Corazón de Jesús, víctima de los pecadores

El perdón a la mujer adúltera
El perdón a la mujer adúltera (M. I. Rupnik y Taller de Arte del Centro Aletti. 2009. Cripta de la iglesia inferior de san Pío de Pietrelccina)

Pablo Cervera Barranco | La bella secuencia pascual Victimae paschalis laudes recoge la esencia de nuestra letanía:

«A la víctima pascual
elevemos hoy el sacrificio de alabanza.
El cordero ha redimido a su grey.
El inocente nos ha reconciliado a nosotros pecadores con el Padre»
(Secuencia Victimae Paschali, estrofa 1).

Igualmente lo hace el prefacio de la solemnidad de Pascua cuando proclama que Cristo es

«el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo,
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida».

Cristo estuvo siempre cerca de los pecadores quizá porque en ellos encontraba más disponibilidad para acoger su invitación a la conversión. Los pecadores, en efecto, sienten más la necesidad de la gracia.

Jesús se sentaba a la mesa con los pecadores y era acusado por ello (Mt 9,10; Mc 2,15; Lc 5,29). Los pecadores se acercaban a Jesús para escucharle (Lc 15,1s). Jesús era llamado «amigo» de los pecadores (Mt 11,19; Lc 7,34-35). Esto suscitó muchas veces ocasiones embarazosas como en el caso de Zaqueo en que la gente murmura por haberse alojado en su casa (Lc 19,7) o el de la pecadora en la casa de Simón el fariseo (Lc 7,36-50).

Jesús ya había dicho: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13). Y ellos, en contactos con Jesús, cambiaban su vida: «Tus pecados quedan perdonados… Tu fe te ha salvado; ¡vete en paz!» Lc 7,48-50). A la adúltera sorprendida en su pecado: «¿Nadie te ha condenado?… Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más» (Jn 8,10-11).

Pero Jesús fue víctima de los pecadores, como reza la letanía. En Mt 26,45 y Heb 12,2 se recoge el tipo de pecadores por los que Cristo ha sido víctima. «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores»: Judas, la guardia, el sanedrín, Pilato, los soldados… son los pecadores a los que se refiere Jesús (Mt 27,26)

El autor de la carta a los hebreos exhorta a los cristianos para que perseveren y les invita a mirar a Cristo que ha llegado al extremo del sacrificio: «Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores» (Heb 12-1-13). Pecadores son los que han rechazado a Jesús y su evangelio.

El IV Cántico del Siervo, en el profeta Isaías, había anunciado a Cristo víctima de los pecadores: «Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes… por los pecados de mi pueblo lo hirieron… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos… él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores» (53,5-6.8.11.12).

San Pablo recoge una de las expresiones más fuertes y duras de sus escritos cuando dice de Cristo que «Dios lo hizo pecado por nosotros» (2 Cor 5,21). Es decir, maldito, incompatible, alejado de Dios. Tal es la realidad del pecado respecto del Todo Santo. Cargar y victimarse por los pecadores supuso el máximo grado de «alejamiento», de «lejanía-tensión» de Cristo con la Persona del Padre («Dios mío, Dios mío…)

La profunda teología de la carta primera de Pedro también recoge estas enseñanzas dirigidas a los redimidos: «Ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo» (1 Pe 1,18-19). Y más adelante concluye: «Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas».

Por su parte, el libro del Apocalipsis (5,9-13) recoge el canto jubiloso de alabanza y acción de gracias por la victoria de Cristo, víctima por los pecadores: «Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra». «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza». «Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos». San Juan Pablo II explicaba sintéticamente la victoria de Cristo víctima por los pecadores: «Jesús es víctima eterna. Resucitado de la muerte y glorificado a la derecha del Padre, conserva en su cuerpo inmortal las señales de las llagas de las manos y de los pies taladrados, del costado traspasado (cf. Jn 20,27; Lc 24,39-40) y los presenta al Padre en su incesante plegaria de intercesión en favor nuestro (cf. Heb 7,25; Rom 8,34)» (Juan Pablo II, Ángelus, 10 de septiembre, 1989).

Corazón de Jesús, víctima por los pecadores, Cordero degollado mudo, redentor vivo que intercede, ahora ya eternamente, con el corazón y las manos traspasadas…, ten misericordia de nosotros.

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