Aparición en el Cenáculo (III)

Resurrección

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | ¿Por qué puede derramar el Resucitado esa paz? La paz, no solamente es la ausencia de turbación sino es el conjunto de los bienes mesiánicos. El conjunto de los bienes mesiánicos es la paz positiva, es la PAZ con mayúsculas, es inundación de paz, comunicación del descanso de Dios, de la bienaventuranza. No es un mero saludo. Nosotros muchas veces hacemos un saludo como un puro formalismo. En el caso de Jesús no es un puro saludo es dicho con Verdad. “¡La paz con vosotros!” Quiere decir que lo que ha hecho muriendo por nosotros, lo aplica: su paz está con nosotros. Cristo resucitado es Cristo glorioso, es el Cordero degollado de piel y así muestra las manos y el costado. Con la expresión “¡La paz con vosotros!”, Jesús nos está diciendo: “Porque Dios os ama, corresponde”.

Hay una unidad entre este pasaje del Resucitado con el canto de los ángeles en el nacimiento en Belén: “paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, este es el anuncio que los ángeles han hecho de la encarnación, y que ya indica el amor de Dios que entrega a su Hijo hasta la muerte. Esta paz ya es signo de ese amor de Dios. Esto que se anuncia en Belén, ese amor, llega a su cumbre en la Pasión de Jesús, y por lo tanto una vez resucitado puede presentar ese amor y lo hace: “¡paz a vosotros! Que así os ama Dios”. Y es entonces cuando les muestra las manos y el costado, les muestra el amor extremo; por eso decimos que el crucifijo no es simplemente un recuerdo del pasado que recuerda el hecho de la crucifixión por parte de los verdugos sino que quiere decirnos que el amor que Cristo nos tiene ahora, es el mismo amor de Cristo resucitado que nos muestra las manos y el costado. La humanidad glorificada de Cristo está marcada por la Pasión, está ahí, en esa humanidad, está formada por esa pasión del Señor. Digamos que nos lleva tatuados en sus manos, en sus pies, es su costado y ese gesto es el que produce alegría en los discípulos. Ese amor de Dios que les envuelve, que se les hace presente, está expresado en ese “se alegraron de ver al Señor”. Ahí está el Señor, el que los ama.

Estigmas

Vamos a hacer alguna reflexión sobre esa paz tan importante que tenemos que llevar a todas partes pues Jesucristo dirá a los discípulos que la lleven a través del mundo: “¡Paz a vosotros!” El saludo de San Francisco no es más que la realización de este saludo “paz y bien”. Pero para llevar esa paz hay que tener esa paz, tenemos que tener esa paz, estar impregnados de esa paz para transmitirla. Bienaventurados los pacíficos no es bienaventurados los pacifistas. Muchas veces los pacifistas arman cada lío que uno se queda asombrado de que sean pacifistas. Se refiere al que inspira paz, el que transmite paz porque tiene ese don del Espíritu, pues la paz es fruto del Espíritu Santo. Entonces esta persona llena Espíritu Santo transmite con su palabra, transmite con sus gestos, con su vida… Se convierte en un portador de paz. Bienaventurados los portadores de paz, los que están llenos de paz.

La vida del hombre solo es perfecta en relación al amor porque el amor es la cumbre de la vida humana. Por eso el Señor da la paz pero inmediatamente da el Espíritu, les volvió a decir “¡la paz con vosotros!” y les dice entonces “recibid el Espíritu Santo”. La paz va unida al Espíritu Santo. San Juan quiere recordar esa conexión entre el don del Espíritu con Cristo inmolado y glorioso para que no nos equivoquemos de que la humanidad de Cristo es el elemento de la comunicación del don del Espíritu. Cuando invocamos al Espíritu Santo viene a nosotros del Corazón de Cristo y a Él nos tenemos que dirigir cuando decimos “ven Espíritu Santo”, del Corazón de Cristo al nuestro. Corazón de Cristo y Espíritu Santo están unidos por eso inmediatamente “mostrando las manos y el costado dice recibid el Espíritu Santo”, “el Espíritu que yo os enviaré que está junto al Padre…” Ojalá podamos dejarnos atrapar por esta aventura. Esto es lo que sucede en ese aliento de Jesús que alentó sobre ellos, sopló sobre ellos. Así entramos en el ambiente Trinitario: de Cristo que alienta el Espíritu Santo sobre los discípulos por lo tanto por ese Espíritu entran en comunión con Él y con el Padre. Y esa es la paz. La paz que se ha establecido entonces es una paz divina, la que viene de Dios que da la unión de todos y establece la comunión de todos. La paz que el Señor nos da es la Paz, “la que Yo os doy no os la doy como la da el mundo”, “mi paz os doy”, la paz de Él, la paz interna, paz que nos alienta. Así comprende San Pablo que el cristianismo es paz y gozo, “ven Espíritu Santo”, y viene la paz y el gozo.

La paz de Dios pues es una paz total, no se funda en cosas palpables sino que es algo que tiene que mantenerse en todo momento y en toda circunstancia. Esa paz no depende de agentes externos. Sucede frecuentemente que para tener paz se quiere, a veces, evitar todo ruido por fuera, pero esa no es la paz verdadera. La que está dependiendo de los factores externos no puede ser la paz verdadera. La paz que Dios nos da no nos la quita nadie por lo tanto no está en relación con todo ese mundo exterior, que es una especie de juego artificial de las cosas. Esa paz te la puede quitar cualquiera porque está sostenida por alfileres. La paz del Señor no se funda en cosas exteriores sino que se mantiene en todo momento y en toda circunstancia, se funda en la fe, en el gozo y seguridad de Dios. Viene de ver las manos y el costado del Resucitado y de escuchar “¡la paz con vosotros!” La vida es difícil pero ahí está el Padre que nos ama en Cristo y esto da paz. Cuando lo que busco es una seguridad de buenas noticias eso no se llama paz. La paz viene del Espíritu pero también hay que mantenerla tanto en tiempo de paz pacífica como en tiempo de guerra.

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