Las grandes temáticas patrísticas referidas al Corazón de Cristo (IV)

Biblia

Pablo Cervera Barranco

Las grandes temáticas patrísticas referidas al Corazón de Cristo (cont)

e) Los Comentarios al Cantar de los Cantares

Si bien no es posible establecer una relación directa entre la devoción al Corazón de Jesús y las obras patrísticas, debemos admitir que el corto poema místico, el Cantar de los Cantares, presentaba numerosos versículos, cuya interpretación infla­maría el amor cristiano.

Los siguientes versículos seleccionados apuntan a esta conexión:

El rey me ha traído a sus aposentos (1,4).
El recinto del amor (1,12)
Estoy enferma de amor (2,5).
Paloma mía, en las hendiduras de la roca, en la cubierta del acantilado, déjame ver tu rostro (2,14).
Buscaré a aquel a quien mi alma ama (3,2).
El día de la boda, el día de la alegría de su corazón (3,11).
Has herido mi corazón (4,9).
Grábame en ti como un sello sobre tu corazón… porque el amor es fuerte como la muerte (8,6).

Esos pasajes dan ocasión, entre otros, a co­mentarios en que se insiste en las relaciones de Cristo y el alma. Es un ca­mino indirecto de aproximación hacia el Corazón de Jesús. El Cantar preparó la revelación del Corazón de Jesús y la adoración que se le debe por su doble insistencia en el amor de Dios por el pueblo elegido y la simbolización por el corazón del este por su Creador.

Es cierto que la patrística no da sino algunos textos aislados. El aspecto místico se destaca más en Oriente que en Occidente. La exégesis del Cantar de los Cantares encuentra interpretaciones diferentes. La Esposa es el nuevo pueblo de Dios (Hipólito), el alma enamorada del Logos y también la Iglesia (Orígenes), el Cuerpo místico de Cristo y la Iglesia misionera (Gregorio de Elvira). En san Ambrosio —quien no comentó expresamente el Cantar, pero que frecuentemente utilizó algunos versículos—, se une, a la interpre­tación eclesial y personal, la interpretación marial[1].

Dentro de esta diversidad, saquemos de Hipólito de Roma la idea de que

las almas virginales que lo buscan y adoran el escabel de sus pies cuando descubren dónde se encuentra, son aquellas que se engalanan, cuan­do conocen el lugar de su descanso, a fin de que en ellas se revele la gloria del Señor[2].

Acerca del Cantar de los Cantares, dice Hipólito:

Decidnos su naturaleza (del Amado) y dadnos una señal clara para que sepamos que la flecha de amor ya se halla clavada en tu corazón[3].

Orígenes, promotor de la exégesis espiritual, en sus Scholia, sus homilías y sus co­mentarios, dramatiza el Cantar de los Cantares y ve, en las hijas de Jerusalén, el coro de los perfectos. Canta el amor espiritual, habla de la «cari­dad ordenada» (a la que volverá a aludirse en la Edad Media) y adapta el vocabulario del amor en el alma de los creyentes[4]. Anima al alma a que conozca a Dios por el Verbo:

El alma se siente impulsada por el amor y por el deseo; cuando descubre la belleza admirable del Verbo divino, ama su aspecto y recibe de Él como una marca y una herida de amor[5].

Se trata de pasar del conocimiento de los sen­tidos a una experiencia del conocimiento contemplativo, en el que el alma, purificada en sus actos y en sus costumbres, es conducida a un discernimiento, llega a las verdades de la fe y a los misterios (mystica) y se siente in­flamada por un amor sincero y espiritual a la contemplación de la divi­nidad[6]. El corazón (principale nostrum), en lo alto de la ascensión, mucho más allá de la filosofía y de la fe, será el punto de encuentro para el alma que tiende hacia los secretos misteriosos de la sa­biduría[7]. Las traducciones latinas de Orígenes que hicieron san Je­rónimo y Rufino de Aquileya, llenan el vacío dejado por comentarios latinos desaparecidos (o no encontrados), de los que sabemos que eran nu­merosos antes del año 300 (Victorino de Pettau, Reticius d’Autun, Hilario de Poitiers).

Gregorio de Elvira († 392), quien insiste en la Iglesia virginal, recuerda el beso místico que une la paz celestial con la verdad de la tierra. Un hermoso texto asocia la Iglesia y sus sufrimientos a Cristo:

La Iglesia quiere estar, para Cristo, sometida a los males, es decir, a los peligros y a los sufrimien­tos… Tenemos allí la herida que nos conduce al sufrimiento: quiero decir, el amor de Cristo[8].

Ambrosio no presenta un tratado sistemático sobre el Cantar de los Cantares. Sin embargo, sus escritos acerca de la virginidad, su «explicación del Salmo 118» y su «De Isaac vel anima» echan mano de numerosos ver­sículos. Con la tendencia, al igual que Orígenes, hacia el conocimiento mís­tico, supera la Ley Antigua por el amor, dando una interpretación tipológica de la historia de la salvación y viendo en la pasión, el punto culminante en el que el Esposo y la Esposa viven la herida de amor. La muerte mís­tica a todo lo que es terreno se realizará por el excesus mentis y la ebrietas.

