San Agustín
San Agustín, el más afectivo de los intelectuales, fue aún más allá. Observó con ojos de filósofo-historiador la construcción de la Ciudad de Dios sobre la tierra; defendió como teólogo la doctrina de la gracia contra Pelagio; pero siempre estaba sondeando los lugares profundos del corazón humano a través del conocimiento propio. Aprendió de la experiencia lo que el Corazón de Cristo también había aprendido de la experiencia, y siguió este conocimiento hasta que lo llevó a ver a la Iglesia también emergiendo del «Corazón profundo».
El hombre llegará a un Corazón profundo, y Dios será exaltado. Ellos dijeron: ¿Quién nos verá? Las búsquedas de los buscadores fracasaron, sus malos consejos. El hombre mismo acudía a esos mismos consejos; se sufrió a sí mismo para ser considerado como un hombre. Porque Él no podía ser sostenido a menos que fuera hombre, ni visto a menos que fuera un hombre. Así, como hombre, Él llegó a todos esos sufrimientos, que no habrían servido de nada en Él a menos que Él fuera un hombre. Pero si no hubiera sido un hombre, el hombre no habría sido liberado. El hombre había llegado a un Corazón profundo, es decir, a un Corazón secreto, sometiendo al hombre a formas humanas, ocultando dentro de Él la forma de Dios en la que Él es igual al Padre, y mostrando la forma de un siervo en el que Él es menos que el Padre[1].
Juan se apoyó en el pecho del Señor, y bebió de ese pecho lo que nos ha dado para beber[2]… Juan el Evangelista recibió un don especial del Señor, sobre cuyo pecho se recostó en la cena, por el cual se significa que bebió en los secretos más profundos del Corazón interior[3].
Adán durmió para que Eva pudiera ser hecha; Cristo murió para que la Iglesia pudiera ser hecha. Eva fue hecha del costado de Adán dormido; el costado de Cristo muerto fue golpeado por una lanza para que los sacramentos pudieran fluir, de los cuales se forma la Iglesia[4]… El evangelista, según su costumbre, es cuidadoso con sus palabras. No dice que la lanza golpeó el Costado del Señor, o lo hirió, sino que abrió su costado, para que así se abriera la puerta de la vida de donde fluían los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se puede entrar en esa vida que es la vida verdadera[5].
Juan recibió la gracia más particular y especial entre sus compañeros y colaboradores, los otros evangelistas, pues al reclinarse en su pecho en la última cena quiso significarse que recibió misterios sublimes de lo más íntimo del corazón del Señor, de modo que dijo tales cosas del Hijo de Dios que quizás excitan la atención de los pequeños, pero que no pueden comprender todavía los no capacitados, mientras que a los espíritus maduros y llegados a la edad viril les da con estas palabras punto de meditación y de práctica[6].
La lanza traspasó el costado de Cristo y manó nuestro precio:
He aquí que pronto os acercaréis a la fuente santa, seréis purificados en el bautismo, quedaréis renovados por el saludable baño del segundo nacimiento; al salir de aquel baño, estaréis limpios de todo pecado.
Todo el pasado que os perseguía será allí cancelado. Vuestros pecados eran semejantes a los egipcios que salieron en persecución de los israelitas: los persiguieron, pero hasta el mar Rojo. ¿Qué significa hasta el mar Rojo? Hasta la fuente bautismal consagrada por la cruz y la sangre de Cristo. Pues lo que es rojo, enrojece. ¿No ves cómo enrojece la heredad de Cristo? Pregunta a los ojos de la fe. Si ves la cruz, fíjate también en la sangre; si ves lo que cuelga, fíjate en lo que derramó. La lanza traspasó el Costado de Cristo y manó nuestro precio. Por eso, el bautismo, es decir, el agua en que sois inmersos, va marcado con el signo de Cristo, y es como si atravesareis el mar Rojo. Vuestros pecados son vuestros enemigos: os siguen, pero hasta el mar[7].
