En colaboración con Cristo
| Esperar en Dios no es cruzarse de brazos. El hombre está llamado a colaborar con Cristo. Esta es una colaboración muy especial y en ella reside el verdadero misterio del Reino. Es la unión de Dios y nosotros realizando una acción que es toda divina y toda humana, que es gloria de Dios y es salvación del mundo.
El ejemplo primario de esta colaboración es el de María en la Anunciación, llamada a una obra que la superaba totalmente: la encarnación del Verbo. Y María dio su sí. Ofreció su colaboración a la cual luego se añade el Espíritu Santo. El fruto es proporcionar a esa acción del Espíritu Santo.
Lo mismo ocurre en un segundo momento, que es como una continuación de la encarnación, en la glorificación de Cristo en la Ascensión. Jesús subió a su Padre y los hombres se quedaron mirando su gloria con los brazos cruzados, boquiabiertos. Los ángeles les dijeron que volverá a bajar con la misma gloria y que no se quedasen allí esperando, sino que fueran a Jerusalén, se llenasen del Espíritu Santo y preparasen su vuelta.
La Iglesia es justamente eso: la preparación de la vuelta del Señor. Es la Iglesia donde el Espíritu actúa y aquellos hombres, dóciles a la acción del espíritu, colaboraron poniendo todas sus fuerzas, en una acción que tuvo ese carácter de colaboración obediente, dócil a la acción de la gracia y a la acción creadora del Espíritu.
Así pues, podemos decir que la oración y, más particularmente la petición, es expresión de nuestra esperanza. Cuando esperamos, pedimos. Y cuando pedimos, esperamos. Es decir, en primer lugar la esperanza nos mueve a orar, porque sabemos que esa esperanza se ha de realizar por la acción de Dios que nosotros pedimos. Oramos porque esperamos obtener lo que pedimos. No de forma mágica, ni porque yo use fórmulas o imponga mi voluntad, sino porque la presencia del Espíritu Santo en nuestra oración nos da la garantía.
Estamos ciertos de ser escuchados cuando nuestra petición arranca de la presencia de Dios en nosotros y de la presencia de la caridad. Él nos lo ha garantizado, comunicándonos ya desde ahora el Espíritu Santo, que está en nosotros y que es garantía de que nos dará también lo que nos ha prometido. De modo que la expresión de nuestra esperanza es la oración.