La Fiesta del Corpus Christi

Santísimo Sacramento

Francisco Castro, Diácono Permanente | “Tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.”

Si bien es cierto que hace años todos estos jueves eran días festivos y los cristianos celebrábamos estos acontecimientos litúrgicos, el paso del tiempo y la secularización creciente en nuestra sociedad, ha hecho que estos jueves pierdan fuerza entre nosotros. El Jueves Santo, se trabaja en la mayoría de las ciudades, el día de la Ascensión es aprovechado en España para unirlo al día de la celebración de la Constitución y convertirlo en un puente vacacional y el día del Corpus Christi salvo en ciudades como Sevilla, Toledo, Granada y alguna otra, no se celebra hasta el domingo siguiente.

Precisamente este año y con motivo del resultado electoral municipal, los nuevos ediles elegidos para gobernar los ayuntamientos de algunas ciudades españolas han proclamado su intención de eliminar las procesiones con el Santísimo por las calles. Una muestra más del total desconocimiento de la antiquísima tradición de la procesión del Corpus Christi.

Una tradición que se celebra en jueves porque nació como una prolongación del Jueves Santo, y cuyo fin era tributar un culto público y solemne de adoración, de amor y gratitud a Jesús presente en la Eucaristía, por ese regalo maravilloso que nos dio en la Última Cena, cuando quiso quedarse con nosotros para siempre en el sacramento del altar. La fiesta del Corpus Christi, se introdujo en Occidente en el siglo XIII. Se interpreta como efecto de la creciente importancia que la adoración a la Eucaristía iba teniendo en la Iglesia, en relación a lo que hasta entontes había sido clave fundamental: la celebración y la comunión. Este énfasis en la adoración fue la respuesta a la herejía de Berengario en el siglo XI, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Consagración

Existen dos eventos extraordinarios que contribuyeron a la institución de la fiesta: las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon y el milagro Eucarístico de Bolsena.

Santa Juliana nació en Retines (Bélgica) en 1193, huérfana desde muy pequeña fue educada por las monjas agustinas de Mont Cornillon, llegando a ser con el paso de los años, superiora de su comunidad. Desde muy joven, tuvo una gran veneración por el Santísimo Sacramento, y siendo aún muy niña tuvo una visión que no pudo comprender: vio la luna resplandeciente de luz, pero atravesada por una mancha oscura, que parecía partirla en dos partes. Después años de oración y súplicas para que se le revelara su significado, tuvo una revelación: una voz celestial le manifestó que el globo de la luna era figura de la Iglesia militante y la mancha que tenía la luna representaba la falta de una fiesta especial al Santísimo Sacramento, queriendo Dios que fuera instituida dicha fiesta. Juliana rebeló estas apariciones al entonces obispo de Lieja Mons. Roberto de Thorete, quien convocó un sínodo y ordenó que se celebrara por primera vez esta fiesta en 1246. También comunicó su aparición al entonces archidiácono de Lieja Jacques Pantaleón, quien en 1261 sería elegido como el Papa Urbano IV.

Corría el verano de 1264 cuando un sacerdote de Bohemia (actual República Checa), llamado Pedro de Praga, del que sabemos que era un buen hombre, de grandes virtudes, pero que a causa de las corrientes ideológicas que se desataron en aquel tiempo, atravesaba grandes dudas sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, por lo que se dirigió a Roma en peregrinación con el fin de obtener una audiencia con el Papa Urbano IV, quien durante este verano se había trasladado a Orvieto (al noreste de Roma de camino a Bohemia). A su regreso, conteniendo aún en su corazón dudas sobre la transustanciación, llegó a Bolsena donde los habitantes le instaron a que celebrase misa, pues en dicho lugar eran escasos los sacerdotes debido a la persecución religiosa. Pedro accedió aunque en su corazón aún dudaba.

Al amanecer fue a la capilla de Santa Cristina a celebrar la santa misa. En el momento de la consagración nuevamente dudó, pero tuvo como respuesta un hecho insólito: cuando elevó la hostia sobre su cabeza y pronunció las palabras “esto es mi cuerpo…” la Sagrada Hostia se convirtió en carne, comenzó a sangrar y manchó el corporal. El sacerdote se lo comunicó al Papa Urbano IV, quien inmediatamente mandó verificar lo ocurrido. Al ver el milagro, el propio pontífice se arrodillo ante el corporal y luego lo mostró a todo el pueblo. Precisamente por esta manifestación sobrenatural, Urbano IV, a través de la Bula “Transiturus hoc mundo”, instituyó la Solemnidad del Corpus Christi.

Desde entonces han pasado muchos siglos y la devoción a esta fiesta se ha hecho patente no sólo en Europa, si no en muchas partes del mundo. Sería un gran error eliminar esta manifestación de las calles de nuestras ciudades. Sinceramente no creo que expresar públicamente la fe y el amor a la Eucaristía deba ser un motivo de preocupación para algunos de nuestros concejales o alcaldes. Supongo que tendrán otras preocupaciones a las que dedicar su tiempo.

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