Oraciones de repetición de Occidente y Oriente

Icono de la Virgen María y el Niño

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de Orihuela-Alicante | «La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acáthistos y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Avemaría, los theotokía, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma.» (Número 2678 del catecismo de la Iglesia católica).

En el catecismo hay una gran conciencia de que la Iglesia está regida por dos pulmones: el de Occidente y el de Oriente. Nosotros los latinos, especialmente por ser ampliamente mayoritarios en el mundo católico, tenemos el gran peligro de olvidar la tradición oriental de la Iglesia. Por otro lado, el catecismo tiene, al mismo tiempo, una gran sensibilidad ecuménica, especialmente hacia el mundo ortodoxo, que es con el que estamos más cerca de llegar a la plena comunión en la fe.

El rezo del Rosario ha ocupado en la tradición de Occidente, especialmente en los últimos siglos, el puesto que en Oriente tiene la oración de Jesús. Los que han leído ese famoso libro de El peregrino ruso o libros similares conocen esa oración que consiste en repetir una y otra vez: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador». Esa forma de orar en Oriente es la que, acompasando con nuestra respiración, consiste en repetir el nombre de Jesús de manera que nos empape orar con una sola palabra, de una forma que va poco a poco penetrando en nosotros.

El correlativo en Occidente de esa oración oriental es el Rosario. Que conste, no obstante, que entre nosotros también se hace esa oración del nombre de Jesús. Por ejemplo, santa Teresita de Lisieux dice en sus escritos que ella repite la oración del humilde publicano y le llena de confianza. Aquel publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo y solamente decía ten compasión de mí que soy un pecador.

Hay muchas personas que han ido redescubriendo el Rosario, en un momento en el que se despreciaba esta oración. Al recurrir a Oriente nos hemos dado cuenta de que también nosotros, en el Rosario, tenemos una oración de repetición. Y tal vez la habíamos considerado superficial, porque uno puede rezarla sin darse cuenta de nada, sin entrar en ese misterio de la oración. Pero lo que está claro es que el rezo del Rosario es un camino concreto que lleva al corazón humilde y quebrantado. Y que la repetición es como una gota de agua que va cayendo y acaba por taladrar las rocas más duras.

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