Contemplar el corazón abierto del Señor

Cruz

Juan José Infantes, Presbítero | Estamos viviendo este tiempo de gracia que es la Cuaresma, un camino de preparación al Misterio central de la vida de fe, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo.

Tiempo propicio para mirar al que traspasaron, para contemplar el corazón abierto y resucitado del Señor.

Cada Cuaresma es un seguir más de cerca al Señor camino de Jerusalén, donde será consumada la Pascua. Este camino ha de ser un camino de auténtico amor. No se puede seguir al Crucificado si no es desde un amor desinteresado y sincero. Este amor poco a poco nos lleva a identificarnos con Él, a ir configurando nuestra vida con la de Aquel que la entrega por nosotros. Con mucha razón el Papa Francisco nos dice en Gaudete et exultate “la santificación es un camino comunitario. De dos en dos”. Estos nos anima a seguir adelante a pesar de las dificultades de la vida.

En la muerte de Cristo descubrimos la prueba definitiva del amor infinito del Padre hacia cada uno de nosotros. Por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor hemos sido salvados.

Acompañamos al Señor en estos momentos duros y difíciles. El Domingo de Ramos es el pórtico del Triduo Pascual. Es la vida misma: lo queremos hacer Rey y al poco tiempo pedimos que lo crucifiquen. Es la cara de la alegría y del dolor. Nos damos cuenta de que hay personas que nos pueden alabar hoy y entregarnos un poco más tarde. Nuestra confianza ha de estar en el Corazón de Cristo, que es el Amigo que nunca falla. Los Evangelios que proclamamos Lunes, Martes y Miércoles Santo, son el itinerario de Cristo que está marcado por la fidelidad al Padre, a la verdad y al amor a los hombres. El Jueves Santo comienza con la Cena del Señor. En esa Última Cena, acontece el lavatorio de los pies, el mandamiento del amor y la Institución del Sacerdocio. Queda claro que hemos sido llamados para servir y servir amando, no de cualquier manera, sino como Él que se queda para siempre en la Eucaristía. El Papa Benedicto XVI nos dice en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis: “cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la cruz por nosotros y por el mundo entero”.

Descubrimos que en nuestra vida hay experiencias de Judas y de las negaciones de Pedro.

El Viernes Santo es el memorial de la Pasión y Muerte del Señor. Aunque sea una realidad que celebramos cada año no le quita la fuerza y la intensidad que tiene acompañar a un inocente a la muerte. La muerte de Jesús es fuente de salvación y vida, muere como el Cordero Pascual de la nueva Alianza. El Sábado Santo recordamos el silencio de María. Es la Madre de la fe y nos ayuda a saber esperar, a tener paciencia. Es el día de la Virgen en su Soledad. Nos ayuda a descubrir la soledad que viene de la fe. Estamos acompañados aunque estemos solos. Somos víctima de una cultura locuaz pero sin contenido. Y en este itinerario llegamos a la Vigilia Pascual. Es la noche donde cada ser descubre en sí el paso de la muerte a la vida. La luz de Cristo resplandece sobre la muerte. Con Él experimentamos la vida nueva, la vida que proviene de la Resurrección.

Esta es la semana de nuestra fe, un tiempo de gracia que podemos aprovechar y así renovarnos interiormente.

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