Los frutos del desierto

Amanecer en el desierto

Luis Mª Mendizábal | La omnipotencia creadora de Dios para quien cree en ella y se fía de ella, actúa como en Abraham, lo mismo en la vejez que en la juventud. A veces, en la juventud es donde se advierte que uno no se ha dejado guiar por la esperanza divina, sino por el vigor de sus fuerzas. Análogo a la vejez es el obstáculo de la propia miseria, experimentada a través de años de esfuerzo y expresada en la imagen de la esterilidad.

El Señor suele ir realizando su promesa en los momentos cumbres estas dos realidades: la vejez y la esterilidad. Con la ancianidad por todo lo que significa de acabamiento de los vigores y de las ilusiones humanas, y mediante la esterilidad por todo lo que indica de incapacidad de fructificar. Esta última imagen expresa bien la propia miseria, cuando se siente uno estéril en lo que se refiere al crecimiento de la unión con Dios. Es el desierto, una realidad que está en nosotros, que experimentamos continuamente en nuestra vida de oración.

Santa Teresa dice que la miseria está siempre en el fondo de nuestro corazón y pone la imagen de que es como el fondo del río, que está siempre fangoso. Mientras que las gracias de Dios son como las aguas que van y vienen, pero lo que está firme es la miseria de nuestro corazón. Y es una imagen, en ese aspecto, verdadera. Imperfecta todavía, porque diríamos que solo da un aspecto, porque todavía lo más grandioso y lo más notable es que Dios, como lo profetiza Isaías, hace fructificar el desierto.

El Señor, por la miseria del hombre, produce frutos de santificación. El desierto florece. Esto es todavía lo más impresionante de la acción creadora de Dios. Por lo tanto, en el campo de la vida espiritual es fundamental que tengamos siempre abierto el horizonte de la esperanza, del encuentro cada vez más íntimo y más hondo con el Señor. De desarrollo cada vez más profundo del Reino de Dios en el mundo. El Señor nos ha hecho una promesa y de ahí nace la fuerza de la esperanza.

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