Las grandes temáticas patrísticas referidas al Corazón de Cristo (V)

San Agustín
San Agustín (Philippe de Champaigne)

Pablo Cervera Barranco

Las grandes temáticas patrísticas referidas al Corazón de Cristo (cont)

f) El corazón humano en los escritos de los Padres

Por lo general los Padres usaron la palabra «corazón» en el sentido bíblico: es el centro más profundo de la persona. A veces se nota la influencia de la filosofía griega, como cuando Orígenes dice que el corazón es la mente. Aquí se halla la «nous», la «mente» de los filósofos griegos. Este tema lo han investigado muy bien Giulio Giacometti y Piero Sessa; de su riquísima colección citaré unos textos importantes[1].

Hacia la mitad del segundo siglo, Hermas ya habla de la purificación del corazón:

Purifica tu corazón de todas las vanidades de este mundo… de toda duda; vístete con la fe, porque es fuerte[2].

Clemente de Alejandría (150-215) habla del papel de la fe en la transformación del corazón; en sus escritos, como en los de Orígenes, la fe se presenta como desarrollándose en «gnosis», en conocimiento profundo:

Resplandezca esta luz en la parte más profunda del hombre, en su corazón, y salgan los rayos del conocimiento, para revelar e iluminar al hombre interior, al amigo de la luz, al amigo de Cristo[3].

San Juan Crisóstomo († 407) tiene un pasaje elocuente sobre el corazón de san Pablo:

Yo quisiera ver las cenizas no sólo de esta boca, sino también de este corazón, y no se engañará quien lo llamara corazón del mundo entero… Tan grande fue su corazón que abrazó ciudades enteras, pueblos, naciones, porque dice: «Mi corazón se ha dilatado» (2 Cor 6,11)… Yo quisiera verlo licuefacto, mientras arde para todos los que van en perdición, mientras sufre de nuevo dolores de parto para los hijos de adopción (Gál 4,19), mientras contempla a Dios —porque los de puro corazón, como se ha dicho, verán a Dios—. Este corazón que fue víctima de expiación… este corazón más elevado que el cielo, más brillante que el rayo solar, más ardiente que el fuego, más fuerte que el diamante, un corazón que hace refluir corrientes…; donde está la fuente que inunda e irriga, no la faz de la tierra, sino las almas de los hombres; de donde nacen no sólo ríos, sino también fuentes de lágrimas día y noche; este corazón… que vivía una vida nueva, ya no la nuestra, porque él mismo dijo: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

Así el Corazón de Cristo era el corazón de Pablo; una tablilla del Espíritu Santo; un libro sobre la gracia…; un corazón que amó a Cristo como ningún otro lo amó[4].

El gran doctor del corazón fue san Agustín[5]. Como para los autores bíblicos, el corazón, para san Agustín, no es una facultad distinta, sino que es el centro más profundo de la persona, la fuente y el término del conocimiento sensorial, en el cual están unidas las facultades espirituales. Le gusta hablar de penetración mutua de la memoria, del conocimiento y del amor, que hacen del corazón la imagen de la Santísima Trinidad; una imagen deformada por el pecado y reformada por Cristo en el bautismo. Por experiencia personal, san Agustín sabe hablar profundamente de la conversión del corazón, de la purificación del corazón, de la custodia del corazón, de la ansiedad del corazón, de la iluminación del corazón. Aquí citaré sólo un texto sobre la vuelta al corazón:

«Volved, rebeldes, al corazón» (Is 46,8). ¡Volved al corazón! ¿Por qué escapas de ti mismo y te pierdes fuera de ti mismo? ¿Por qué entras en caminos desiertos? ¡Vas vagando, vuelve! ¿Dónde? Al Señor. Esto es demasiado rápido; primero vuelve a tu corazón. Desterrado de ti mismo vas vagando fuera de ti; no te conoces a ti mismo, y quieres conocer a quien te ha hecho Vuelve, vuelve al corazón; apártate del cuerpo. El cuerpo es tu residencia; el corazón percibe también por medio de tu cuerpo, pero el cuerpo no percibe lo que el corazón percibe. Apártate también del cuerpo, vuelve al corazón. En el cuerpo hallaste en una parte los ojos, en otra, las orejas; ¿Los hallas también en el corazón? ¿O no tienes orejas en el corazón? Pero, en este caso, ¿por qué el Señor dice: «El que tiene orejas, oiga»? ¿O no tienes ojos en el corazón? ¿No dice el apóstol: «Ilumine los ojos de vuestro corazón»? (Ef 1,18). Vuelve al corazón; ve allí lo que puedes aprender sobre Dios, porque la imagen de Dios está allá. En el hombre interior reside Cristo; en el hombre interior te renuevas según la imagen de Dios; en su imagen conoce su Hacedor. Ve como todos los sentidos del cuerpo avisan al corazón interiormente lo que han percibido exteriormente; ve cuántos siervos tiene este emperador interior, y qué puede hacer también sin sus siervos. Los ojos avisan al corazón de lo blanco y de lo negro; las orejas avisan al corazón de sonidos melódicos y disonantes… el mismo corazón avisa a sí mismo de lo justo y de lo injusto. El corazón tanto ve como siente, y juzga los otros objetos sensibles; y lo que los otros sentidos del cuerpo no pueden hacer, él discierne lo justo y lo injusto, el bien y el mal[6].

