La oración cristiana (XI)

Espíritu Santo

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Hay dos palabras que pueden parecer antagónicas en san Juan. Una cuando en el capítulo cuarto habla con la samaritana y le dice: ‘Si conocieras el don de Dios tú le pedirías y Él te hubiera dado una Agua Viva’. Traducido por ‘te daría (ahora) una agua viva’. Y la otra en el capítulo siete cuando hablando de ‘el que tiene sed venga a Mí y beba’ dice: ‘esto lo decía del Espíritu que recibirían los que creyeran en Él. Todavía no había Espíritu porque Jesús no había sido glorificado’. Entonces si comparamos estos dos pasajes aparece un contraste. Allí (a la samaritana) le promete que le dará entonces el Agua Viva, y en el siguiente texto dice que esa Agua significa el Espíritu que iban a recibir pero que la recibirían más tarde, cuando fuera glorificado los que creyeran en Él.

Escrutando los textos tenemos que comprender que esa Agua Viva es en el primer caso la Palabra de Jesús, la Palabra de Dios. Y ahora esa Agua Viva se hace viva en una fuente que salta hasta la vida eterna, una fuente que en el interior brota cuando por la acción del Espíritu Santo se interioriza. Jesús da pues su Palabra con alguna –podemos decir– participación del Espíritu Santo. Pero el Don del Espíritu vendrá después, y cuando venga el Don del Espíritu, esa Palabra de Jesús se interiorizará, se hará transformativa interiormente. Entonces es cuando vivirás y conocerás el misterio de Cristo, la profundidad del misterio de Cristo.

Pues bien, ésta es nuestra ocupación en la meditación, en la contemplación meditativa. El objetivo es siempre la Palabra de Dios. Se trata de reflexionar en espíritu de fe sobre esa Palabra de Dios para que el corazón se compenetre de ella. Es como reducir a una formula lo que el Evangelio nos observa sobre María: ‘María conservaba todas estas palabras rumiándolas en su corazón’. Ahí vemos a María como el gran modelo de la contemplación del misterio de Cristo. María asiste a este misterio. Ese misterio le cala, la penetra dentro. Pero luego ella queda rumiando ese misterio en su corazón. Y el rumiar no es solo una actividad humana, no; es volver sobre ello con la acción del Espíritu Santo que le ilumina sobre el sentido de la revelación de Cristo. Es muy hermoso entender la analogía de nuestra meditación con la meditación de María. Cuidado, analogía.

María, por ejemplo, nos recuerda el Evangelio de san Lucas en diversos momentos que conservaba estas palabras en su corazón. Uno de los momentos es cuando Jesús queda en el Templo. Dice expresamente: ‘Ellos no entendieron aquellas palabras’. Después ellos se volvieron de Jerusalén, se volvieron a Nazaret. Y allí durante aquel tiempo de vida oculta, Jesús les estaba sometido. Y dice al final: ‘María conservaba todas estas cosas en su corazón’, rumiándolas en su corazón. Es la acción de esa meditación de María, meditación espiritual de María conviviendo con Cristo, y sin embargo rumiando con una luz interior, la que le hace vivir cada vez más intensamente su convivencia con Cristo y le hace entender por la presencia misma de Cristo la profundidad del misterio que ahí se contiene: que Jesús es el Hijo del Padre. Pero vivido, experimentado. ‘¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre…?’ Con unos proyectos a la mente humana incompresibles. Y cuando iba viendo a Jesús que se le había manifestado así como Hijo del Padre y luego lo veía así en la vida ordinaria, ella quedaba llena de silencio, de respeto hacia aquel Niño que había manifestado aquel destello que le iba penetrando cada vez más hondamente por la acción del Espíritu y uniendole más profundamente con Jesús.

Algo de eso es lo que sucede en nuestra vida. Nosotros vivimos con Cristo, vivimos con Él, pero cuando Él de alguna manera nos deja captar un destello de su misterio es necesario rumiar esa Palabra. Ha venido con una palabra, esa Palabra del Evangelio, una palabra de la Iglesia, una palabra de un libro, una palabra de una persona que nos ha comunicado unas ideas sobre Jesús y queda uno rumiando, rumiando, estando con Jesús. Estando con Él, rumiando con una actitud abierta, no poniendo todo en la disciplina con la cual yo discurra y piense los argumentos que yo diga, que yo siga. No es eso. Es ocuparse con esa Palabra amorosamente, dejando que por la acción del Espíritu Santo penetre dentro de nosotros y al penetrar dentro de nosotros nos transforme, nos asemeje a Cristo, nos de criterio de Cristo, nos haga verlo todo a la luz de ese amor de Cristo.

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