Un lugar para orar

Rezando

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Lo importante en la oración es el diálogo íntimo, fecundo y vivo con Dios que nos habla al corazón. Lo sabemos bien, pero es bueno tener en cuenta que todo momento orante se desarrolla en un lugar concreto, contamos con la naturaleza donde contemplamos la obra misma del Creador, pero no podemos olvidar que Dios nos espera en otros lugares físicos determinados que todos conocemos y a los que acudimos con frecuencia: nuestra parroquia, el oratorio familiar o personal, los monasterios y los santuarios de peregrinación. Hablo en primera persona y pienso que los lectores podrían decir lo mismo cambiando sólo los nombres de los espacios orantes. Lo que quiere es que hablemos con Él con calma en un lugar con nombre propio.

Me acuerdo de mis años de monaguillo en la parroquia de Alberite cuando acababa la misa y después de quitarme el alba, antes de irme a casa, pedía, daba gracias, ponía nombres con rostro, etc. ante el altar mayor o ante la imagen de la Virgen de la Antigua y siempre recibía respuesta a mi sencilla oración de adolescente como ahora también siendo sacerdote.

Cada vez que visito la casa de unos amigos muy cercanos que tienen una habitación donde se descubre una capilla familiar con estampas, pequeñas imágenes, libros, etc., puedo recogerme y pedir por todos ellos, para que Dios se haga más presente en dicho hogar y nos mantenga unidos en Él. Y el fruto de esta oración os digo que es más que patente.

Cuando voy a Ágreda y entro un rato a rezar en el monasterio de la Concepción, donde reposan los restos de Madre Ágreda, ante el Señor allí expuesto, le dejo hablar a mi corazón hasta que las hermanas concepcionistas franciscanas rompen el silencio al rezar alguna hora del oficio y nos unimos para bien de toda la Iglesia.

No puedo terminar sin recordar la fiesta de la Cruz, ya sea en mayo o septiembre, y puedo subir a mi querido Muro en Cameros para celebrar la Eucaristía en plena sierra riojana, donde se encuentra la ermita del Santo Cristo del Monte, unido a todo el pueblo que cada año lo visita para presentarle con viva oración sus necesidades y darle gracias por los bienes recibidos.

Os he descubierto algunos de mis lugares preferidos para orar, pero también tengo que confesar que muchas veces no sé o no puedo abrir el corazón a su Palabra sanadora a pesar de hablar por sí mismos, hace falta algo más, invocar y dejar que sople el Espíritu Santo.

Anterior

Decálogo del "sí"

Siguiente

La oración cristiana (IX)