Ora et labora

Albergue de Peregrinos de Santa María del Carbajal

Amalia de Béthencourt Cavestany | Con estas líneas quiero compartir mi experiencia como Hospitalera en el Albergue de Peregrinos de Santa María del Carbajal en León. Ha sido preciosa y desde aquí me gustaría animar a otras personas a ser hospitaleros-voluntarios, porque es una experiencia maravillosa.

Estar en el Albergue es casi como vivir en casa de las Benedictinas. Estar tan cerca de las Carbajalas (como las llaman todos por aquí) y haber compartido con ellas tanto la vida espiritual como ratos de charla en el patio atendiendo a los peregrinos cada día, me ha ayudado a conocer de cerca la vida monástica y a la vez poder servir a nuestros hermanos, los peregrinos. Ora et labora que decía San Benito, su fundador.

Todo empezó hace varios años cuando un grupo de amigos fuimos desde Madrid a una formación para antiguos hospitaleros y futuros hospitaleros voluntarios, organizada por las Benedictinas durante un fin de semana, en su mismo convento. La formación la impartían algunos miembros de la Asociación “Acogida Cristiana en el Camino” (ACC) y varias monjas. A mi me gustó lo que nos explicaron y el ambiente que se respiraba y pensé “algún verano tengo que hacer esta experiencia”. Una cosa que me llamó la atención es que había personas de todas las edades: desde jóvenes estudiantes hasta jubilados, por lo que pensé “ser hospitalero no tiene edad”. ¡Qué bien! Y la cosa quedó ahí.

Esta primavera pasada me volvió como un flechazo la idea de ser Hospitalera en el Albergue de León. Me puse en contacto con una amiga que me proporcionó el teléfono de Sor Ernestina Álvarez, la monja Benedictina que había organizado la formación hacía varios años. La llamé y enseguida cuadramos las fechas: 15 días en agosto dentro de mis vacaciones. ¡Estupendo! Todo empezaba bien.

Sinceramente yo estaba muy ilusionada. Había leído alguna cosa en su página web y había visto algún video que habían subido por internet, pero poco más… Era la ilusión y también el gusanillo de lo desconocido. Siempre me ha gustado mucho la evangelización y tenía ganas de hablar de Dios y evangelizar a los peregrinos que fueran llegando al albergue. Me hace gracia la idea “romántica” de evangelizar a los caminantes… que tenía inicialmente y que sinceramente fue la que me movió a ofrecerme voluntariamente como hospitalera. Luego Dios tiene sus caminos y sus formas de hacer las cosas, que en la mayoría de las ocasiones, no coinciden con tus planes.

De esa idea “romántica” y de mi nula experiencia como alberguista en el Camino de Santiago, Dios se sirvió para que yo viviera una experiencia preciosa tanto espiritual, como compartiendo esos días con personas muy diversas (éramos 6 hospitaleros: 3 brasileños jubilados, 1 colombiano que vive en Estados Unidos, otra española y yo) y poniéndome al servicio de los peregrinos de tantos países del mundo, que iban llegando diariamente a nuestra casa, para facilitarles la vida y la estancia en el albergue.

El día a día de un hospitalero consiste en que nos levantábamos pronto: a las 5.30h. el primer turno para calentar la leche y el café que dábamos a los peregrinos a partir de las 6.00 de la mañana, antes de marchar. Los panes ya estaban cortados y todo dispuesto en el comedor para el desayuno desde la noche anterior. El segundo turno se levantaba a la 7.00h. para empezar a recoger las camas y dejar los dormitorios ordenados para que posteriormente las señoras de la limpieza pudieran hacer su trabajo. A las 8.00 cuando se iban los últimos peregrinos nos uníamos todos para terminar de arreglar los dormitorios. Desayunábamos juntos y descansábamos hasta las 11.00, hora en la que se volvía a abrir el albergue para recibir a los nuevos peregrinos de ese día. A cada uno se les inscribe, se les sella la compostelana, se les explica el funcionamiento del albergue, se les invita a participar por la tarde, tanto en la Santa Misa a las 19.00h. como en la oración del peregrino con las benedictinas después y finalmente se les acompaña a la cama que le hayamos asignado. El albergue se cierra a las 22.30h. y los caminantes van llegando durante todo el día, a veces en grupo, a veces a cuenta gotas, pero los hospitaleros tenemos que estar disponibles todo el día, por lo que nos organizábamos por turnos.

Sinceramente creo que no evangelicé a nadie verbalmente, porque no hablé a nadie de Dios. No tuve oportunidad de hablar con ningún peregrino del amor de Dios, de Jesucristo, su hijo, que se hizo hombre, murió en una cruz y resucitó para salvarnos a cada uno de nosotros, como fue siempre mi idea inicial. Pero los ratos de oración diaria con la monjas, estar recibiendo a cada peregrino con una sonrisa, ponerte a su disposición para todo lo que puedan necesitar y ayudar a los demás hospitaleros para que la convivencia fuera buena… ha hecho que mi experiencia de hospitalera haya sido de lo más gratificante tanto espiritual como humanamente. Volví cansada pero con el corazón bien lleno. ¡¡¡Estoy segura que repetiré!!!

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