¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

Vela

Juan José Infantes, Presbítero | Si echamos la mirada atrás, si hacemos balance de lo que ha supuesto este año dedicado a la Vida Consagrada, tal vez la expresión que mejor pueda resumir todas las vivencias es: ¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

Ha sido un tiempo especial, un tiempo de gracia, un tiempo que nos ha ayudado a ser conscientes de la necesidad de dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada y especialmente por los cincuenta años de renovación de la misma según las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

Ha sido, y lo seguirá siendo, un momento de estímulo para abrazar el futuro con esperanza, confiados en el Señor, al cual los consagrados han ofrecido toda su vida, su ser y su quehacer.

A la vez, un tiempo para vivir el presente con pasión, evangelizando la propia vocación y testimoniando al mundo la belleza del seguimiento de Cristo en las múltiples formas en las cuales se expresa la vida consagrada. No es cuestión de mirar atrás anhelando lo que ya ha pasado, sino de poner el corazón en el momento presente, en la realidad que nos toca vivir y sobre todo disfrutar de las maravillas que Dios sigue haciendo a través de los consagrados.

La vida consagrada, que en la Iglesia representa una «tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador » (Vita Consecrata, n. 22), hace también que se reconozca la obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los signos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía se hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo.

En este año, se ha tomado conciencia de la grandeza de la Vida Consagrada en la Iglesia, y con total seguridad se ha crecido en la responsabilidad de orar por las vocaciones, de pedir cada día que el “dueño de la mies siga enviando obreros a la mies”. Es cierto que la mies es mucha y los obreros pocos, pero la oración lo puede todo. El Papa Francisco nos recuerda que “conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida”, de este modo tenemos el gran compromiso de orar incesantemente por la Vida Consagrada.

El Papa Benedicto XVI, a lo largo de su pontificado, destacó en diversas ocasiones el papel de los consagrados como «testigos de la misericordia divina», haciendo notar que «también para el hombre de hoy, la vida consagrada permanece como una escuela privilegiada de la ‘compunción del corazón’, del reconocimiento humilde de la propia miseria, pero, al mismo tiempo, permanece como una escuela de la confianza en la misericordia de Dios, en su amor que nunca abandona. En realidad, cuanto más nos acercamos a Dios, más cerca estamos de Él, más útiles somos para los demás».

En esta misma línea, la Vida Consagrada afronta el año Jubilar de la Misericordia. Un momento clave para renovar el corazón y la vida, para volver a “enamorarse” de Jesucristo como el Rostro de la Misericordia de Dios. Los consagrados testimonian la sobreabundancia de amor que les impulsa constantemente a “perder la vida” como respuesta de amor a aquel que entregó su vida por nosotros.

Es un tiempo para dejarnos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de abrir la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. Son oportunidades que se van presentando en nuestra vida y no podemos desaprovechar.

Demos gracias junto a todos los consagrados por el año de la Vida Consagrada que toca a su fin y a la vez por el año de la Misericordia que nos ayuda a seguir experimentando que el Corazón de Dios es lugar para permanecer seguros.

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