La moneda
| Aquella mañana Alfonso salió con su traje nuevo recién planchado. Bajaba por la calle cuando vio brillar una moneda en el suelo. Se agachó a cogerla, la miró satisfecho y dijo: “¡Hoy va a ser un gran día, hemos empezado con suerte!”
Siguió su camino hacia el trabajo y, al doblar la esquina, se encontró con un hombre que estaba pidiendo. Su buena conciencia le llevó a meter la mano en el bolsillo para capturar la moneda que había encontrado hacía un momento, al tiempo que recordaba las palabras bíblicas que siempre repetía su abuela: “Lo que has recibido gratis, devuélvelo gratis”. Por un momento se quedó con la moneda en la mano hasta que, en un gesto rápido, la volvió a lanzar al bolsillo y se dijo: “¡Qué trabaje que aún es joven!”. Sin fijarse que a Martín, que así se llamaba aquel hombre, le faltaba un brazo.
Una vez en la oficina, la secretaria pudo escuchar la conversación telefónica de Alfonso: “Deme unos días y tendré preparado todo el dinero, pero necesito un poco más de tiempo”. A juzgar por su cara de satisfacción al acabar la conversación, estaba claro que su interlocutor le había dado un plazo mayor para devolver su deuda.
Al cabo de unas horas se acercó un hombre humilde a su despacho y, a pesar de estar la puerta cerrada, pudo escucharse la voz de Alfonso que repetía: “No, ni un solo día más. Tienes que devolver ese dinero ya. Consíguelo como puedas. Ese no es mi problema”.
Llegó la hora del café. Como cada día Alfonso pidió su café con leche, pero de esta vez recordó su moneda encontrada y quiso acompañarlo con una tostada. Cuando iba a pagar todo, se cruzó con un amigo que hacía tiempo que no se veían, el cual insistió en invitarle. El día estaba sucediendo como Alfonso había pronosticado: un día de muy buena suerte. Después de una agradable conversación, el camarero se acercó a Alfonso y, aprovechando la confianza que se tenían, le dijo: “¿Ves a aquel hombre mal vestido al final de la barra? Lleva un buen rato esperando a que alguien le invite a un café ¿te animas? A ti te ha salido gratis el tuyo…” Alfonso dirigió una mirada altiva hacia aquel pobre y respondió: “¡Qué trabaje como hacemos los demás!… Probablemente se lo gastaría en vino”.
Al rato entró Martín en la misma cafetería, aterido por el frío. Vio al hombre del final de la barra y, sin pensarlo dos veces, se dirigió junto a él. Buscó entre sus pocas monedas, hizo cuentas y le invitó a un café y una tostada. Martín sabía que aquel hombre llevaba meses sin comer tras haber perdido su trabajo y él, bueno, él ya tomaría el café más tarde.
Ocurrió entonces que sobrevino la muerte para Alfonso y para Martín. Cuando los dos se presentaron ante Pedro, este se dirigió con un enorme abrazo hacia Martín y le dijo:
– ¡Mi querido Martín, qué alegría que podamos abrirte hoy las puertas del Cielo! Entra y disfruta de lo que has cosechado en la Tierra.
Martín entró como un ángel en el Cielo dejando atrás el duro suelo de la calle y las horas largas que pasó a la intemperie.
– En cuanto a ti, Alfonso, -dijo San Pedro en un tono irritado- bajarás al infierno, porque la medida que tú has tomado con tus hermanos será la misma que te mida en estos momentos.
– ¡Pero, si yo he trabajado toda mi vida, nunca he robado ni matado a nadie! –repuso Alfonso desconcertado.
– Y dices bien, pero ¿has oído decir que al final de los días se te examinará del amor? ¿Y qué has hecho con aquella moneda que el Cielo te regaló un día? ¿Acaso se la diste a Martín con la que poder alimentarse? ¿Y aquel pobre hombre de la barra del bar, pudo beber gracias a tu moneda? ¡Ay, tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber…! Y qué decir de cuando a ti se te perdonó la deuda y tú llevaste hasta la ruina a aquel otro hermano tuyo. Tenías razón cuando dijiste que aquel era un día de suerte para ti, pues esa moneda te había abierto las puertas del Cielo, pero tu codicia y prejuicio cegaron tus ojos y te condenaron.
Fue así como Alfonso entró en el infierno, pero antes le pidió a Martín que susurrara cada día a las almas más débiles las palabras que él había desoído en su interior: “Lo que has recibido gratis, devuélvelo gratis”.