Ser cofrade es…

Virgen de la Alegría de Valladolid
Fotografía: Iglesia en Valladolid

Sara Tardón del Cura | Hace veintiún años, y como venía siendo tradición en mi familia, mis padres decidieron hacerme cofrade. Tenía tan solo dos años cuando me vistieron por primera vez de azul y blanco, los colores de la Inmaculada Concepción, un entrañable Domingo de Resurrección. Arropada por mi familia, acompañé por vez primera a Jesús y Su Madre a su alegre encuentro, y más alegre yo si cabía, por poder celebrar de aquel modo la Resurrección del Señor. Aquella vez sería la primera de muchas.

Poco a poco mis padres me fueron enseñando la historia de Jesús, y qué mejor forma de hacerlo, que pateando las calles de Valladolid en Semana Santa. Una tras otra fui recorriendo las procesiones de su mano, buscando al Señor en cada momento de su Pasión. Agité mi palma con entusiasmo cuando cada Domingo de Ramos Jesús pasaba por mi lado montado en la borriquilla. Aprendí a rezar el rosario a costa de acompañar a mi Cristo Atado a la Columna cada Lunes Santo, ¡y qué emocionante era verle asomar por esa puerta tras un año de espera! Desde la acera, veía peregrinar a mi cofradía cada noche de Martes Santo hacia la Pilarica, deseosa de hacerme mayor para poder alumbrar a Jesús yo también. Me asombraba cómo el Señor parecía caminar solo entre los penitentes, cómo su mirada se alzaba al cielo, cómo los cofrades con esos altos capirotes y pies descalzos avanzaban silenciosamente y al toque de esa campana llevada a hombros, invitaban a rezar.

Los días avanzaban y junto a Jesús Nazareno comprendía qué era aquella palabra tan extraña que denominaban Vía Crucis. Veía a San Pedro llorar tras haber escuchado tantas veces la historia de su arrepentimiento, por haber negado a Jesús. La mañana del Jueves Santo, me fascinaba la emoción con que los universitarios cantaban al Cristo de la Luz y bien pronto en la tarde, acudíamos, a contrarreloj, a los oficios y rezábamos ante el Santísimo en el monumento de nuestra parroquia. Al acabar, corríamos a la puerta de los juzgados para buscar al preso que era liberado a los pies de la Virgen de la Piedad. Después, íbamos al encuentro de la Sagrada Cena mientras mis padres me explicaban el gran misterio que entrañaba aquella composición y que algún día, me decían, cuando hiciera la Comunión, comprendería mejor.

Entonces, con la oscuridad absoluta de la noche, Jesús moría y avanzaba sin vida portado a hombros por sus cofrades. El Viernes Santo por la mañana los jinetes recorrían la ciudad para anunciar la muerte de Jesús y fue entonces, en la plaza mayor, cuando aprendí las Siete Palabras que Jesús dijo desde la Cruz. A la tarde, volvía a ponerme el hábito, y las calles de la ciudad se convertían en la mejor catequesis. Entonces, Valladolid se convertía en una gran misionera y mostraba el Amor de Dios a todo el que pisaba sus calles, a través de la Pasión. El Sábado Santo la ciudad era silencio absoluto hasta la Vigilia Pascual, cuando la Iglesia volvía a resplandecer a la luz del Cirio Pascual, ¡Jesús había resucitado!

Poco a poco fue pasando el tiempo, y llegué hasta hoy. Dios, a través de mis padres, quiso que fuera cofrade y no puedo sino dar las gracias. No hay Cuaresma en la que no cuente los días. No hay rincones que no evoquen recuerdos. No hay olor a incienso que no me transporte a nuestra Semana Santa. No hay año que no desee cubrir por fin mi rostro con el capirote y comenzar mi oración, la que surge paso a paso en forma de perdón, de ruego, de agradecimiento. Mirar la espalda de Jesús, sus manos atadas a esa columna, y saberme atada a Él de por vida o hundirme en Su Humilde mirada y a través de María, orar por los preferidos de Dios, los pequeños, los indefensos, los pobres, los enfermos…

Ser cofrade me ha ayudado a crecer en mi fe, a ser valiente y no avergonzarme de seguir a Jesús, incluso en tiempos en los que ser joven y creyente no está muy bien visto. Ser cofrade significa dar testimonio de Dios en la calle. Ser cofrade es misión y por ello, ser consciente de la suerte de poder profesar la fe libremente. Ser cofrade es compromiso para seguir transmitiendo el mensaje de Dios, de Amor, Perdón, Caridad. Pero ser cofrade también es no caer en la facilidad de seguir a Jesús solo una semana, porque ser cofrade es participar en la mesa del Señor los domingos, buscar a Jesús cada día en los demás y ser las manos de Dios donde Él las necesite. Porque uno no es cofrade una semana, sino todos los días del año.

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