Como Metodio de Olimpio, la exégesis de Ambrosio también va del alma individual a la Iglesia y a la Virgen María.

En muchos pueblos, la Iglesia, o el alma en cada persona, se halla unida al Verbo de Dios, como a un esposo eterno, sin que en nada sufra su pudor[9].

Hijas mías, imitad a María, a quien conviene perfectamente lo profetizado acerca de la Iglesia[10].

Para él,

el beso del Verbo divino es la iluminación por la cual el Espíritu Santo da a conocer el senti­do de la Escritura. La ascensión del alma prosigue hacia la perfección, pero de una perfección que es útil al prójimo». Perfecta, si bien no por sí misma, interviene por los demás; para salir del seno del Padre y para salir como el esposo que abandona la cámara nupcial, corre, a fin de ganar a los débiles: no se queda en el palacio secreto de su padre, donde no la podrían seguir los que no son capaces, sino que quiere reunirlos e introducirlos en la casa custodiada por el esposo[11].

Estas homilías pasaron al pueblo cristiano, con el objeto de convencerlo de que Cristo siempre está con él.

Junto a mí está quien dejó este mundo; está presente en mí quien piensa en mí, quien me mira, quien espera de mí y de quien yo soy un miembro; presente en mí está quien está ausente de sí mismo; está presente en mí quien se negó a sí mismo; está conmigo quien no se queda dentro de sí mismo; quien está en carne no está en el espíritu; está conmigo quien sale de sí mismo; junto a mí está el que estará fuera de sí mismo; me pertenece enteramente quien por mí perderá la vida[12].

Estas palabras que se ponen en boca de Cristo, recuerdan la intimidad a la que es llamado el cristiano.

El afecto que san Ambrosio manifiesta por el Cantar de los Cantares no va a ser compartido por su discípulo, san Agustín. Este desarrolla su pensamiento en otra línea, especialmente, la del «corazón»[13].

Las 15 homilías sobre el Cantar de los Cantares, de Gregorio de Nisa (ca. 330- ca. 400)[14], deberían estudiarse, ya que describen la unión de amor del alma y Dios en el matrimonio místico. Citemos tan sólo un texto sobre la herida de amor:

Estoy herido por el amor. Estas palabras mues­tran el carácter profundamente ahincado en el corazón. La dilección o la caridad es la que ha estampado la marca. Pero sabemos por la Escritura que Dios es la caridad, que envió su flecha de elección, el hijo unigénito… ¡Oh herida hermosa y dulce llaga por la cual la vida se torna interior… que abre una entrada, una puerta. En efecto, tan pronto recibió la marca de la caridad, esta transfixión se transforma en gozo nupcial…[15].

El papa san Gregorio Magno (ca. 540- ca. 604) nos proporciona un buen ejemplo de cómo los Padres interpretaron estos textos. En su comentario sobre el Cantar de los Cantares, escribe:

Levántate, mi amor, mi hermana, y ven, paloma mía, en las hendiduras de la roca, en los lugares huecos de la pared. Por las hendiduras de la roca, me refiero a las heridas en las manos y los pies de Cristo que cuelgan libremente de la cruz. Por lugares huecos en el muro, me refiero a la herida en su Costado hecha por la lanza. Como la paloma en la roca, el alma simple encuentra en estas heridas el alimento que la fortalezca[16].


[1] De Virginibus, II, 42.
[2] Fragmento, J. B. Pitra (ed.): Analecta Sacra IV (París 1883) 306-310.
[3] Pitra, 109.
[4] F. J. Doelger., «Christus als himmlischer Eros und Seelenbräutigam bei Origines»: Antike und Christentum, vol. 6, l. 4 (Münster 1950) 273.
[5] Prólogo in Cant., W. A. Baehrens (ed.), 67.
[6] Baehrens, 7,79.
[7] Baehrens, 231.
[8] Tractatus de Epithalamio: G. Heine, Bibliotheca anecdotorum I (Leipzig 1848) 156; ver también Wilmarta, «Les “Tractatus” sur le Cantique attribués á Grégoire d’Elvire»: Bulletin de Littérature Ecclésiastique (1906) 233-289.
[9] Expos. Psalmi 118, De virginibus, 1,31: PL 16,208.
[10] De Institutione virginis, XIV,87: PL 16, 326-328.
[11] De Isaac vel anima: CSEL 681,682.
[12] De Isaac, 5,47ss: CSEL 32, 1, 671ss.
[13] Cf. E. de la Peza, «El significado de “cor” en san Agustín»: Revue d’Etudes Augustiniennes, n. 7 (1961) 339-368; ver también Ch. Boyer, «Le triple amour du Christ pour les hommes dans les écrits de saint Augustin», en Cor Jesu, I, 569-594); también A. M. La Bonnakdiere, «Le Cantique des cantiques dans l’oeuvre de saint Augustin»: Revue d’Étu­des Augustiniennes 1 (1955) 225-237, y F. Ghly, Hohelied Studien (Wiesbaden 1958).
[14] PG 44,756-1020.
[15] In Canticum, homil. IV: PG 44,852 B.
[16] San Gregorio Magno, In Cant.,: PL 79,491.
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