La oración cristiana (VI)
, Ex director Nacional del APOR | ¿Cómo habla Dios al hombre? Aquí entramos en el misterio de la Palabra de Dios, y de la palabra en general. Es un misterio maravilloso. San Ignacio, en una de sus cartas a Sor Teresa Relladel, a la que había conocido en sus tiempos de Manresa y Barcelona, y luego estando ella en París también la escribió alguna carta espiritual, le habla –para iluminarla un poco– de dos lecciones que el Señor acostumbra a dar o permitir, la una da y la otra permite.
La que da es consolación interior ‘que echa toda turbación, trae a todo amor del Señor, y a quienes ilumina en tal consolación, es a quienes descubre muchos secretos y más adelanta’. La otra elección es la desolación que permite. Y luego añade más adelante ‘ahora resta hablar lo que sentimos leyendo de Dios Nuestro Señor’. Esto es, lo que sentimos (consolación o desolación) ¿como lo hemos de entender? ‘Y entendido sabernos aprovechar’.
Acaece que muchas veces el Señor nuestro mueve y fuerza nuestra ánima a una operación u a otra abriendo nuestra ánima. Mueve y fuerza abriendo nunca estrechando. Abriendo quiere decir siempre receptividad, comunicándose El, dilatando y ensanchado el corazón. Es a saber hablando dentro de ella sin ruido alguno de voces. ¿Cómo? Alzando toda a su divino Amor. Ensanchándola, elevándola, poniéndola más en su presencia. Y nosotros a su sentido, aunque quisiésemos, no podemos resistir, no podemos menos de saber lo que nos quiere decir. Esto es un hablar.
No es pues una excepción cuando el Señor en ciertos hechos maravillosos, por ejemplo Lourdes, Fátima… habla a unas criaturas suyas. Puede ser extraordinario el camino por el que habla pero el hecho de que hable es normal, porque el Señor normalmente habla. Lo que pasa es que hay que escuchar y tener los oídos abiertos. Recuerdo el caso de aquella religiosa que tenía una niña en la escuela de unos 6 o 7 años que solía decir con mucho aplomo ‘a mi Jesús me dice en el corazón que no debo ser envidiosa…’, ‘a mi Jesús me dice (tal cosa…)’ exponiendo unos principios realmente buenos. Y un día la religiosa, cansada ya, le dijo ‘mira niña le vas a decir a Jesús que también a mi me hable, que no me habla nunca’ y dice que la niña la miró con unos ojazos, y le dice ‘pero madre, si Jesús habla siempre, será que usted no le oye’. Y me dijo la religiosa: ‘fuel la mayor lección de mi vida’. Pues bien, hay una palabra del Señor, hay una palabra que nos habla.
Ya hemos insistido anteriormente en que debemos vivir en la presencia de Dios y que este es el elemento de la economía nueva, del Nuevo Testamento y hemos tratado de matizar lo que lleva consigo ese vivir en la presencia. Pues en la base de ese vivir en la presencia, está la vocación, la llamada. No podríamos entrar en el nivel de presencia si gratuitamente el Señor no nos introdujera llamándonos. Es claro pues, que antes de vivir en la presencia puede darse una oración en sentido, sobre todo, de petición. Utilizando imágenes humanas que siempre nos ayudan e iluminan, diríamos que hay un cierto recurso a Dios que podría asemejarse a lo que sucede a quien vive en las cercanías, por ejemplo, del Vaticano. Y de vez en cuando se encuentra con el Papa que sale a la ventana o baja a la Basílica de San Pedro y dialoga con él, en cierta manera, para volver enseguida a la vida desenvuelta bajo las construcciones del Vaticano, en las calles y en la vida normal de aquellos barrios que rodean el Vaticano. En este caso tendríamos una llamada a un coloquio, pero una llamada que saca de un nivel de vida momentáneamente estableciendo ese contacto dialogal. Momentáneamente se pone en la presencia, por lo demás está bajo una mirada superior o podemos decir, bajo la protección, pero no está viviendo en la intimidad.
Esta primera oración que podríamos llamar y que tiene un carácter indudablemente de más transitoriedad y brevedad, presupone que el Papa se asome a la ventana; presupone esa iniciativa de Dios. Que el Papa baje a la Basílica y admita a ese diálogo. En este sentido también aquí se presupone una llamada, una vocación. Es una palabra del Señor, de llamada, de revelación, que está en la base de esa oración.
Pero cuando hay una llamada que nos invita a vivir en el interior del Palacio Vaticano, a vivir habitualmente sirviéndole en su presencia, y dentro de esta habitual manera de moverse en su presencia hay momentos de una audiencia personal más intima, más comunicativa. De este aspecto es la oración cristiana en el sentido pleno. Es la oración del que vive en la presencia del Padre, en Cristo, por el don y actuación del Espíritu Santo.
Y si aquella primera forma, decíamos, presupone una llamada, con mucha más razón esta segunda forma que es llamada a la vivencia habitual y continuada en la intimidad de la presencia de Dios. Si bien, hay una llamada a intimidades diversas que es lo que señala grados sucesivos. En el capítulo 14 de san Juan dice Jesús ‘en casa de mi Padre hay muchas moradas’ esto es, hay muchos niveles de presencia, niveles de intimidad.
Esa palabra de llamada a la intimidad estable y círculos más íntimos nos coloca en una situación de conversación habitual donde nosotros vivimos. La vida no es una simple unión física si no que es conversación, comunicación permanente. Hay pues en ese estado, en esa vida, una unión y una conversación correspondiente a esa unión. Hay una admisión a nivel de presencia y una conversación correspondiente a ese nivel de presencia, diríamos pues, una unión y una comunicación de esa unión que a veces, en los escritos de san Juan, se designa con el nombre de comunión. Unión y comunicación de unión.
Para esto se nos da el Espíritu Santo, para que estando en nosotros, dentro de nosotros, haga viva, interiorice en nosotros la Palabra de Dios.