Las grandes temáticas patrísticas referidas al Corazón de Cristo (I)

Las grandes temáticas patrísticas referidas al Corazón de Cristo[1]
a) La Iglesia nace del Corazón de Cristo[2]
Una temática que se encuentra en los escritos de los Padres, y que contribuyó al surgimiento de la devoción, es la de la Iglesia nacida del Costado herido de Cristo. El origen está en la enseñanza de san Pablo sobre Cristo como el segundo Adán espiritual (1 Cor 15,45).
Varios son los Padres que consideran el Costado traspasado como la apertura de la puerta del Templo. «Encontré un tesoro admirable y quedé encantado de esas riquezas espléndidas», dice el Pseudo-Crisóstomo[3]. Sin embargo, fieles a su contemplación mística, los Padres consideran que la Iglesia nació del costado de Cristo, como Eva de Adán, y que la Iglesia es la nueva Eva nacida del nuevo Adán, que duerme su sueño en la cruz.
A este respecto, existe una gran cantidad de textos señalados por el padre Tromp e indicados en nota anteriormente. La Iglesia está constituida por los sacramentos, simbolizados por el agua y la sangre: el bautismo y la redención (o el martirio o la Eucaristía). «Los sacramentos por los que los fieles se inician», dice san Agustín[4]. Vemos cómo, a partir de san Pablo, la tipología (Rom 5,14) establece una relación entre Adán y Eva, entre Cristo y la Iglesia (Ef 5,29-30). Relacionada con la teología de Juan sobre «el agua y la sangre», y estableciendo una relación entre los sufrimientos de Cristo y la efusión del Espíritu, la interpretación de Tertuliano (ca. 160-220): «El sueño de Adán fue una figura del sueño de Cristo, que se durmió en la muerte para que, por una herida semejante de su costado, se formase la Iglesia, verdadera Madre de los vivientes»[5], se prolonga en san Agustín y pasa a la catequesis popular, creando, entre los cristianos, el clima de la Ecclesia Mater[6], nacida, ella misma, del amor de Cristo, que es un elemento de la devoción al Corazón de Jesús.
Tertuliano además de introducir a los fieles en el misterio de la herida del Costado de Cristo[7], llega a decir en las catequesis bautismales:
Si Adán era la figura de Cristo (cf. Rom 5, 14), el sueño de Adán fue una figura del sueño de Cristo que se durmió en la muerte para que por una herida semejante de su Costado fuera formada la Iglesia, verdadera madre de los vivientes[8].
Para Tertuliano el agua del bautismo que brota de la cruz, otorga el Espíritu que edifica la Iglesia[9].
En San Cipriano (200-258), que vivió en el norte de África, hay algo del tema de Tertuliano, además de algunas resonancias con el pensamiento de san Justino:
¿Puede cualquiera sacar de las fuentes de la Iglesia si no está en el seno de la Iglesia?… El Señor invita a cualquiera que lo quiera a ir a beber al río del agua viva que fluye de su seno[10].
También expresa un tema que con frecuencia se repite en el pensamiento de los escritores medievales sobre el Sagrado Corazón cuando hablan de las aguas que brotan de la roca como «realizadas en el Evangelio cuando Cristo, que es la Roca, fue atravesado por la lanza durante su pasión»[11]
Este concepto es ampliado por san Juan Crisóstomo (347-407), lejano de san Cipriano en el espacio y en el tiempo, pues vivió en Constantinopla. Unió las ideas expresadas por Tertuliano y san Cipriano, contribuyendo sustancialmente a los fundamentos de muchos futuros escritos sobre el Sagrado Corazón:
La lanza del soldado abrió el Costado de Cristo y, he aquí… que de este Costado herido de Cristo fundó la Iglesia, al igual que una vez la primera Madre, Eva, fue formada de Adán. Por eso, Pablo dice: «Estamos hechos de su carne y de sus huesos». Con ello quiere significar el Costado perforado de Cristo. Así como Dios tomó la costilla del costado de Adán y con ella formó a la mujer, así Cristo nos da agua y sangre de su Costado traspasado y de él forma la Iglesia… Allí el sueño de Adán; aquí la muerte-sueño de Jesús[12].
San Agustín, en su comentario sobre el Evangelio de san Juan, escribe:
La primera mujer se llamaba Vida y Madre de los vivos. El segundo Adán con la cabeza inclinada durmió en la Cruz para que un cónyuge pudiera ser formado para él a partir de lo que fluía de su costado mientras dormía por la cual los muertos vuelven a la vida! ¿Qué podría ser más purificador que esta sangre? ¿Qué más sanante que esta herida?[13]
Esta enseñanza de Agustín, que se encuentra a lo largo de sus escritos, se abrió camino en la catequesis popular de la Iglesia primitiva.
El obispo de Cartago, Quodvultdeus († 453), era amigo y discípulo de Agustín. En su instrucción a sus catecúmenos, escribe:
Ahora dejad a nuestro Esposo subir a la Cruz y dormir allí la muerte, dejad que se abra su costado y salga la Esposa virgen. Como una vez se formó Eva del costado de Adán Eva, así que la Iglesia se forme ahora del costado de Cristo muerto, mientras cuelga de la cruz ¡Oh maravilloso misterio! ¡La Esposa nace del Esposo![14]
Esta doctrina, muy extendida en toda la patrística, fue aceptada en el Concilio de Orange[15] como doctrina católica: la Iglesia procede del Costado de Cristo, abierto sobre la cruz.
Parece que los Padres se ocuparán más en fijarse en lo que sale de la herida del costado que de ver en ella un acceso al Corazón. Su devoción «se queda en la contemplación de la herida exterior»[16]. Siguen el paralelismo de la carta de san Pablo a los Romanos (cap. 5).
Su contemplación ve a la Iglesia, la nueva Eva, que sale del costado del nuevo Adán dormido en la cruz.
El segundo Adán inclinó la cabeza y se durmió sobre la cruz, para que una esposa se formara en él, la cual brotó del costado de aquel que dormía… Adán duerme para que Eva exista; Cristo muere para que exista la Iglesia[17].
Se consuma allí la unión del Verbo de Dios con la humanidad que ha amado y por la cual se ha entregado (Ef 5,25). Se podrían citar muchos textos sobre este punto, para mostrar que la Iglesia es el fruto del amor de Cristo[18].
El agua y la sangre son símbolos mesiánicos: el agua simboliza el bautismo y la sangre la vida eterna que se comunica en la Eucaristía, o también, la Palabra y el Espíritu. Merece la pena citar, por su admirable simplicidad dentro de su laconismo, un grafitto de la catacumba de Priscila en Roma, donde un cristiano escribió: «Rescatado por la herida de Cristo».