La renuncia monástica

Monasterio

Juan Antonio Testón Turiel, Presbítero | Una premisa que es clave en la vida monástica es la renuncia a todo, siguiendo las palabras de Cristo al Joven Rico recogidas en el Evangelio: “Si quieres ser perfecto ve, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego ven y sígueme” (Mt, 19, 21). La vida monástica tiene aquí uno de los paradigmas más importantes de su espiritualidad: la renuncia a todo, incluso a uno mismo. En oriente uno de los conceptos que se usa para designar a los monjes era el de los “apotactitai”, es decir, “los que renuncian”. Sin una verdadera renuncia no puede haber vida monástica, vida religiosa, ni verdadera vida cristiana, ya que en todas estas realidades la opción total por Cristo, ya sea en la vocación bautismal o en una vocación específica, implica una cierta renuncia a las cosas de este mundo.

San Juan Casiano concibe la vida del monje, como un proceso de renuncia continua, en el que se distinguen tres momentos. La primera renuncia que se establece en el orden corporal, consiste en despreciar todas las riquezas y bienes de este mundo, para que ningún objeto impida la entrega total a Cristo. La segunda renuncia conlleva el abandono de todas las antiguas costumbres, vicios y afecciones interiores y exteriores, cuyo objetivo es la liberación interior del corazón. Tras esta preparación interior y exterior del monje, viene el tercer momento que consiste en apartar nuestra mente de todo lo presente y visible para contemplar únicamente las cosas futuras y no desear nada más que las invisibles. Esta concepción procede de una lectura teológica de la vocación de Abrahán. “Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre” (Gn, 12, 1).

La puerta de entrada a la vida monástica es la renuncia a las cosas de este mundo, que implica varios aspectos. Un primer aspecto es la renuncia al matrimonio, que por su propia naturaleza tiende a absorber todos los afectos del ser humano y acapara todo su interés. El monje escoge renunciar al matrimonio, al amor conyugal, a los placeres de la carne, y al descanso del alma en el cariño de una pareja. La virginidad, concebida como una continencia perfecta y voluntaria, es la raíz del monacato cristiano, su condición primera e indispensable. El monje pone su corazón totalmente en Dios, renuncia a todas las aficiones terrenas, incluso a las más lícitas. Por ello, renuncia al afecto de su propia familia, a la ternura de los suyos; sale de su casa y se adentra en los claustros del monasterio para vivir en compañía de Cristo y de sus hermanos, en donde encontrará su nueva familia y el descanso del corazón en su comunidad.

Otro aspecto fundamental de la renuncia consiste en dejar todos los bienes. No es un verdadero monje aquel que vive rodeado de riquezas personales, o el que lleva una existencia cómoda y regalada. Para san Paulino de Nola la puerta a la vida monástica era el desprendimiento de los bienes terrenales. Es profesar la desnudez y participar en la humildad y pobreza de Cristo. Ser monje es ser como Cristo, vivir como vivió Cristo, mirar la vida como la miró Cristo y hacer uso de las realidades terrenas como él lo hizo. La renuncia monástica es totalmente cristológica y solamente se puede vivir desde esta perspectiva espiritual. En este contexto, podemos entender el “Hábito Monástico” como la expresión física del comienzo de una vida nueva, renunciando incluso al vestido, para revestirse del nuevo traje que es Cristo. De este modo, renunciar a cualquier propiedad personal significa anular el peligro de poner la confianza en algo de este mundo y poder ser totalmente libre para dedicarse exclusivamente a Cristo. Así ha sido la doctrina monástica a lo largo de los decenios, el monje no poseerá nada y recibirá de la comunidad todo lo necesario para vivir.

Por último, el aspecto más importante de la renuncia es la abnegación. Cristo pide al que desea seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24). La abnegación se encuentra íntimamente ligada al concepto de cargar con la Cruz. Seguimiento de Cristo y Cruz están irreversiblemente unidos en el camino de la vida espiritual, especialmente en el caso del monje. San Basilio expondrá que de entre todas las renuncias, la más importante es la renuncia a uno mismo, despojándose del hombre viejo mediante la abnegación de la propia voluntad, trabajo que conlleva toda la vida. La abnegación no es como el desprendimiento de los bienes en el momento de la entrada en el monasterio, sino que es obra de toda la vida, que va esculpiendo en el corazón humano los mismos sentimientos de Cristo para realizar en el corazón del monje la nueva creación, una vida nueva en Cristo.

La renuncia tiene como fin romper los lazos que atan al hombre al mundo, a la carne, a la sangre, a las esperanzas terrenales y mundanas, e introduce al monje en una nueva ciudadanía. Los monjes lo dejan todo para vivir en la intimidad silenciosa e invisible de Dios.

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