Jesús, amigo que nunca falla

Papa Francisco

Carlos Gallardo | Cada vez que me acerco a un sagrario, antes de llegar al banco, ya me ha dado Jesús los buenos días, ya me ha dado la bienvenida, antes casi de haberme sentado, me ha preguntado: “¿qué tal estás? ¿Qué traes en la cabeza, qué te pasa, porqué traes esa cara, que te preocupa, que te acongoja? Ven a mí, deja que te dé un abrazo, ya verás que pronto se te pasa. Ya verás como enseguida te sientes mejor”.

Jesús es el amigo más educado que conozco, es el ‘cristiano’ más amable, el más cariñoso, el más comprensivo. No me juzga, no me mira por encima del hombro, y de veras es mi mejor amigo, es el más fiel. A menudo pienso que debería aprender mucho de Él. Siempre y sin parar tiene detalles conmigo. No se olvida nunca de mí, me felicita la Navidad con su nacimiento, me trae regalos cada día al despertar, me da las gracias hasta sin merecerlas, es paciente con mi forma de ser, me escucha siempre, –Jesús, desde que no vengo a verte, hace ya días, es que estoy muy liado con el trabajo…– Él siempre me recibe, me disculpa y me atiende, siempre responde a mis mensajes. Jesús no es como nosotros. Nunca se olvida de mis necesidades. –Jesús, por favor, si tu pudieras concederme esto que estoy necesitando–. Enseguida se pone con ello y no para hasta que me lo consigue. A veces tarda un poco y tengo que esperar, pero un día me sorprende y me muestra todo hecho. ¡Cuánto tenemos que aprender de Él!

A Jesús no le importa mi aspecto, si soy guapo o feo, gordo o flaco, sano o enfermo, si voy bien vestido o cubierto de harapos, si trabajo en una oficina o estoy pidiendo en una esquina sin trabajo. Le da igual si tiene que saltarse el protocolo e ignorar a los guardias de seguridad y a la multitud para acercarse a mí y darme su mano y su abrazo. Pienso que Jesús debe estar muy contento con el Papa Francisco, porque éste se parece mucho a Él. Está tan pendiente de todo y de todos: del pobre, del rico, del obispo, del sacerdote, del cristiano, del que no cree en Dios, del que cree en otra religión,…

Si cada vez que nos cruzáramos con un hermano necesitado de cariño, necesitado de pan, necesitado de vestido, necesitado de trabajo, necesitado de consuelo o comprensión, pensáramos: ¿qué haría Jesús, qué diría Jesús?

Hace ya unos cuantos años, llegó a mi parroquia un sacerdote recién ordenado. Este invitó a unos cuantos jóvenes a tener algunas actividades en la parroquia. Empezamos con él doce jóvenes, después cada uno se fue contagiando de la alegría de Jesús y del Evangelio y fuimos invitando a otros amigos, aquel grupo empezó a crecer, hasta que fuimos muchos jóvenes dispuestos a seguir las huellas de Cristo. Aquel suceso me cambió la vida para siempre y también cambió la de mis amigos. Algunos ahora son sacerdotes, otras religiosas, también matrimonios cristianos. Han pasado los años y todavía lo recuerdo como si fuera reciente.

Entro al templo del Corazón de Jesús y miro hacia el sagrario y pienso en todos ellos. Toda mi vida le daré gracias a Dios por todo lo vivido, llevo a cada uno de mis hermanos a cada rato de oración. El testimonio de cada uno me ha calentado el corazón, me ha dado ánimo para seguir, por eso le pido a Jesús que no permita que ninguno se extravíe. Necesito de cada uno ahora. Si pensáramos lo importante que es el buen ejemplo cristiano de unos a otros, no descuidaríamos tanto la vida de nuestros hermanos.

Por esto, debemos gritar el nombre de Jesús sin miedo, abrir las puertas de los templos, llenarlos de luz, la luz y la alegría de Jesús debe sentirse en la calle, no debemos guardarla dentro de la iglesia, sino transmitirla con nuestro testimonio y nuestro ejemplo, que no es otro que el ejemplo de Jesús. En un cuerpo, cada órgano depende de los otros; en la Iglesia también dependemos unos de otros. Jesús siempre tiene un gesto y una palabra amable para cada uno, hasta para aquellos que no le conocen. Nosotros debemos seguir su ejemplo, ser alegres, amables y delicados con todo aquel que se nos acerca para así poder extender la música y el canto de Cristo.

Anterior

Dios te salve, María…

Siguiente

La perfecta alegría es vivir la misericordia del Señor