La virginidad consagrada (I)
, Presbítero | En muchas concepciones y vivencias religiosas se ha percibido y vivido la virginidad y el ascetismo como una forma de acercamiento a la divinidad. Así, tanto en las corrientes religiosas de oriente como de occidente, incluso en ciertas filosofías, se ha vivido la virginidad como una forma de perfección física y espiritual, como un modo de alcanzar ciertos grados de la mística religiosa.
Desde los inicios del mismo cristianismo, hubo en el seno de las comunidades cristianas, hombres y mujeres que se sintieron llamados por Cristo a vivir la virginidad, como imitación de la misma vida de Cristo y de María; vivir sólo para Dios con corazón virginal, en el que el único tesoro del corazón sea Cristo. Imitando, de este modo, la misma vida de Cristo, pobre y humilde. Asimilando la vida de Cristo, incluso, en la propia dimensión física y emocional de su vida. De este modo, la virginidad cristiana, no es mantener la continencia corporal o física, o una simple ascesis o penitencia que conlleva el dominio de las pasiones; al contrario de lo que han propugnado otras filosofías o experiencias religiosas y espirituales. Va mucho más allá, es una profunda experiencia del corazón, una forma de vivir el amor y, por tanto, de vivir la propia humanidad, que trasciende el puro elemento físico, sino que integra toda la persona humana. La virginidad consagrada en el cristianismo pone a Cristo como centro de toda la persona humana, siendo el corazón, lo interior, lo profundo del corazón, lo íntimo de aquello que nos expresa como personas lo que se entrega solamente a Cristo, siendo éste, el único tesoro del corazón, el único consuelo de los afectos, internos y externos, ello implica una dimensión física y sexual, en donde todas las potencias humanas quedan integradas en el amor espiritual y emocional a Cristo.
La virginidad es una forma del amor cristiano, como lo es el amor esponsal, o el amor maternal y paternal, o la misma caridad pastoral. Por ello, hace referencia a un tú, que es el mismo Cristo, y que engendra una vida nueva, una vida espiritual, una vida a la gracia, una vida al amor en la persona que la profesa. Además, la virginidad es dadora de vida, a imitación de la maternidad virginal de María; la virginidad es capaz de engendrar vida fraternal, compromiso vital, amor generoso y entregado, especialmente por los más pobres y necesitados; es capaz de engendrar misericordia para con los pecadores a imitación del amor virginal de Cristo.
La virginidad conduce a una felicidad y a una realización de todos los órdenes de la persona humana, porque al ser una forma del amor humano, realiza al ser humano que la profesa en todas sus dimensiones sicológicas, emocionales, afectivas y sexuales; realiza tanto en el orden humano como en el orden espiritual. Teniendo en cuenta que lo espiritual no es ajeno a lo humano, sino que lo espiritual es definitorio y esencial en lo humano. La consagración virginal no es una realidad autónoma y autorreferencial, sino que tiene una dimensión profundamente eclesial. Solamente podemos entender plenamente el amor virginal a la luz del amor esponsal del matrimonio cristiano, y viceversa, el amor esponsal del matrimonio cristiano ha de ser iluminado por el amor virginal. La virginidad cristiana es un encuentro con el misterio de la Cruz de Cristo, con la entrega de Cristo y con el solo vivir para Cristo, supone un desprendimiento de la propia vida, de las cosas de mundo, y de todas las realidades que atan o aprisiona la existencia humana. Es la gran libertad en Cristo.
La virginidad tiene su origen en una profunda vida en el Espíritu, es una llamada al corazón; de este modo, de la virginidad brotará una honda espiritualidad que tiene como elemento fundante seguir a Cristo virgen a causa del Reino de los Cielos; además, de por un amor profundo a Cristo que te ha salvado, cargando los pecados de cada ser humano y dando la vida en la Cruz, personalmente y por cada uno. Lentamente impregnará el Cristianismo y lo influirá, dará lugar a toda una literatura con riquísimos elementos espirituales y ascéticos. Será considerada una vocación especial en la Iglesia, con una gran dignidad y veneración; aceptada como un modo especialísimo de entender y vivir el Evangelio. Las vírgenes cristianas en los primeros siglos serán consideradas como un grupo especial dentro de la comunidad cristiana, que podían vivir juntas, conformando una comunidad de vida, o en las casas de sus familiares. Tenían un lugar reservado en los templos durante las celebraciones litúrgicas. Con el tiempo aparecieron oraciones y rituales de consagración, incluso elementos distintivos en la vestimenta que las acreditaba como tales; así, como otras características materiales y espirituales. Lo cierto, es que la virginidad cristiana se convirtió en una realidad que maduró en el cristianismo en importantes frutos espirituales.