Por todos

Cáritas

Francisco Castro, Diácono Permanente | “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenía en común… No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas las vendían, traían el importe de las ventas y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.” (Hch 4,32.34-35)

Este pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos indica cual era la actitud de los primeros cristianos entre sí. Todo lo ponían en común para el mantenimiento de una incipiente Iglesia que aún podíamos llamar Iglesia doméstica. Pero no eran reconocidos en esa sociedad por vender todo aquello que tenían y ponerlo al servicio de la Iglesia. Los primeros cristianos eran admirados sobre todo porque cuanto poseían se ponía al servicio del que lo necesitara, fuera cristiano o no, y esta acción tiene un nombre: “Caridad”.

Vivimos en una sociedad que habitualmente confunde el valor de las cosas con su precio. Si las cosas no son caras, parece como si carecieran de valor. Consideramos, que aquello que se recibe gratis no tiene un precio ni un coste. Nada más lejos de la realidad. Si la Iglesia de los primeros siglos atendía a las necesidades de los más pobres, nada ha cambiado veinte siglos después. Hoy miles de hombres y mujeres son atendidos en el mundo entero gracias a la intervención de la Iglesia. Y como al principio, no importa cual es la creencia de quien necesita asistencia.

Más concretamente la Iglesia católica en España actualmente atiende las carencias tanto materiales como espirituales de miles de personas. Y esa ayuda llega a los más necesitados principalmente a través de:

5.942 centros para mitigar la pobreza
286 centros para promover el trabajo
132 centros de asistencia a emigrantes y refugiados
199 centros para el cuidado de la infancia
37 centros para las víctimas de la violencia
261.111 bautizos
248.985 comuniones
118.069 confirmaciones
19.055 sacerdotes
106.512 catequistas
22.859 parroquias

Detrás de cada una de estas cifras hay un esfuerzo por parte de cristianos que con su voluntad y entrega hacen posible que la “Caridad” llegue a todo aquel que lo precise. Pero como he comentado nada sale gratis, y mantener toda esta asistencia tiene un coste, que los cristianos estamos obligados a sufragar.

Religiosa sirviendo a unos niños

¿Cómo puede la Iglesia hacer frente económicamente toda esta ingente labor? La respuesta es sencilla: con nuestro compromiso personal, con nuestros donativos y suscripciones periódicas, y ahora que estamos en plena campaña de presentación de la declaración de la Renta, marcando la X en la casilla a favor de la Iglesia (aunque personalmente invito a marcar las dos X: Iglesia y otros fines sociales). Con ello contribuiremos con el 0,7% al sostenimiento de la Iglesia y toda su acción social.

Precisamente porque nada de lo humano es ajeno a la Iglesia, la presencia de la Iglesia en estos años de gran crisis se ha hecho todavía, si cabe, más necesaria. Por eso animo a todos a marcar las dos casillas en la declaración de la Renta, porque organizaciones eclesiales tan importantes como Cáritas o Manos Unidas participan en el reparto de esos fondos destinados a “otros fines sociales”. Además, a otras 40 organizaciones de la Iglesia, que también desarrollan programas de acción social para las personas más necesitadas de la sociedad, también les llegan recursos de estas declaraciones.

Y es aquí donde los cristianos debemos saber diferenciar el precio de las cosas frente a su valor. Si bien es cierto que toda esta ayuda material a quien lo necesita debe sustentarse en la cooperación económica, no es menos cierto que el coste de toda esa ayuda, de toda esa entrega, es todavía mucho más enriquecedor por su valor, que por su coste. Porque ¿cómo podemos poder un precio a un abrazo? ¿Quién es capaz de valorar económicamente una sonrisa o el prestar oídos a quien necesita ser escuchado? ¿Cómo se puede calcular el devolver la dignidad a una persona?

Esta es la clave, esta es la diferencia entre el precio y el valor de la ayuda que la Iglesia Católica presta: la “Caridad”. Porque “Caridad” es amarse unos a otros, es amar al prójimo como a uno mismo, es no ser indiferente a nadie, es incluso amar a tu enemigo y esto no tiene precio, no hay economista que sea capaz de tasar todo el amor que los cristianos entregamos a aquellos que lo precisan.

Formar parte de la Iglesia es un deber de todo cristiano, cada uno con el carisma que el Señor le ha asignado. Unos desde el ministerio de la ordenación, otros desde la religiosidad, otros desde el matrimonio, otros desde la oración, otros colaborando en las parroquias, pero todos bajo el mandato que Cristo nos indicó: “Amaros unos a los otros como yo os he amado”. Este mandato no tiene precio. El amor desinteresado, el amor entregado a los demás, sin el egoísmo que esperar recompensa es por lo que se admiraba a los primeros cristianos. Ahora nosotros los cristianos del siglo XXI, podemos y debemos seguir manteniendo vivo el mandato de amarnos como el Señor nos amó. Formar parte de la Iglesia está en nuestras manos y en nuestros corazones.

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