La mejor oración
, Diácono Permanente | Desde muy pequeños nuestros padres y en muchos casos las abuelas nos inculcaron la importancia que tenía la oración. Nos enseñaron a memorizar el Padrenuestro, el Ave María y otras muchas oraciones que repetíamos hasta conseguir aprenderlas. Pero ¿qué sentido tiene la oración cristiana? Creo que lo primero que debemos tener presente a la hora de hablar de oración cristiana es que el mismo Jesucristo se presentó como maestro de oración. Con ello Jesús se contraponía a los paganos de su tiempo, cuando decía de ellos: “creen que Dios los va a escuchar por hablar mucho” (Mt 6,7). Los paganos no tenían el sentido de Dios Padre que siempre está atento a las súplicas de sus hijos, sino que pensaban que era un ser poderoso que para ganar sus favores había que suplicarle e incluso ofrecerle sacrificios. Jesús les echaba en cara que habían perdido de vista que el valor de la oración se basa en la libertad de Dios, que “siempre escucha a los humildes y se resiste a los soberbios” (1 Pe 5,5). Por eso les reprochaba que a ellos les “gustaba orar de pie en las sinagogas y en las esquinas para que les vea la gente” (Mt 6,5).
La oración acompañó a Jesús en todas las grandes decisiones y acontecimientos de su vida. Estaba ligada a su misión y a sus obras: con ocasión de su bautismo (Lc 3,21), en la Transfiguración (Lc 9,29) a la hora de escoger a los doce (Lc 6,12) o cuando los apóstoles al verle orar le piden que les enseñe a ellos (Lc 11,1). En todas estas ocasiones Jesús oraba. Lo especial de la oración en Jesucristo es su vinculación, su cercanía con el Padre, porque su oración se basa en la comunión inicial del Hijo con el Padre. Y esta cercanía se refleja en el Abba, que preside toda su oración. Jesús utilizó continuamente el término Abba (Padre o papá).
La oración en Jesús está muy alejada de los criterios de este mundo. Porque lo importante para el mundo queda oculto en la oración de Jesús, y es precisamente el contraste con esos criterios del mundo lo que se manifiesta en el orante, que se llena del gozo del Espíritu Santo.
De la oración cristiana se derivan ciertas consecuencias, la primera es la “gratuidad” de la oración en el hijo por el Hijo por el Espíritu Santo. La segunda es la “filiación” porque cuando oramos cada uno de nosotros actúa como hijo en el Hijo, miembro de la Iglesia y hermano de los hombres en una sociedad humana. El cristiano cuando ora lo hace desde su condición de hijo que participa en Cristo de su ser relación y de su oración. La tercera consecuencia es la “fraternidad”, la oración de hijo en Jesús es necesariamente oración de hermano, porque la relación de filiación respecto de Dios lleva consigo la nueva relación de fraternidad entre el hombre; y quien en Jesús está relacionado con el Padre, inmediatamente está puesto como Jesús al servicio de lo más pequeños. Nuestra oración cristiana si sabemos orar no es sólo hacerlo por lo pobres y desgraciados, sino orar con ellos. La cuarta es la “caridad” porque resulta evidente que la oración sea amor desde el momento en que se la considera como encuentro personal, que cuenta, además con que hay una relación filial que tiene como componente esencial el amor, porque Dios es amor.
Es evidente que la oración y la vida tienen una estrecha relación en las distintas fases de la vida del orante. A veces cuando la vida no nos sonríe es como si se cerniera sobre el orante la noche oscura que citaba San Juan de la Cruz, y debemos ser conscientes de que esta situación complicada se da con cierta frecuencia y debemos asumirla. Las situaciones de noche oscura son muchas y muy variadas, pero desde todas ellas podemos y debemos orar. Porque desde la oración de la noche oscura se prepara la luz. Y cuando llega esa luz, es cuando podemos orar desde la luz del día. Una luz que lo invade todo y da sentido a lo que se hace y se vive. Es un gran momento para abrirnos al Padre y dialogar con la confianza de ser sus hijos y que aquello que le pidamos nos lo concederá.
Existen varios tipos de oración, cito alguna de ellas. “La oración de alabanza”: es la forma más desinteresada de oración. Es solo mirar a Dios. Nos ponemos ante Él y descubrimos su grandeza; no lo cantamos por lo que hace, por lo que da; le cantamos por su misma realidad y ser divino. “La oración de adoración”: La adoración añade la consideración del hombre en cuanto criatura e implica el reconocimiento de la propia pequeñez ante el Señor. El sentido que el hombre tiene de la dependencia radical de Dios está presente en la oración de adoración. “La oración de acción de gracias”: La acción de gracias considera que la salvación es una realidad, El hombre parte del conocimiento de los bienes que Dios le está dando a través de la naturaleza, de la gracia y de la historia, y se vuelve a Él como el origen gratuito de todo bien para ofrecerle el sentimiento de gratitud.
Además de todos estos tipos de oración existen otros (la de petición, de intercesión por lo demás, la vocal, la litúrgica, la contemplativa, etc.…) pero cuando me preguntan mis catecúmenos cual es la mejor oración, siempre les contesto lo mismo: para mí la mejor oración es la que se hace con sinceridad, humildad y desde el corazón.