosa, la del corazón sí lo es. Vemos fácilmente la diferencia. Muchas veces podemos decir ‘voy con gusto a la oración’, y no obstante, en la oración me aburro. Incluso puedo decir ‘dentro del aburrimiento, yo estaba con gusto’. A no ser que me quite el gusto la preocupación de si yo soy negligente, si debería pensar algo, si debería buscar otros caminos de meditación o algo que me sacara de esa especie de sequedad interior. Ese ‘ir con gusto a la oración’ es lo que llamamos gusto del corazón. Perder el gusto de la oración no de lo que en la oración yo puedo sentir, que es distinto. El gusto de la oración es lo que puede significar algo ya más peligroso para nosotros.

En la vida espiritual sucede esto: nuestro trato con Dios es sustancialmente estar con El, lo que El más quiere de nosotros es que estemos con El. Ahora bien, para estar con El mi instrumento próximo no es mi pensamiento sino estar con El. Dios no tiene necesidad de mi pensamiento. El tiene una cabeza mucho más brillante que la mía. Lo que El quiere es mi amor. Entonces, a nosotros nos gusta tener el entendimiento ocupado porque esas ideas, más o menos claras, le dan una satisfacción al entendimiento; y esos afectos explícitos dan también una satisfacción a nuestra afectividad. Entonces, tenemos una postura sustancial y unas potencial que tiene sus objetos y que son felices cuando obtienen el objetivo que ellas desean, ocupando esas potencias en sus objetos concretos. Ahora bien, esos objetos concretos –que no son los que nos unen con Dios, sino que es algo que está más dentro de eso lo que nos une–, nos engolosinan. La imagen que puede ayudarnos es esta: hay gente que no puede estar sin fumar, y está conversando pero fumando, o no pueden estar sin comer pipas. Pues bien, hay un momento en que el Señor les quita el cigarrillo y entonces dice ‘es que estoy muy seco’, pero es la sequedad de no tener ese gusto, eso que le está ocupando. Las ideas son como el cigarrillo o las pipas que le están ocupando, y llega un momento que el Señor lo quita. Entonces el entendimiento se queda como aburrido y tiene la impresión de sequedad. Lo mismo le pasa a los afectos concretos. El Señor los quita y como los afectos son una satisfacción pues ya no la tiene, y queda solamente el afecto sustancial. Queda el estar con el Señor. Y esto lo quiere el Señor, para que El sea el centro de todo nuestro querer; sólo El, El mismo. Esto es un camino normal en el proceso espiritual.

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