Renovar la consagración en el Espíritu que ha suscitado la Vida Consagrada (V)
3.- Renovaciones
Me gusta la palabra renovación, más que refundación. El Espíritu hace nuevas todas las cosas. Basta que el Señor esté en medio de todos nosotros, que El sea nuestro Dios y nosotros su Pueblo. (Cf. Ap. 21) Ahora bien, ¿la renovación de la vida es un hecho imposible o es que tenemos al Espíritu Santo en un encofrado, entre hormigones armados?
La Vida Consagrada pertenece a la vida carismática de la Iglesia, no es la jerarquía… es difícil que soporte la rígida institucionalización. ¿Cómo puede vivirse la libertad religiosa y a la vez el cierto orden que la sostiene? Tal vez hemos ido asegurando excesivamente la vida en los pilares de la tierra. La hemos ido cargando de rutinas y costumbres y no hemos dejado de escuchar las preguntas de los tiempos nuevos. La hemos sofocado con nuestra indiferencia…
¿Cómo obra el Espíritu en nuestras vidas y en nuestras comunidades para renovarlas? La fuerte experiencia teologal nos lleva reconocer al Espíritu en tres espacios bien definidos de la Vida Consagrada, desde ellos se puede trazar los pasos de la renovación necesaria:
– Lo germinal: “Quien pierde los orígenes pierde identidad”, decía Salvador Spríu. La Vida Consagrada renovada en el Espíritu ha de ser capaz de volver al origen y beber de la fuente. El Espíritu mantiene en la frescura de los inicios a la Vida Consagrada que no cesa de interrogarse sobre el modo de vivir hoy lo que se inició ayer. Mantener la gracia del germen primero es indicio de una presencia viva del Espíritu fundacional. En el caso de la vocación personal sucede lo mismo: mantener el germen vocacional, la llamada de la que partió toda nuestra entrega. Estas dos fidelidades son claves para mantener la vitalidad del Espíritu: la fidelidad al carisma institucional y la fidelidad a la propia vocación o llamada.
Pero también se reconoce al Espíritu en los brotes nuevos que nacen del tronco añoso. Toda auténtica Vida Consagrada no debería perder la capacidad de engendrar en sus propias entrañas una novedad, porque la gracia recibida antaño no debe caducar sino renovarse en el Espíritu y por el Espíritu. Esta novedad es la posibilidad que da el Espíritu a la Vida Consagrada para vivir en el tiempo, como respuesta concreta a un tiempo concreto, atenta al signo, para el que nace y tiene sentido, y caminar a través del tiempo en fidelidad y respuesta continua adaptada a las nuevas necesidades.
Por lo tanto, toda Vida Consagrada debería, como signo del Espíritu Santo que la engendró, rebrotar, no de manera caótica, desordenada, confusa, profusa… sino producir los brotes de temporada, el brote nuevo que los tiempos nuevos requieren. La primavera del Espíritu ha de esperarse y acogerse, lo germinal es el signo de su presencia continua.
Nunca lo nuevo deberá estar en contradicción o en discontinuidad con el tronco antiguo sino en una relación de libre y sana dependencia, en una relación de reconocida gratitud mutua, lo antiguo a lo nuevo y lo nuevo a lo antiguo, y en una necesaria tensión dialéctica purificadora y enriquecedora de ambos tiempos y formas.
Atender a lo germinal es atender a la voz del Espíritu que sigue hablando a las Iglesias hoy, con una voz siempre antigua y siempre nueva, suscitando nuevas experiencias religiosas sin ningún vínculo con lo anterior y suscitando novedades unidas en identidad carismática a lo ya existente y de lo parte. Querer encerrar esa Voz en un tiempo determinado y en una cultura o formas determinadas es ahogar el libre asentamiento del Espíritu, indomeñable, concreto y eficaz, y siempre sorprendente.
Es necesario apostarse a la escucha y la contemplación de lo que rompe la costra de lo antiguo y con fuerza inusitada e incomprensible, en una debilidad paradójica, se abre paso, tierno pero firme, y aparece como lo verdaderamente nuevo que bebe de la savia antigua. Atender, escuchar y discernir. Será éste el ejercicio que exigirá el ‘arrostramiento’ necesario que nos ponga cara a cara con el Espíritu de Dios en un clima de contemplación, silencio y dócil apertura a lo que viene. En este diálogo del hombre con Dios, discernir, cuidar lo que nace, acompañarlo y dirigirlo.