Esta línea patrística también pone de relieve la imagen de la roca. De la roca brotó el agua que dio vida, tal como aparece en el Antiguo Testamento[8]. Es una imagen que durante los siglos estará vinculada a la espiritualidad del Corazón de Cristo. El agua que brota de ella es imagen de la Torá en el Antiguo Testamento pero también del Espíritu, como podemos encontrar en Is 44,3 donde se anuncia la promesa de Dios de derramar agua sobre el suelo sediento y el espíritu sobre la estirpe de Israel[9].
b) La interpretación de Jn 19,34
San Agustín es incomparable por su influencia en la interpretación de Jn 19,34[10]. El obispo de Hipona da carta de ciudadanía a la lectura aperuit. En un texto especialmente importante para el desarrollo teológico posterior, reconoce que no se trata simplemente de un mero error de escritura, sino que la traducción tiene una intencionalidad clara: Juan indicaría con ello que con la transfixión de Jesús se abría en la Iglesia la puerta de la vida, por la que brotaron los sacramentos de la Iglesia que nos dan la vida:
Y uno de los soldados le abrió el costado con la lanza. De una palabra muy estudiada hizo uso el evangelista, al no decir que hirió, golpeó u otra cosa parecida, sino abrió (aperuit), para dar a entender que ahí se abría la puerta de la vida, de donde manan los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra a la vida que es verdadera vida[11].
En el mismo pasaje, a continuación, san Agustín presenta dos imágenes
tipológicas clásicas: el arca de Noé, figura de la Iglesia, cuya puerta en el costado permitió que entraran los seres vivientes que iban a salvarse del diluvio, y la creación de Eva, madre de los vivientes, formada de la costilla de Adán mientras que éste dormía. En otros pasajes, el obispo de Hipona vuelve a retomar las dos tipologías del arca y de Eva poniendo de nuevo en relación «herir» y «abrir»:
El arca, concluida, fue rematada a un codo por encima… tenía la entrada por un costado, pues nadie entra en la Iglesia si no es por el sacramento del perdón de los pecados, sacramento que manó del costado abierto (aperto) de Cristo[12].
Es abierto (aperiatur) su costado, y la Iglesia brota como una virgen. Del mismo modo que Eva fue creada del costado de Adán que dormía, así también la Iglesia se formó del costado de Cristo que pendía en la cruz. Fue atravesado su costado, tal y como lo dice el evangelio, y al instante salió sangre y agua que son al mismo tiempo la Iglesia y los sacramentos. Mira las heridas que provocaste, reconoce el costado que atravesaste, porque por ti y a causa tuya ha sido abierto (apertum est) y ni siquiera así quisiste entrar[13].
El costado abierto de Cristo se convierte así en la «puerta de la vida» para que entren todos aquellos destinados a la salvación.
Cristo es la puerta. La puerta fue abierta (apertum) para ti cuando su costado fue perforado (perforatum) por una lanza. Recuerda lo que manó de allí y elige por dónde entrar. Del costado de Cristo, perforado (perforatum) con una lanza cuando pendía muerto en el madero, brotó agua y sangre: la una es tu purificación, la otra tu redención[14].
Además de las alusiones al texto en sus distintas obras, san Agustín cita explícitamente en dos ocasiones Jn 19,34 y, las dos veces, presenta la traducción de la Vulgata: Sed unus militum lancea latus eius aperuit[15]. Con todo, es curioso que, a pesar de la insistencia en la lectura aperuit como la correcta, use con más frecuencia otros verbos más acordes con el texto griego. ¿Podemos pensar que en su Tractatus in Ioannis Evangelium presentaba más bien un recurso retórico para subrayar la interpretación que quería hacer en ese momento y no tanto una insistencia real en un problema de traducción? No lo sabemos. Simplemente observamos un hecho: los verbos más usados por san Agustín no tienen que ver tanto con la apertura como con la herida provocada por la lanza. El verbo más usado es, sin duda, percutere[16]. Con todo, no es el único: encontramos también otros como vulnerare[17], perforare[18], pungere[19] y compungere[20].
