Comentario al Veni Sancte Spiritus (VI)

Cruz

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Solo el Espíritu infunde en el corazón la disposición inefable de la humildad. Por eso ‘ven Padre de los pobres, de los humildes, hazme humilde’. El alma humilde es hija predilecta del Espíritu Santo, El es el que ha engendrado esas disposiciones de humildad. La humildad forma siempre el fondo del fervor, sin ella el fervor jamás es puro sino que suele tener mucho de amor propio; de ahí el encanto que produce  las almas que la poseen de verdad que se manifiesta en ese ‘no sé qué’ de sencillez, de falta de estima personal, de sentido de debilidad interior, de prontitud generosa para cualquier servicio y misión sin cálculos prudenciales del amor propio… El mismo Espíritu, pues, forma en los corazones la pobreza espiritual, el sentido de necesidad de Dios, el hambre y la sed de la justicia, los deseos ardientes del tesoro divino, porque para ellos el único tesoro es Dios y le buscan con verdadera ansia.

El Espíritu Santo aleja el sentido de complacencia en sí mismo y de vana satisfacción. Pobreza que no tiene nada que ver con lo que puede ser un complejo de inferioridad, al contrario, puede ser su curación. La pobreza de espíritu esta en el  polo opuesto de la actitud histérica. Esta actitud es la que brota de llevar de mala gana el no poder hacer un buen papel, y de ahí nace una falsedad a la cual va involucrándose uno a sí mismo y va buscando otra línea de apariencia para llamar la atención. Es un desorden del instinto humano que llevamos de querer ser centro de interés y al no poderlo ser realmente con nuestras capacidades tratamos de serlo por una vía ficticia, por una vía que llame la atención, la enfermedad, lo extraordinario, lo milagroso, lo excepcional… que haga que los demás tengan que centrar su atención sobre nosotros. Todo eso no sucede en el que es verdaderamente pobre de espíritu que siente fuertemente la indigencia del contacto con Dios y que entre tanto abraza su miseria con paz con espíritu humilde.

El Espíritu Santo Padre de los pobres crea en el corazón el gozo secreto de la experiencia de nuestra propia debilidad. Lo que impide la venida del Espíritu Santo no es nunca la propia miseria sino el propio orgullo, la propia auto-suficiencia. Cuando el sentimiento de miseria, de pequeñez, de limitación –que es en sí mismo doloroso– se resuelve en una serena alegría por las propias limitaciones y el hombre se siente contento de tener que atribuirlo todo al Señor, entonces, nos encontramos con una acción clara de la presencia del Espíritu Santo que es, al mismo tiempo, la mejor disposición para que venga con toda su plenitud. Entonces es cuando el hombre exclama con toda su alma: ‘¡Ven padre de los pobres! ¡Ven dador de los dones!

Bebé

Si el Espíritu Santo es Padre de los pobres no es para dejarlos en la miseria, en aquella miseria en que ellos mismos aceptan en secreta alegría en medio del dolor que les causa, sino que como dice el Señor los que tienen hambre serán hartos y el Espíritu Santo es como la riqueza constante para los pobres de espíritu, es la perla preciosa que los puede enriquecer ya que no tenemos nada que ofrecerle. Es lo dice san Pablo ‘no son los hijos para los padres sino los padres para los hijos’. No son los hijos los que deben preparar un tesoro para sus padres sino que son los padres los que preparan los tesoros para sus hijos. No eres tú el que tiene que ofrecer ese tesoro a Dios sino que es obra del Padre de los pobres dar esos dones a sus propios  hijos. El Espíritu Santo dice a los humildes de espíritu lo que el padre de la parábola decía a su hijo mayor: “hijo todas las cosas mías son tuyas, todo lo mío es tuyo“. Así opera el Espíritu Santo como dador de los dones.

¡Ven Padre de los pobres dador de los dones! ¿Qué dones son estos de los que el Espíritu Santo es distribuidor? Son diversos por eso está en plural dador de los dones. No de un solo don, por eso los dones que aquí se piden al Espíritu Santo, distribuidor de ellos, no hay que confundirlos con el  sacro septenario. Se trata de dones particulares, aptitudes profesionales, pastorales, de oficio, de colaboración. San Pablo nos habla concretamente de los dones que el Señor, al subir a lo alto, distribuyo entre los hombres. Puso a unos como apóstoles a otros como profetas a otros evangelistas a otros pastores y doctores para la edificación del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. El dador de los dones es dador de oficios diversos. Los oficios en la Iglesia y otros tantos favores son concedidos no precisamente a favor del que recibe el oficio de apóstol o de predicador si no a favor de los hombres para los cuales se han comunicado esos oficios. Todos son para servir a Cristo en las almas, para formar a Cristo en las almas. Para esto se dan y para esto los pedimos. No podríamos con justicia pedir esos dones para regodearnos nosotros en ellos, son dones para bien de las almas.

También podemos hablar del Espíritu Santo como dador de dones diversos según la diversidad de las verdades evangélicas iluminadas por Él. La riqueza del Señor es en el fondo la Palabra de Dios y los dones que nos trae son la riqueza del corazón de Cristo. Ahora bien, las riquezas que Él mismo ha manifestado en el evangelio y según la diversidad de ellas, así también, son diversos los dones del Señor testimoniados interiormente y comunicados en relación con aquella verdad que el Señor particularmente pretende comunicarnos a nosotros. Tenemos necesidad de muchos dones para nuestro trabajo personal, de santificación y también para ayudar a los demás en su salvación para edificación del cuerpo de Cristo. Por eso sintiéndonos pobres tenemos que pedir: ¡Ven dador de los dones!

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