La oración cristiana (IX)

Puesta de sol

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Establecida la familiaridad con Dios se puede hacer normal que Dios se comunique por comunicaciones inmediatas, más interiores, en la efusión de su amor por la acción del Espíritu Santo. Hago referencia a estas comunicaciones más inmediatas porque realmente hay signos exteriores, y hay otras manifestaciones más o menos inmediatas de esa donación de la persona como son, en el orden humano: los signos del amor, un apretón de manos, un abrazo… evidentemente que el mismo abrazo exterior es expresión, es signo transmisor, de una efusión interior, pero es signo más inmediato, más inmediatamente. Así hablarán los santos, entre ellos san Ignacio, de cómo Dios en su consolación interior abraza al alma. Y esto es esa experiencia.

Esa palabra pues que Dios nos dirige a nosotros, sirviéndose y a través de nuestros sentidos, no es pura palabra formada milagrosamente por Dios. Sino que así como en el orden humano nos podemos servir de hechos naturales para darles el sentido de expresión personal ayudando con palabras exteriores a transignificarlas, como puede hacer con el ofrecimiento de un ramo de flores, o como puedo hacer con un signo de la naturaleza, por el cual yo le hago sentir lo que yo quiero por la comunicación del conocimiento de esa realidad natural del agua que corre, por ejemplo, y le puedo hablar de como mi afecto corre. Pues de una manera parecida el Señor lo hace así muchas veces, sirviéndose de las realidades naturales y humanas. Por ejemplo, santa Teresa cuenta en su vida que en una ocasión cuando ella estaba demasiado impedida por ciertos afectos humanos, tuvo lo que ella llama una visión de un animal que le producía asco, y que ella vio en el locutorio donde estaba conversando con aquellas amistades que tenía. Y ella pondera que no sabía cómo podía haber entrado aquel animal en aquel sitio. Pero, no es esto quizás lo que hay que buscar como si fuera sobrenatural, la presencia o la visión de aquel animal, sino que Dios puede actuar perfectamente dando a sentir a través de esa realidad creada, normal por otra parte, el sentido interior que quiere comunicar a la persona. A ella le hizo sentir la asquerosidad de su situación, cómo ella estaba siendo esclava de unas tendencias que eran impedimento, suciedad, y eso lo sintió vivamente.

La palabra de Dios está en este hacer sentir; ahí, es donde Dios habla a través de esa realidad muchas veces perfectamente normal y comprensible, pero le da luz, le da como el sentido, la transignifica en cierta manera. Lo mismo sucede con palabras, con la vida de los hombres, con las exigencias y las circunstancias de las personas que nos rodean. Es el arte que el Espíritu Santo comunica de descubrir y captar lo que el Señor nos habla a través de todo ello. Y realmente cuando un hombre está atento al Señor, es fiel a la luz interior del Espíritu, capta por todas partes la palabra que Dios le dirige a través de las circunstancias, a través de las personas. Normalmente esto supone una fidelidad interior. De hecho, la misma realidad creada, toda ella, es expresión de un amor inefable de Dios a nosotros. Es palabra de Dios para nosotros, y es palabra de amor. Cuando un san Ignacio con el bastón golpeaba la florecilla y le decía, “calla, calla que ya te entiendo”, es que realmente a través de aquella palabra escuchaba la voz de Dios, el amor de Dios. Y eso será lo que el mismo san Ignacio llamará contemplación para alcanzar amor, para reconocer los beneficios de Dios, para reconocer con que amor nos acorrala a través de toda la creación. Esto no es imaginación, es realidad. Pero yo no puedo entender esta realidad hasta que por Cristo no he llegado por la fe al conocimiento del amor infinito de Dios para conmigo. Que luego entiendo que es el mismo Dios que ha creado todo esto para mí, y que por lo tanto, en todo esto me ama con el mismo amor con que ha dado su vida por mí. Porque esa es la realidad del amor de Dios a mí. Y esto es lo que da una luz interior que si uno es fiel a ella, entonces va viendo la transparencia, como a través de todas las cosas Dios le está hablando, la palabra de Dios.

Lo mismo que se sirve de la palabra de un predicador, de un conferenciante, que es una palabra que en sí misma no producirá esos efectos. Pero el Señor asiste a esa palabra haciendo que produzca dentro de la persona, a la cual Él ilumina, una impresión, un caer en la cuenta que es obra del Espíritu en él. Que no es efecto simple de la materialidad de esa mi comunicación en un orden solo humano. Pues lo mismo que se sirve de la palabra del predicador, lo mismo que se sirve de la proclamación del magisterio de la Iglesia, lo mismo que se sirve de un libro, se sirve incluso del pensamiento del hombre que rumia su Palabra y en ese rumiar, la Palabra le asiste. En ese rumiar la Palabra, le ilumina a veces con una luz superior y le hace caer en la cuenta del amor con que se le revela en eso mismo que está rumiando. Y esto va a ser la dedicación, a este rumiar esa Palabra de Dios, lo que llamaremos meditación de la Palabra de Dios. Es rumiar en espíritu de fe la Palabra de Dios, para que el corazón se vaya llenando de ella, transformando.

Tengamos pues esto claro. El plan divino por el cual Dios quiere transformarnos, quiere divinizarnos, al cual se ordena la Redención, se ordena todo el proyecto divino de la Iglesia. Todo. Al fin y al cabo ¿para qué está la Iglesia en el mundo? Para que los hombres tengan vida divina, lleguen a la intimidad gozosa del Padre en Cristo, en el Espíritu Santo, para eso está. Por eso si nosotros mismos no lo vivimos, yo no sé que pensamos transmitir a los demás. Si al fin y al cabo les queremos llevar a ésta vida. Pues bien a esto se ordena divinizar. ¿Cómo divinizas? Pues haciendo amable a Dios, presentando a Dios amable. Dios se revela Amor, y nosotros debemos revelar ese mismo amor.

Pero, ¿cómo Dios puede enamorar al hombre? Pues sencillamente le enamora según su propia naturaleza, la naturaleza del hombre, haciéndose visible en Cristo. Es la maravilla del Misterio de la Encarnación. Lo dice el Prefacio del día de Navidad: “Para que viendo visiblemente a Dios, seamos arrebatados al amor del invisible”. Ese es el plan divino, viendo visiblemente a Dios. Cristo es la Palabra del Padre, El es la Palabra. Cristo encarnado es la Palabra sensible del Padre.

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