La gallina confiada
| Mamá Gallina adoraba a su polluelo, quería a su polluelo, amaba a su polluelo. Su instinto de madre la llevaba a protegerlo de manera sublime: se adelantaba a todos sus movimientos, a todas sus palabras… Era impensable una caída pues allí estaba ella para poner sus plumas a modo de colchón suave. Y si alguna gallina del corral se quejaba a mamá Gallina por alguna trastada de nuestro pequeño polluelo, allí estaba ella amenazadora para defenderlo con las alas abiertas y un cloqueo agudo aunque no tuviera razón. Hasta tal punto era superprotectora de su pequeño, que jamás le había hablado de los peligros que podía sufrir ni le había enseñado a defenderse. Así, cuando algún lobo se acercaba al corral le tapaba los ojos, lo metía bajo su ala y dándole la espalda al feroz animal fingía que no ocurría nada. De modo que nuestro pequeño pollito crecía sin tener ni idea de cómo era un lobo.
Un día, en un despiste, el granjero dejó abierta la puerta del corral. El pollito aventurero y sin pizca de temor aprovechó el único y breve momento en que mamá Gallina había apartado su vista de él para salir corriendo a través del bosque. Sin miedo a su soledad se encontró con un lobo quien, al verlo, comienza su táctica para hacerlo su presa. Sin embargo, el lobo descubrió en el polluelo un punto que no había visto en ningún otro pollito: ¡no le temía al lobo! De tal forma era confiado aquel, que ajeno al peligro, comenzó a hablar amistosamente con el lobo.
El lobo astuto pensó: “Si me como ahora el pollito no me saciaré, pues su cuerpo es demasiado pequeño, no me alimentará lo suficiente y en seguida tendré hambre. En cambio, si le sigo la corriente y me gano su confianza, podré ver cómo crece y, cuando esté en su mejor sazón, me abalanzaré sobre él y será el mejor manjar que jamás haya probado”. Así fue como el pollito y el lobo se convirtieron en los mejores amigos del bosque. Incluso cuando algún otro lobo pretendía apresar al pollito, el sabio lobo lo defendía mostrando sus colmillos sin que el pequeño se percatara de lo sucedido.
Pasó el tiempo y el pollito se convirtió en una joven y hermosa gallina confiada que ponía feliz sus huevos con los que alimentaba a su amigo el lobo, mientras él le traía con qué alimentarse. Un día apareció por el bosque un alegre patito. Correteaba feliz entre las flores y arbustos cuando advirtió la presencia del lobo. Enmudecido se escondió tras los centenarios árboles, pues su madre le había mostrado todas las dificultades con las que se podía encontrar en la vida e, incluso, lo había llevado a conocer de cerca -aún a pesar de los peligros que corrían en ello- a sus depredadores más feroces. Sabía así que ese astuto animal que tenía delante no era, ni mucho menos, su amigo y sabía también que nunca podría confiar en él por muchas artimañas que el lobo intentase. Por esta razón, el patito se escondió inmóvil entre las hojas esperando que pasase el peligro, mientras observaba sorprendido la extraña y poco común actitud de la gallina y el lobo.
Cuando el lobo se ausentó para salir a cazar, el patito salió de su escondrijo y, dirigiéndose a la gallina le dijo:
– ¡Corre, estás en peligro!
– ¿Y eso por qué? –preguntó extrañada la gallinita.
– Durante generaciones el lobo siempre ha sido tu peor enemigo -respondió el patito- ¡Debes escapar!
– Ja, ja, ja -rio la gallina- estás en un gran error. Ese animal es mi mejor amigo, siempre me ayuda y sé que puedo confiar en él.
– No te lleves a engaño. ¡Es un lobo! No te dejes llevar por su astucia –replicó el patito.
– Que sí, verás. Quédate un rato y te lo presento, verás como tú también serás un buen amigo.
– Que no, que no, ¡debes evitar su presencia!
– Que sí, no seas tonto.
– Que NO.
– Que SÍ.
En esa discusión estaban cuando apareció el lobo quien al ver a los dos juntos se dijo: “¡Menuda suerte tengo!, no solo poseo una hermosa gallina para comer sino que esta noche cenaré también pato”. Entonces el lobo, sin pensar ni por un momento en la amistad de la gallina, se abalanzó sobre ella. Pero el patito, que lo había visto llegar, tiró rápido de ella y los dos escaparon velozmente levantando una gran polvareda y evitando así ser devorados.
Cuando llegaron al corral del patito, este se acercó a mamá Pata, le contó lo sucedido y, todavía nerviosos los dos, buscaron la seguridad en ella. Mamá Pata miró fijamente a la gallina y pudo reconocer en ella una cara familiar. Efectivamente, era igualita a mamá Gallina, su amiga en la granja desde bien jovencitas. Como conocía lo sucedido en la familia de la gallina, mamá Pata sentó a la joven gallina y al patito y con una segura y dulce voz les explicó que una madre debe proteger a sus crías, pero que nunca, nunca, debe ocultarles la verdad, pues lo que aparentemente les protege, les hace más vulnerables. Les comentó también que los logros y los errores, los valores y los miedos son los que hacen crecer. Y que cada uno debe ser lo que puede llegar a ser y para ello debe conocerse a través de sus virtudes y de sus fallos.
Y fue así como la gallina, junto a su nuevo amigo el patito, aprendió a defenderse de los peligros que el mundo ocultaba y descubrió las verdades que podían hacerle feliz, deseando así ser la mejor posibilidad de sí misma.