Álvaro del Portillo: el Beato de la humildad
, Presbítero | La vocación principal de un cristiano es ser santo, y en consecuencia, nuestra mayor desgracia será no serlo. Por eso, en nuestra Revista Agua Viva tenemos esta sección que nos invita a caer en la cuenta, al menos cada dos meses, que estamos llamados a ser santos. A Teresita de Lisieux le gustaba decir que la santidad no es otra cosa que hacer lo que Dios quiere, y Don Álvaro del Portillo, beatificado en Madrid el pasado 27 de septiembre, trató de hacer realidad en su vida esas palabras de la pequeña Teresa. En las líneas que siguen conoceremos algunos datos más de su vida, con la intención de que su vida y su pensamiento nos estimulen en nuestro camino hacia la santidad.
Algunos datos de su vida
Nació en Madrid el 11 de marzo de 1914 y fue el tercero de ocho hermanos. Muchos que convivieron con él señalan que, desde niño, era un chico de carácter muy alegre y estudioso. Nunca dio problemas. Se percibía en él un carácter cariñoso, sencillo, alegre, responsable y bueno. Después de cursar los estudios de primaria y bachillerato, consiguió el Doctorado como Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, y también el Doctorado en Filosofía y Letras, en la sección de Historia. Su formación en ambos campos le confirió rigor mental, concisión y precisión para atajar siempre con acierto los problemas que llegaban. Uno de los hitos que marcó su vida, cuando tan solo contaba con 21 años, fue el encuentro con San José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, de quien recibió directamente la formación y el espíritu propios de aquel nuevo camino en la Iglesia, que había surgido hacía solamente 7 años. El joven Álvaro encontró, en este nuevo carisma, su sitio en la Iglesia. Así, después de un tiempo de formación y conocimiento, fue ordenado sacerdote el 25 de junio de 1944 junto con otros dos compañeros, convirtiéndose en los tres primeros sacerdotes del Opus Dei, después del fundador.
Su máxima virtud: la humildad
Fue un sacerdote muy virtuoso, tal y como señaló el Cardenal Ángelo Amato en la homilía de beatificación: huía de todo personalismo, transmitiendo la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias opiniones; vivía una gran piedad eucarística; la devoción mariana y la veneración por los santos nutrían su vida espiritual. Destacaba por la prudencia, la rectitud, la justicia, la fortaleza y la templanza, vivida como sobriedad y mortificación. Pero la virtud que más se percibía en él, y así lo cuentan lo que con él vivieron, era la humildad. Amaba la vida oculta de Jesús y pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Su humildad no era áspera ni llamativa, sino cariñosa y alegre. Pocos meses antes de morir dirigió a sus hijas del Opus Dei estas palabras: Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el propio yo que está constantemente alzándose como una víbora para morder. Le gustaba decir, también sobre la humildad, que esta virtud es la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad. La humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas.
Sucesor de San José María
Don Álvaro participó activamente en el Concilio Vaticano II, y en su vida acompañó a San José María en sus numerosos viajes a Europa y América para disponer y orientar los diversos apostolados del Opus Dei. Al advertir su presencia amable y discreta al lado de la dinámica figura de Monseñor Escrivá, me venía al pensamiento la modestia de san José, escribirá a su muerte un agustino irlandés, el Padre John O’Connor. El 15 de septiembre de 1975, en el congreso general convocado tras el fallecimiento del fundador, Don Álvaro del Portillo fue elegido para sucederlo al frente del Opus Dei. En sus viajes pastorales, que le llevaron a los cinco continentes, predicó a miles de personas el amor a Dios, a la Virgen, a la Iglesia y al Papa, invitando a todos a buscar la santidad en la vida diaria. Falleció en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994.
Que el ejemplo del Beato Álvaro del Portillo nos aliente en nuestro camino hacia la santidad de vida a la que todos estamos llamados.