c) La influencia de san Agustín
San Paulino de Nola (354-431), desde su retiro, adonde había huido «de toda la ruidosa aglomeración de cosas»[21] escribe:
Los que gusten ese líquido puro, harán brotar del fondo de su corazón verdaderos ríos y llevarán a sus hermanos copas rebosantes[22]. Y en otro lugar añade: Así que Juan, que descansó dichoso en el pecho del Señor, fue embriagado por el Espíritu Santo, porque bebió directamente del Corazón la sabiduría, que creó todas las cosas[23].
Somos ayudados, y también lo es el Evangelio, por la bendita velocidad de ese joven Apóstol, por medio del cual, al correr junto con Pedro que era más lento por el peso de la edad, el que se había apoyado en el pecho del Señor llegó primero al sepulcro para ver la resurrección. Pues desde los lugares profundos de ese pecho había sacado dos fuentes, el Apocalipsis y el Evangelio, que derramó sobre toda la tierra[24].
Otros dos santos del siglo V testimoniaron el Costado herido en una gloria impasible después de la resurrección. San Pedro Crisólogo (406-450), obispo de Rávena bajo León Magno, escribió en un sermón:
Trae aquí tu mano y ponla en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Esto dijo que aquellas heridas que habían brotado agua para limpiar y sangre para redimir a todos los hombres, podrían, al ser abiertas de nuevo por ti, derramar fe sobre el mundo entero. Tomás respondió y dijo: «Señor mío y Dios mío». Que los herejes vengan y escuchen, así dijo el Señor: «No seáis incrédulos, sino creyentes». Porque al grito de Tomás no sólo muestra su cuerpo humano, sino que a través de lo que sufrió el cuerpo muestra que Cristo es Señor y Dios. Y verdaderamente es Dios quien vive después de la muerte, quien resucita después de las heridas[25].
El papa san Gregorio Magno (540-604) fue el arquitecto de la venidera Edad Media. Bajo la presión de su tarea de formar las nuevas naciones de Europa en miembros de la mancomunidad cristiana, su ocupada alma se aislaba para la serenidad de la contemplación y la encontró sin dejar su trabajo. Encontró al Corazón de Jesús en el cántico de amor del Cantar de los Cantares, fuente de expresión mística usada muy frecuentemente. Entre sus textos dice de san Juan:
Reposaba sobre la fuente eterna de la vida. Tomando allí los efluvios de la doctrina celeste, Juan fue tan maravillosamente colmado de misteriosas revelaciones que, sobrepasando a toda creatura, su espíritu arrobado proclamaba que al principio existía el Verbo[26].
Levántate, mi amor, mi hermana, y ven, mi paloma a las hendiduras de la roca, en los lugares huecos de la pared». Por hendiduras de la roca me refiero a las heridas en las manos y pies de Cristo colgando libremente en la cruz. Por huecos vacíos en la pared me refiero a la herida en su costado hecha por la lanza. Y está bien dicho que la paloma está en las hendiduras de la roca y en los lugares huecos de la pared, porque al recordar la cruz imita la paciencia de Cristo, mientras ella recuerda el ejemplo de sus heridas. Como la paloma en la roca, el alma simple encuentra en estas heridas el alimento que la fortalecerá. También por las hendiduras pueden significarse los sacramentos[27].
Por su parte, Gregorio de Nisa ya había dicho:
Aquel que durante la Cena reposó sobre el pecho del Señor,… empapó su corazón en esa fuente de la vida como una esponja se impregna en el agua. Completamente impregnado de los misterios que Cristo le dio a conocer de manera verdaderamente inefable, el apóstol se nos presenta lleno de los dones que ha recibido del Verbo y que él ha tomado en su misma fuente[28].