Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido
| Hay una afirmación evangélica que nos llega desde el prólogo del evangelio de san Juan y que los santos Padres atribuían a Juan Bautista, aunque la exégesis actual la pone bajo la inspiración del evangelista san Juan. Es la invocación que nos pone ante el Corazón de Cristo como símbolo de plenitud: «De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia» (Jn 1,16). San Juan, los apóstoles y todos los cristianos han recibido de Cristo todo lo que tienen en el campo de la gracia.
La imagen del costado traspasado es un desbordamiento de la humanidad de Cristo, fruto de la lanzada, que derrama una plenitud que no se podía contener en esa santa humanidad de Jesús: el fruto de la redención, el agua y la sangre, el bautismo y la Eucaristía, la Iglesia cauce de toda gracia en el mundo. «Sacaréis aguas con gozo de la fuente de la salvación» (Is 12,3).
Cristo es, en palabras previas del mismo prólogo joánico, el «Unigénito lleno de gracia y de verdad junto al Padre» (Jn 1,14). El Verbo entra en el mundo desbordando su plenitud (pleroma, en griego).
San Pablo en sus cartas escritas desde la cárcel, describe así también a Cristo: «Porque en él habita la plenitud de la divinidad corporalmente, y por él, que es cabeza de todo Principado y Potestad, habéis obtenido vuestra plenitud. En él habéis sido también circuncidados con una circuncisión no hecha por manos humanas mediante el despojo del cuerpo de carne, con la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos» (Col 2,9-11). La plenitud de Cristo rebosa en el cristiano desde el momento del bautismo. La plenitud de vida de la Cabeza se extiende por todos sus miembros.
La «gracia tras gracia», la gracia en cadena (san Juan Crisóstomo, san Agustín), no se agota ni disminuye, porque es plenitud divina. Su cauce incontenible y divino, ilimitado, es así descrito por el Crisóstomo: «Porque no se nos ha concedido solamente perdón de los pecados…, sino también justicia, santificación, adopción de hijos y gracia del Espíritu mucho más espléndida y abundante. Por esta gracia nos convertimos en amigos de Dios, no ya como siervos solamente, sino también como hijos y como amigos (PL 59,94).
San Juan Pablo II, al explicar esta letanía, nos remite a la causa de esta plenitud: el amor. «¿Qué es lo que determina la plenitud del corazón? ¿Cuándo podemos decir que el corazón está pleno? ¿De qué está lleno el Corazón de Jesús? Está lleno de amor. El amor decide sobre esta plenitud del corazón del Hijo de Dios… Es un Corazón lleno de amor del Padre: lleno al modo divino y al mismo tiempo humano. En efecto, el Corazón de Jesús es verdaderamente el corazón humano de Dios-Hijo. Está, pues, lleno de amor filial: todo lo que Él ha hecho y dicho en la tierra da testimonio precisamente de ese amor filial» (Juan Pablo II, Ángelus, 13-VII-1986).
El santo Papa polaco continuaba remitiendo el amor filial de Jesús al Padre y su desbordamiento hacia el hombre: «Al mismo tiempo el amor filial del Corazón de Jesús ha revelado ―y revela continuamente al mundo― el amor del Padre. El Padre, en efecto, “tanto amó al mundo, que le dio su unigénito Hijo” (Jn 3,16) para la salvación del mundo; para la salvación del hombre, para que él “no perezca, sino que tenga la vida eterna” (ib.). El Corazón de Jesús está por tanto lleno de amor al hombre. Está lleno de amor a la creatura. Lleno de amor al mundo. ¡Está totalmente lleno! Esa plenitud no se agota nunca. Cuando la humanidad gasta los recursos materiales de la tierra, del agua, del aire, estos recursos disminuyen, y poco a poco se acaban. Se habla mucho de este tema relativo a la explotación acelerada de dichos recursos que se lleva a cabo en nuestros días. De aquí derivan advertencias tales como: “No explotar sobre medida”. Muy distinto sucede con el amor. Todo lo contrario sucede con la plenitud del Corazón de Jesús. No se agota nunca, ni se agotará jamás» (Ibid.). Larga ha sido la cita pero sustanciosa.
La consecuencia práctica para todos es clara: «Sólo es necesario que se dilate la medida de nuestro corazón, nuestra disponibilidad para sacar de esa sobreabundancia de amor» (Ibid).