Sé de quién me he fiado

| Si un joven pisara por primera vez la Iglesia Católica en España y preguntará ¿qué es ser cristiano? ¿Qué sería lo primero que le dirían? ¿Qué sería lo primero que le diríamos? Hace unas semanas conversaba chica que me había agregado al messenger porque quería conocer qué actividades hacíamos y cómo vivía. Lo primero que me preguntó no era si rezábamos, si nos formábamos, si convivíamos entre nosotros… no. La primera pregunta fue que si éramos “progres” o “conservadores”.
Le intenté responder que en la Iglesia no existe esa clasificación. No me creyó. Son tantos los medios de comunicación cristianos o no, que hablan en estos términos que al final va calando y, a nosotros los jóvenes, se nos queda una imagen distorsionada de la Iglesia Católica.
Ejemplos tenemos muchos y no hace falta que aquí los escriba. La Iglesia no es un partido político, no hay una Iglesia progresista (con la que normalmente se identifican valores como la modernidad, la apertura…) y una Iglesia que se asocia más a valores de “carca”, cerrada, triste… ¡Qué no! Que sólo hay una Iglesia, la de Cristo y que es fiel a su Magisterio. No se trata de una Iglesia de un tipo o de otra, sino de la Iglesia Católica o, si no, estamos hablando de otra cosa.
Y es importante que un joven lo tenga claro, y que además experimente la vida de una única Iglesia. Que dividir es muy fácil pero que no nos engañen, que muchos jóvenes queremos descubrir la auténtica Iglesia y entre mezcla de ideas, palabrería, luchas internas…, al final no penetramos y no vivimos lo que ser Iglesia significa, y nos vamos tristes por donde hemos venido.
Por eso me parece esencial que como jóvenes, sepamos a quién seguimos. Sepamos quiénes son nuestros guías y de quién nos fiamos. Y quién nos pasa la antorcha que viene desde hace tantos años, porque sólo existe la Iglesia de Cristo, donde Él se hace presente también hoy. Esa es nuestra fe y es impresionante. Cómo un grupo de personas, algunas de ellas muy jóvenes, convivieron, escucharon, rieron, y lloraron con Jesús. Cómo lo vieron resucitado y cómo todo eso fueron contándolo a riesgo de su vida.
Y cómo a través de ellos se va formando la Iglesia, no después de Cristo, no aparte de Cristo sino en común-unión con Él. Y sabemos que todo esto pasó porque nos lo han contado, y nos fiamos de quienes nos lo han contado y así viene la cadena, alentada por el Espíritu Santo, desde hace veinte siglos. Por eso es un ejercicio básico el reconocer a quién seguimos, a qué persona concreta que nos traspasa la antorcha con su vida. A lo mejor en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestro movimiento… pero quién es esa persona que si todos los demás cristianos del mundo fallaran, seguiría ahí para mostrar a Cristo que sigue vivo y a la Iglesia viva y real.
Por eso también a veces me hago la pregunta al revés. ¿Seré yo presencia real de Cristo y de su Iglesia para alguien? Y me lamento si intuyo que con mi vida no soy capaz de transmitir esto que quiero y deseo vivir. Y es que no valen solamente planes pastorales fenomenales, ni grandes actividades en las que juntarnos…, hacen falta sobre todo testigos que tengan muy claro a quién siguen y que vivan en consecuencia.
Recuerdo hace cinco años en Madrid a un hombre que decía ser un joven de ochenta y tres años y en el que muchos encontrábamos esa presencia real de Cristo y ese testimonio diario. Cuando el siervo de Dios Juan Pablo II nos hablaba de cómo hacer para transmitir esto que queríamos vivir nos dijo: “Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores”.
Por eso si hoy me invitaran a dar un curso sobre cómo encontrar el Cristianismo, quizás hablaría de libros, quizás de música, quizás de la oración…, pero, lo primero de todo, de algunas personas que portan la antorcha con valentía y humildad cada día, y que van prendiendo el mundo, y que conociéndoles nos acercan más a cómo es Cristo, para que poco a poco se descubra no a un Jesús progre o conservador, sino al verdadero Jesús que es el mismo hoy, ayer y siempre.
Mis últimas palabras en este artículo quería dedicarlas a los que ya se saben cristianos en la Iglesia Católica para que sean fieles, para que seamos fieles. Para que no abandonemos nuestra relación personal con Cristo, bajo la guía de nuestros pastores y haciendo cada día, sin grandes aspavientos, lo que tenemos que hacer. Lo ordinario, pero según Cristo y porque nace de nuestro día a día con Él. Y aquí en la única Iglesia posible.