Renovar la consagración en el Espíritu que ha suscitado la Vida Consagrada (VI)

Diente de león

M. Prado

Lo liminal. Precisamente por la fuerza de la fe, la Vida Consagrada se ha apostado allí donde faltaba el suelo firme de lo profundamente humano y de lo religioso. En el lugar de todas las carencias es donde tiene su tienda puesta, junto al hombre que allí vive, acompañado su existencia, sabiéndose sostenida y afirmada en Dios. Por ello el espacio vital de la Vida Consagrada siempre será lo liminal, el límite, la frontera, el desierto, no sólo donde nadie quiere ir sino donde no puede haber equívocos porque nada es más consistente que la presencia de Dios. Sólo ahí no puede el hombre equivocarse.

Que la Vida Consagrada apueste por lo liminal es el signo de que Dios no abandona al hombre, sino que le busca, le cuida, le acompaña hasta el fin. Ése es el noble oficio de la Vida Consagrada.

Así pues, lo liminal es una humilde protesta contra la seguridad y contra la acumulación de poder y bienestar. Lo liminal es el espacio en el que se encuentran los desgraciados de este mundo, los desposeídos, solos y maltratados. En lo liminal se ofrece la propia vida para que la Vida brote, transformando la realidad desde la raíz profunda no sólo desde sus apariencias. “He venido por lo que estaba perdido”, la Vida Consagrada con su Señor se adentra en estos lugares que nadie ama, que vive lo perdido y lo desgraciado, para ofrecer misericordia, compasión, justicia, paz…

Lo liminal pone al consagrado en el seguimiento más radical del Señor, que se inicia con los tres consejos evangélicos ofrecidos para el bien de los hombres, como total donación que nos hace libres para servir reconociéndole a Él en todo hombre.

 

Lo trascendental. Preñada de novedad, siempre antigua y siempre nueva, apostada en el límite y en la frontera y afirmada en lo absoluto, en el único Absoluto, sobre el que descansa lo que no tiene por sí mismo consistencia, todo lo relativo y lo pasajero, lo caduco y finito, lo que cambia y cambia… Si es posible lo nuevo dentro de la vida religiosa, si ésta debe estar atenta a lo germinal es porque está afirmada en lo que no muere. Cambiarán los modelos pero no el valor. Jesucristo, el Evangelio, el Reino… “Cielo y tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”.

La Vida Consagrada sigue al Espíritu, traída y llevada por su viento impetuoso, removido siempre su humus para que no deje de ser tierra buena, labrada y preparada para la siembra mejor, acompañada en su debilidad por su fuerza y golpeada también en sus intentos de poder, y por el Espíritu reconoce lo que es absoluto y trascendente y en ello se afirma y en ello pone su esperanza. No en otro valor. Por eso la Vida Consagrada es una compañía necesaria del hombre y de la Iglesia porque es mistagoga al ver el misterio escondido y revelárselo a los pequeños de este mundo.

La oración en todas sus formas será el tiempo kairos de esta vida que se sustenta en la relación más absoluta y existencial y porque de este diálogo con Dios vive y se nutre, extrae su sabiduría y su amor, puede ser una mediadora válida y lúcida en la relación entre Dios y el mundo, el hombre, los tiempos.

La Vida Consagrada es y será siempre que sea mística y contemplativa y orante, siempre que se postre en adoración ante Aquél del que recibe el amor, siempre que sea un canto de acción de gracias y siempre que humildemente interceda por la humanidad, en la oración universal que la caracteriza. La sencilla mano de los consagrados es el símbolo de su vida: ella señala al Señor y así lo presenta a los hombres que cuida; ella es la mano de la misericordia y de la comunión que cura y anuda; ella es el humilde miembro que ejecuta lo que antes con la mirada limpia de la fe ha visto y con el corazón ardiente ha sentido.

 

Conclusiones

El Espíritu viene a renovar nuestra consagración. Es primavera, los prados de Castilla se llenan de flores muy sencillas pero multicolores. Hace unos días paseaba con la vista baja deteniéndome en estas fugaces maravillas y atrajo mi atención el diente de león, tapizando nuestro jardín en todas sus fases, como mata verde de hoja dentada, con un botón enhiesto que se abría en flor amarilla, profusa margarita de muchos pétalos, y que caídos estos, dejaban al descubierto la intimidad más sorprendente de esta flor: multitud de semillas, fecundadas, adheridas al gineceo, formando un vaporoso globo de pelillos blanquecinos. Parecía el final de todo. Esta imagen detenida me hacía pensar en cómo sería su apagamiento como flor. La respuesta, como decía Bob Dylan en su conocida canción, la respuesta, amigo mío, está en el viento. El viento de la tarde zarandea la planta y arranca las semillas ya maduras transportándolas por el aire hacia una distancia inimaginable. Y esto es posible por la fuerza del viento pero también por la ligereza de la semilla. El Viento del Espíritu seguirá soplando sobre esta vida surgida en el seno de la Iglesia de manera espontánea, como los dientes de león, e irá hasta los confines de la tierra siempre que vaya ligera de equipaje, sin muchos pesos ni cargas, sin muchos tesoros ni posesiones, sin muchos poderes ni seguridades, sin muchas rutinas ni cómodas instalaciones… Ojalá, oigamos siempre la llamada de los orígenes, su Voz que nos llama a seguirle a Él sin volver la vista atrás y con la disponibilidad y prontitud de los primeros.

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