La oración cristiana (X)

Crucificado

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Cuando nosotros vemos a Cristo, según dice ‘El que me ve a mí, ve al Padre’ y vemos los sentimientos de Cristo que se revelan en su naturaleza humana, de la persona divina, estamos viendo a Dios que se compadece, a Dios que llama, a Dios que ama. Y entonces, consiguientemente, esa hermosura de Dios, ese amor de Dios revelado a nosotros que se nos llega hasta dentro por la acción del Espíritu Santo, nos hace caer en la cuenta de ese Amor y entonces establecemos nuestra vida en Dios. Somos arrebatados al amor infinito. Esta misma palabra, arrebatados, indica la fuerza con que nos arranca de nuestro horizonte humano para colocarnos en éste horizonte divino. Eso que se asemeja como a una cierta muerte violenta, nos arranca.

Fue arrebatado de la tierra para que la malicia no manchara su corazón. Eso significa la muerte violenta. Pues bien, de tal manera Cristo nos arrebata nos comunica la belleza del Padre, nos atrae de tal manera que acontece como una muerte violenta en nosotros. Nos arranca violentamente para colocarnos en el nivel de la presencia de Dios, y en esa presencia de Dios, de alimentarnos con la intimidad de ese Dios, en eso ratos de oración en los cuales, rumiando serenamente, pacíficamente la Palabra de Dios nos vamos transformando de claridad en claridad en ese Dios que nos ama. Ahí tenemos pues nuestro oficio.

Lo que tenemos, pues, que tener clarísimo es que la vida de Cristo para nosotros no es un recuerdo del pasado, sino que la contemplación de la vida de Cristo es el camino por el cual el Espíritu Santo nos diviniza y nos transforma y nos dispone a sucesivas invasiones suyas en nosotros. El gran camino es pues esta contemplación de los misterios. Por eso nuestra vida es Cristo, Cristo ahora Resucitado, vivo, aún cuando en esa actitud de Resucitado y vivo, no hiere nuestros sentidos, pero por la fuerza del Espíritu nos transforma y actúa sobre nosotros a través de los misterios de su vida. Es como aquella carta escrita que Él con la fuerza del Espíritu me hace entender interiormente que me la escribe a mí, ahora, y es verdad, me la dirige a mí ahora, con esas palabras me habla Él ahora. Esta es la oración contemplativa cristiana, es ese diálogo de amor de verdad ahora.

Ahora, es importante no confundirlo con un recuerdo de hechos pasados, de los cuales yo deduzco una consecuencia, sino una verdadera revelación personal de Dios a mí de su amor por mí, que me hace interiormente sentir que me ama y que en todo eso se me comunica actualmente. Esta es la ocupación de la constitución Dei Verbum, lo que ha querido recalcarnos, cuando nos indica cómo en su Palabra viva, Dios en Cristo ahora nos habla a nosotros, ahora se comunica con nosotros a través de esa Palabra. Pero no solo por la Palabra, es por la fuerza del Espíritu que es el que nos hace sentir, el que nos adentra, el que nos hace caer en la cuenta de lo que es esa Palabra Cristo. El ahora  nos dirige, nos pide, nos exige, nos ama, nos ayuda. Todo esto es la meditación viva de la Palabra de Dios, y esto es lo que es la oración mental meditativa, contemplativa. Psicológicamente podrá tener formas diversas, pero en el fondo es la comunicación en la Palabra. La Palabra dirigida a nosotros captada por nosotros y la palabra transformativa de nosotros.

Podríamos, es este sentido, definir la meditación contemplativa de ésta manera, y entenderla así: por la Redención de Cristo, por los Sacramentos de la Iglesia se nos ha dado el Espíritu Santo, en nuestro espíritu que está en nosotros. Pero ese Don del Espíritu a nosotros admite una progresiva adhesión y una intimidad cada vez más profunda. Por eso lo podemos invocar continuamente: Ven Espíritu Santo… ¿Lo invocamos para que venga más profundamente? Lo invocamos porque ya lo tenemos, y teniéndolo Él nos mueve a que lo deseemos más hondamente. Esa venida progresiva del Espíritu Santo, esa interiorización transformativa del Espíritu, no se hace simplemente porque le digo que venga y Él tiene una nueva entrada en nosotros, sino que lo hace disponiéndonos, transformándonos, precisamente asistiendo nuestra contemplación del misterio de Cristo. Recordad las palabras de Jesús en el Sermón de la Cena cuando dice: [El Espíritu], Él os enseñará y os recordará todo lo que yo os he dicho…, también os guiará, y os conducirá a la verdad integral. La verdad es Cristo mismo. Os conducirá a la profundidad del misterio de Jesucristo, os conducirá a la profundidad del sentido de sus palabras, de su vida, de sus misterios, y nunca fuera de Él, por eso no son como dos fuentes distintas, una acción del Espíritu Santo con ciertas rarezas por otros campos y la acción de Cristo por otra, y los dos como una parte influye en otra… ¡No! Todo lo que el Espíritu hace en nosotros lo hace Cristo en nosotros por su Espíritu. Recibirá de lo mío-dice Jesús. De lo mío recibirá. Y os lo dará, os recordará las palabras que yo os he dicho, y os introducirá en la verdad. En la verdad integral que es Cristo. En la idea de san Juan como indicábamos… Si creyérais en mí, entonces conoceréis que soy Yo. Quiere decir, apoyados en la fe, teniendo al Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos introducirá en la profundidad de su misterio y así introduciéndonos en la profundidad del misterio de Cristo nos introduce transformándonos al mismo tiempo y al transformarnos nos dispone a una nueva comunicación del Espíritu Santo que nos llena más profundamente; y así vamos caminando en esa dialéctica, de claridad en claridad hasta transformarnos en Dios plenamente. Este es el proceso.

El Espíritu Santo nos lleva pues a contemplar a Cristo, precisamente para transformarnos. No hace una transformación de una manera arbitraria y aislada, no, la transformación no nos viene sino a través de la contemplación de Cristo, pero una contemplación que no es pura actividad nuestra, sino que es esa contemplación elevada, asistida por el Espíritu Santo que nos interioriza la Palabra de Cristo. Así lo dice el mismo Señor: Él os enseñará. Ese enseñar es interiorizar.

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