En comunión con la Santa Madre de Dios (I)
Mons.
, Obispo de San Sebastián | En adelante veremos el apartado del Catecismo: “En comunión con la Santa Madre de Dios”. Contextualizando, hemos explicado la oración al Padre, la oración a Jesús, la oración al Espíritu Santo y ahora el Catecismo dedica unos números a hablar sobre cómo esa oración al Padre, al Hijo y al Espíritu es en la comunión con Santa María. Nuestra oración siempre tiene en cuenta a Santa María como ahora vamos a ver.Es a partir del punto 2673. El primero de los puntos dice: “en la oración el Espíritu Santo nos une a la persona del Hijo Único en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella nuestra oración filial comulga en la iglesia con la Madre de Jesús”.
Por lo tanto hay una referencia a que nuestra oración nos está uniendo, por medio del Espíritu Santo, a Jesucristo, a su humanidad glorificada, es decir, que la oración siempre es cristocéntrica. Los cristianos, como su propio nombre indica, somos cristocéntricos; seremos muy marianos, amaremos a María con todo el corazón, seremos muy confiados en la providencia del Padre, seremos movidos por el Espíritu Santo pero siempre somos cristocéntricos. Podemos tener un cierto lío: ¿dónde pongo el equilibrio?, ¿dónde pongo más el acento?, ¿tengo que dedicar proporcionalmente el tiempo de mi oración al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, a María, a los santos…? A ver cómo yo “reparto mi atención y mi tiempo de una manera proporcionada”… Nosotros nos hacemos mucho lío pero las cosas en Dios están mucho más unificadas y son más sencillas. En el fondo todo el misterio del cristiano tiende a Cristo, porque es el camino a través del cual Dios se ha revelado: Dios se ha revelado a través de Jesucristo, y lo tiene como punto central. La puerta de entrada siempre es Jesucristo, vayamos por el Padre, o por el Hijo o incluso por las criaturas, como por María, al final la puerta de entrada siempre es la misma: Jesucristo, somos cristocéntricos. Aquí hay una afirmación: en la oración el Espíritu Santo tiene una labor: unirnos a Cristo en su humanidad glorificada.
No hay ningún lío. Para que veamos cómo están conjugados los misterios de la fe, consideremos cómo el Espíritu formó la humanidad de Jesucristo en las entrañas de María. Por obra del Espíritu Santo el Verbo se encarnó en las entrañas de María Virgen. El Espíritu formó, sin concurso de varón, en esa concepción milagrosa, la humanidad de Jesucristo en las entrañas de la Virgen María. Y el Espíritu Santo no se limitó sólo a concebir, sino que en toda su vida movió a Jesús, como dice el evangelio, “Jesús fue llevado por el Espíritu”.
Así pues, en primer lugar vemos cómo el Espíritu forma la humanidad de Jesucristo, pero en segundo lugar, la humanidad de Jesucristo nos envía el Espíritu Santo. Recordemos cómo ese cuerpo de Cristo es traspasado por una lanza y brota sangre y agua y la tradición cristiana ve una imagen de la humanidad de Cristo como fuente del Espíritu Santo: brotó el agua de la roca, el Espíritu Santo brotó de la humanidad de Jesucristo y también cuando Jesucristo resucitado sopla su aliento sobre los apóstoles y les dice: recibid el Espíritu Santo. En primer lugar el Espíritu Santo formó la humanidad de Jesucristo y en segundo lugar esa humanidad nos dio el Espíritu Santo. Hay más todavía, en tercer lugar, ese Espíritu Santo, que nos ha dado Jesús, tiene una labor que es la de formar en nosotros a Jesús, la de hacernos un Cristo vivo para la vida del mundo. Ahora está queriendo volver en nosotros a realizar la imagen del hombre nuevo a imagen de Cristo. Esto es para que veamos que los misterios están en confluencia, no hay ningún lío. Si estamos con el Hijo no abandonamos al Padre,…. todo es mucho más sencillo. Si nos liamos es porque somos muy carnales y no vivimos en esa comunión que hay entre el Padre, el Hijo y el ES y con María. En todo el cuerpo místico hay una gran comunión.
En resumen: El Espíritu Santo formó la humanidad de Cristo en las entrañas de la Virgen María, esa humanidad de Cristo nos dio el Espíritu Santo y ahora el Espíritu Santo lleva adelante esa obra uniéndonos a todos nosotros a Jesucristo.
Aquí se nos remite al punto 689: “Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo, es realmente Dios, consustancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo, pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consustancial e indivisible, la fe de la iglesia profesa también la distinción de las personas, cuando el Padre envía su Verbo envía también su aliento (es decir, al enviar al Hijo envía el Espíritu Santo) misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables; sin ninguna duda Cristo es quien se manifiesta, imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela”. La afirmación principal aquí es ésta: Cristo es quien se manifiesta pero el Espíritu Santo es quien lo revela.
Cristo es la visibilidad del Padre, es el brazo de Dios que se descubre. Algunos Padres de la Iglesia lo han expresado así, Dios descubre su brazo (es una manera de hablar), pero el Espíritu Santo es quien lo revela. Pues podría haber ocurrido que permaneciera imperceptible. El Espíritu Santo nos ha llevado a descubrir que, entre todos los hombres de la tierra, ha habido uno que es el enviado de Dios Padre. Hubo personas que, porque no se dejaron llevar por el Espíritu Santo, se cruzaron con Cristo por la calle y no lo reconocieron, incluso le condenaron a muerte, como Pilato, que está ante Él y le pregunta qué es la verdad en un tono escéptico. Es decir que podríamos no haber reconocido a Jesucristo y es obra del Espíritu Santo que reconozcamos en Jesucristo al enviado de Dios Padre. Hay una función reveladora: El Espíritu Santo está revelando quién es Jesucristo.
Cristo manifiesta, visiblemente, el misterio de Dios Padre pero el Espíritu Santo nos lo revela para que nos percatemos de ello. Por eso la fiesta de la Epifanía a los Magos es la revelación de Cristo a los ojos de todo el mundo. Los Magos representan a todos los hombres que están buscando a Dios y por revelación del Espíritu Santo descubren en ese niño, en esa humanidad, la revelación de Dios Padre.