La oración cristiana (I)
, Ex director Nacional del APOR | Antes de comenzar quisiera recalcar que el tema de la oración, a medida que se va tomando experiencia en la vida espiritual, se considera por un lado un tema muy importante y por otro peligroso. Peligroso ¿por qué? Porque se abusa demasiado de la oración. Hay una ambivalencia en la oración y por eso hoy se habla mucho de escuelas de oración, métodos de oración… con muchos entusiasmos, y parece que puede dar la impresión de que se trata de una asignatura aparte. Hay gente que viviendo una vida como la que hacía antes (sin ningún tipo de conversión) quiere clases sobre oración y dedica largos ratos a clases de oración occidentales u orientales.
Por eso es importante decir que la oración cristiana no es una asignatura sino que se integra en la oración capital de Cristo. Es una vida y está integrada en la vida cristiana. La oración capital de Cristo es inseparable de su vida de unión con el Padre de la cual constituye un momento fuerte. Por eso la vida de unión de Jesús con el Padre es continua pero tiene sus momentos fuertes de oración. Esto lo vemos en el Evangelio. Me parece interesante hacer una observación: no aparece ninguna clase de Jesús sobre la oración. Esto tiene su importancia. No nos imaginamos a Jesús dando unos cursillos de oración, ni enseñando posturas de oración… esto nos ha de hacer reflexionar. Jesús vive de la oración, anima a la oración, enseña prácticamente con su ejemplo a la oración… pero la oración no tiene ningún carácter de una cierta artificialidad como se le puede dar cuando hablamos de escuelas de oración, en las que fácilmente entra una artificialidad. También nosotros tenemos que decir que hemos sido admitidos a una vida con Cristo. A vivir en la presencia del Señor y esta ha sido la gran invitación del Señor para nosotros.
En el Decreto sobre la preparación para los candidatos al sacerdocio, que comienza con las palabras Optatam totius, en el numero 8, se habla de la formación espiritual del futuro sacerdote, y se insiste en que tiene que aprender, en que hay que enseñarle, a vivir unido a Cristo como amigo con toda su vida, y que aquí es donde hay que poner el mayor acento. Ahí es donde se tiene que fundamentar sólidamente y no sólo en el tiempo dedicado a la oración.
Los grandes santos han sido muy amantes de la oración. No concebimos un santo que no haya tenido hambre de oración, pero eran muy diferentes en este punto y hasta desconfiados respecto de ella, porque es verdad que es fundamental pero tiene sus peligros. Esta es la gran dialéctica interior de la oración: es muy fundamental pero al mismo tiempo fácilmente se desvirtúa. Porque es verdad que siendo fundamental, quizá ninguna otra realidad espiritual se presta tanto a los engaños espirituales. Por eso es inepto justificar comportamientos inaceptables dentro de la Iglesia con la excusa de que se trata de personas que se justifican porque hacen mucha oración. ¡Esto es algo totalmente desafortunado! Yo diría ‘desgraciadamente hace mucha oración’ porque con eso se confirma más en su postura de infidelidad.
Es conocida la respuesta de san Ignacio –y lo recuerda el p. Cámara en su memorial– ‘que de 100 hombres dados a largas oraciones y largas penitencias, los más de ellos venían ordinariamente, a grandes inconvenientes. Máxime, de dureza de entendimiento… (lo cual quiere decir que su oración ordinariamente era un ejercicio de entendimiento)… fijándose en lo que tenía de antemano ya clavado en el’. El padre Cámara dice que el 90 o 99%. Por eso del mismo padre san Ignacio es conocida su postura de que ‘hacía más caso de mortificación de honra que de carne, y más de afectos que no oración’. Y en una ocasión hablando precisamente de un famoso provincial de los agustinos que intervenía en el Concilio de Trento y le ponderaban que era persona considerable –dice así exactamente el memorial del padre Cámara– ‘acuérdame una vez de un buen religioso (que era este tal provincial de los agustinos) que él conoce y diciendo yo que era de mucha oración el padre mudó y dijo ‘es hombre de mucha mortificación’’. Así parece que en el modo de proceder y pensar del padre se ve claramente todo esto.
Por eso me parece que es importante encuadrar la oración cristiana como un momento fuerte de una vida nueva, que es una vida vivida esencialmente en la presencia de Cristo, en la presencia del Padre. Y es lo primero que vamos a intentar delinear brevemente.
Estamos llamados a una vida de oración en la cual la oración está vinculada a la vida. Ahora bien, esta vinculación de oración y vida, en la cual solemos insistir, son realidades que admiten tantos matices y tantos aspectos que no siempre que existe una relación ya es buena la oración sin más. En efecto, la relación entre oración y vida puede entenderse de dos maneras: o como una lógica dentro de una línea de horizonte, por lo que según lo meditado yo tengo que vivir consecuentemente y deducir la verdad. Pero esto no es necesario que haya sido una gran oración. Puedo hacer yo lo mismo de una lectura. Si yo leo de verdad, tengo que ser consecuente. Por tanto es una consecuencia en el mismo nivel de razonamiento humano. Por ejemplo podría yo leer sobre Sócrates o Platón y meditando podría decir ‘me parece que tiene razón, luego yo debo ser consecuente’. Entonces tendría una conexión entre ese convencimiento y una práctica de vida. Así hay gente que convencidos a fuerza de meditar sobre la verdad de los principios marxistas, luego es consecuente; y hay una correspondencia. En la oración podría quedarme a ese nivel en el que yo he estado pensando unos argumentos y trato de ser lógico. Pero no es esta la realidad en el orden sobrenatural.