Cuando volvemos al corazón, podemos aprender a escuchar y a ver con el corazón. San Agustín nos recomienda a veces purificar los ojos del corazón por la fe, de manera que podríamos ver lo que creemos. La vuelta al corazón es el primer paso en la vuelta a Dios para quien nuestro corazón se hizo:

Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti[7].

También los monjes, como Casiano y san Benito, hablan a menudo del corazón, especialmente de la purificación del corazón y de la compunctio del corazón, para que nos apartemos del egoísmo y del pecado, y para que nuestro corazón se llene con el amor y la contemplación[8]. Es importante un texto de san Gregorio Magno, monje que luego fue Papa. Acentúa no sólo el amor de Dios, sino también el amor de nuestros vecinos, y supo por experiencia cuán exigente puede ser la vida activa. Muestra un camino para permanecer en contacto con el Señor en una vida activa:

Las almas santas que se ven obligadas, a causa de su oficio, a ocuparse de cosas exteriores, siempre buscan un refugio en lo secreto de sus corazones; allá alcanzan la cima de su reflexión interior, y perciben la ley como en la cima de un monte. Apartando el tumulto de la actividad temporal por un momento, meditan la voluntad de Dios, en esta cima de contemplación[9].

La teología de los Padres sobre el Corazón de Cristo a veces se califica como «objetiva». Cuando presentan el Corazón de Jesús como la fuente de agua viva, de los sacramentos, de la Iglesia, hay una buena razón para usar esta terminología. Pero no se puede decir que jamás hablen del corazón de Cristo de una manera «subjetiva»; hablan de la sabiduría y de las actitudes del Corazón de Cristo.

Cuando los Padres hablan del corazón humano en general, claramente presentan una teología «subjetiva», porque a menudo describen el corazón como la fuente de la vida moral y espiritual. Cabe preguntar si relacionan su teología del corazón de Cristo con su teología de nuestro corazón. Ciertamente esta conexión no se hizo tan frecuentemente como en el medioevo, pero hay ejemplos. Nosotros solemos orar: «Haz nuestros corazones semejantes al tuyo». Pero, cuando san Juan Crisóstomo dice que «el corazón de Cristo fue el corazón de Pablo»[10], ciertamente ya hace una conexión. Igualmente san Agustín:

Contempla las heridas de Cristo en la Cruz, y la sangre que derramó en su muerte, el precio que pagó para tu rescate. Bajó la cabeza para besarte, su corazón abierto para darte un refugio, sus brazos extendidos para abrazarte, todo su cuerpo expuesto para tu rescate. Piensa en la grandeza de estos misterios. Ponlos en la balanza de tu propio corazón y deja entrar allí al que fue crucificado para ti[11].


[1] G. Giacometti – P. Sessa, Cuore Nuovo (OR, Milán 1974) 616. Este libro recoge textos de la tradición cristiana acerca del corazón humano, añadiendo introducciones breves. Es una fuente muy útil para el período patrístico. Cf. pp. 70-128.
[2] Pastor de Hermas, Mandatum 9,4.7; cf. también Mandatum 12, VI 4-5.
[3] Cohortatio ad Gentes: PG 8,235.
[4] Homilía sobre la epístola a los Romanos, 32,3: PG 60,679-680.
[5] Para la filosofía del corazón de san Agustín cf. A. Maxsein, Philosophia Cordis: Das Wesen der Personalität bei Augustinus. Augustinus Magister I (París 1954) y P. de la Noi, «San Agustín filósofo cristiano del Corazón de Jesús», en R. Vekemans (ed.), Cristología en la perspectiva del corazón de Jesús (Instituto International del Corazón de Jesús, Bogotá 1982) 457-469. Para la espiritualidad del corazón en san Agustín, cf. A. Godbout, Reviens àton Coeur (Ed. ART, Quebec 1987).
[6] Tract. in Ioh. XVII: CCL 36, 186.
[7] Conf., I, 1,1: PL 32,661.
[8] Por ejemplo, Colaciones 1,4; 8,13; 12; para san Benito cf. Regla, Prólogo.
[9] Moralia in Job, 23,38: PL 76,273-274.
[10] San Juan Crisóstomo, Ad Romanos, Hom. 32: PG 60,679-680.
[11] De virginitate: PL 40, 397.
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