Corazón de Jesús, paciente y de mucha misericordia

Cristo con la Samaritana
Cristo con la Samaritana (M. I. Rupnik y Taller de Arte del Centro Aletti)

Pablo Cervera Barranco | La letanía retoma literalmente el texto de Jl 2,13 en el que el profeta exhorta a convertirse a Dios: «Porque es misericordioso y benigno, tardo a la ira y rico de benevolencia». En Éx 34,6 y en el Sal 103,8 encontramos formulaciones semejantes. «Releamos este Corazón en el momento de la crucifixión. Cuando ha sido traspasado por la lanza. Cuando se ha desvelado hasta el fondo el misterio en Él escrito.

El Corazón paciente, porque está abierto a todos los sufrimientos del hombre. ¡El Corazón paciente, porque está dispuesto Él mismo a aceptar un sufrimiento inconmensurable con metro humano! ¡El Corazón paciente, porque es inmensamente misericordioso!

En efecto, ¿qué es la misericordia, sino esa medida particularísima del amor, que se expresa en el sufrimiento? ¿Qué es, en efecto, la misericordia sino esa medida definitiva del amor, que desciende al centro mismo del mal para vencerlo con el bien? ¿Qué es sino el amor que vence el pecado del mundo mediante el sufrimiento y la muerte?» (San Juan Pablo II, Ángelus, 27 de julio de 1986).

Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la crucifixión; de hecho, así se lo proponían: «Baja de la cruz y te creeremos» (cf. Mc 15,32). Pero no acogió ese desafío. El hecho de que haya permanecido sobre la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34), este hecho, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. Si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.

«¡Sí!, Dios es Amor, y precisamente por eso entregó a su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor. Cristo es el que “amó hasta el fin” (Jn 13,1). “Hasta el fin” quiere decir hasta el último respiro. “Hasta el fin” quiere decir aceptando todas las consecuencias del pecado del hombre, tomándolo sobre sí como propio. Como había afirmado el profeta Isaías: “Cargó con nuestros sufrimientos, […] Todos estábamos perdidos como ovejas, cada uno iba por su camino, y el Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros” (cf. 53, 4 y 6). El Varón de dolores es la revelación de aquel Amor que “lo soporta todo” (1 Cor 13,7), de aquel Amor que es «el más grande» (cf. Rom 5,5). En definitiva, ante el Crucificado, cobra en nosotros preeminencia el hombre que se hace partícipe de la Redención frente al hombre que pretende ser encarnizado juez de las sentencias divinas, en la propia vida y en la de la humanidad» (Juan Pablo II- V. Messori, Cruzando el umbral de la esperanza [Plaza & Janés Ed., Barcelona 1994]).

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