Comentario al Veni Sancte Spiritus (XIV)

, Ex director Nacional del APOR | ¿Cómo se conoce que el Espíritu Santo habita como huésped de amor y de honor en el alma? ¿Cómo puede conocer la persona misma que el Espíritu Santo esta en ella? San Juan de Ávila, en unas expresiones preciosas, hace referencia a estos efectos que produce el Espíritu y que delatan su presencia. Dice así, en su Tratado del Espíritu Santo: “La mujer que está en cinta no salta ni hace trabajos demasiados como peligre lo que tiene en el vientre, la moza loquilla que no está en cinta salta, baila y juega sin tener temor porque no tiene qué peligre dentro de sí. ¿Queréis ver que es y que no os falte? Mirad, si viereis una persona descuidada o si os viereis descuidado que os vais a donde queréis, que habláis y reis y jugáis sin temor, señal cierta es que no tenéis que perder. Os podremos profetizar que lo perderéis presto pues que no tenéis amor. Señal cierta es que tenemos algo si sentimos cuidado de guardarlo y temor de perderlo.”
Así es el Espíritu como huésped del alma. No es un huésped violento, no es un huésped que se impone con fuerza interior forzando al alma, es huésped de amor que interiormente mueve, interiormente suaviza y consuela. No se impone con sentido de angustia si no que se impone a fuerza de dulzura, de suavidad y de amor; y ese amor lo comunica y por lo tanto, como hace siempre el verdadero amor, lleva consigo suavidad. Por eso, el alma que tiene como huésped al Espíritu y está llena del Espíritu Santo se conoce aun exteriormente por una dulzura característica que se extiende a sus relaciones con el prójimo. No se trata de un afecto simplemente humano, es la característica de una libertad grande de espíritu unida, al mismo tiempo, con delicadeza suma, con cordialidad e igualdad de humor. Sus gestos y sus palabras, como otras tantas ventanas por las cuales se admiran la armonía y dulzura interior, hacen patente la presencia del Espíritu, del huésped del alma. Del dulce huésped del alma podemos gustar su íntima dulzura pero para ello es necesario resistir a las otras dulzuras solicitantes para permanecer dignos de gustar la dulzura intima de Dios. Gustado el Espíritu se vuelve insípida la carne, gustada la carne se vuelve insípido el Espíritu.
Dulce refrigerio no se trata solo cuando se habla del Espíritu Santo y cuando deseamos su venida como un consolador excelente en cuanto que cuida, en determinados momentos, de comunicar al hombre los necesarios sentimientos, más o menos exuberantes, que lo alegren y enfervoricen. El Espíritu Santo es como el manantial fresco a la sombra junto a una carretera abrasada por el sol: ‘me senté a la sombra de aquel por cuyo deseo ardía’. La Iglesia pide para los difuntos del purgatorio el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz. Nuestro purgatorio, en cierta manera, ha comenzado ya, por eso no debemos extrañarnos de que, a veces, la vida de fidelidad y de austeridad nos pese. Y ya, desde ahora, el don del Espíritu Santo, la vida celeste, puede comenzar a traernos ese sentimiento de finalidad alcanzada que es el refrigerio, dulce refrigerio.
El fervor, de hecho, es el refrigerante de la fiebre de las pasiones humanas, del fuego de la concupiscencia, de la mordedura íntima de los impulsos salvajes que nos contrarían y atormentan hasta la muerte. El fervor es el mismo fuego, pero refrigera el fuego contrario del amor propio y atenúa sus ardores. El corazón no puede arder simultáneamente con dos fuegos. Nos encontramos en medio del horno como Daniel y sus compañeros en Babilonia pero el Espíritu Santo es rocío refrigerante, dulcísimo, que impide que nos quememos en las llamas de las tentaciones que nos vienen por todas partes. Mientras el fuego de las pasiones es característicamente salvaje, el del fervor espiritual es la misma dulzura. Los consuelos son momentos fuertes que deben ir elevando el espíritu y estrechando la unión estable, serena y profunda, cada vez más, en la unión de amor. El Espíritu Santo es el dulce refrigerio de las ansias de amar del alma fiel. El amor es un tormento dulce. El hombre tiene sed de amar, aquella sed inconsciente, en parte, que Jesús trataba de despertar en la samaritana junto al pozo de Jacob. El Espíritu Santo comunicado es el dulce refrigerio porque establece la mutua inhabitación de Dios en el hombre y del hombre en Dios.
Guillermo de san Teodorico dice así, en el Comentario al Cantar de los Cantares, hablando del abrazo de unión del alma con Dios: “Este abrazo es el Espíritu Santo porque El, que es comunión del Padre y del Hijo, que es caridad, amistad, abrazo en el amor del esposo y de la esposa, es todas estas cosas.” Ese es el don que pedimos. Esa presencia especialísima del Espíritu Santo da descanso y refrigerio al espíritu que tiene sed de amor divino. No es el descanso de la caridad en la fruición de Dios si no el descanso de la naturaleza en la caridad. Es decir, el amor tiende al goce de Dios, pues bien, en la comunicación que aquí pedimos al Espíritu Santo no se trata directamente de la fruición de Dios por la que el amor se sienta refrigerado si no que la naturaleza es la que siente refrigerio porque ama suave y ardientemente. El hecho de amar también le da un cierto refrigerio. Aun cuando ese amor tiende todavía a la totalidad de la fruición desea amar y ama desear.
Descanso en la fatiga, en el trabajo. No se trata aquí del trabajo de los mundanos preocupados por el mañana. Respecto de ese trabajo nos invita Jesús a contemplar los lirios del campo que no trabajan ni tejen y Dios les viste. Se refiere aquí al trabajo evangélico de la lucha espiritual y de la siembra de la Palabra. Dichoso quien llega a sentirse agotado por este trabajo. El trabajo más duro de todos, a juicio del mismo Cristo, es el de sembrar la Palabra, mucho más que el de segar y recoger fruto. Vemos que el Señor mismo se sentaba una vez junto al pozo de Jacob agotado del camino; allí espera la llegada de la samaritana. Jesús agotado del camino, cansado del trabajo apostólico. Y san Pablo, hablando de la fatiga de su apostolado, usa una palabra característica, la palabra griega ‘copos’, que significa: trabajo, cansancio, diríamos ‘estaba muerto de cansancio’. Es la característica de toda la obra apostólica de san Pablo, porque la verdadera caridad es la que toma trabajos por amor y los soporta. Podríamos decir que Jesús se encontraba así de agotado, del camino, de su tarea apostólica, junto al pozo de Jacob. El ha querido tomar sobre sí nuestro cansancio, nuestros trabajos, nuestras fatigas y nos podrá decir luego ‘venid a mi todos los que estáis cansados, fatigados y agobiados con vuestros trabajos porque yo os aliviare, porque yo os doy mi Espíritu’ y el Espíritu es descanso en medio del trabajo, de la fatiga apostólica. El descanso que da el fervor no se refiere a un descanso después de concluido el trabajo o un descanso que interrumpe el trabajo si no el misterioso descanso en medio del trabajo. ‘Donde se ama no se siente el cansancio’ decía san Agustín. Nos sostiene una fuerza renovada sin cesar. El fervor es descaso íntimo tranquilidad del corazón serenidad y libertad.