Matrimonio: ¿hijos o mejor perros?
, Diácono permanente | Quizás debería haber titulado esta colaboración “¿Matrimonio: hijos o mejor mascotas?”, pero me pareció más acertado cambiar la palabra mascotas por perros. En cualquier caso, es que el motivo de este título y posterior reflexión en este artículo surgió a raíz de leer en varios medios de comunicación de tirada nacional y regional, una noticia relacionada con el índice de natalidad. La noticia decía: “En España actualmente hay muchas ciudades en que hay más perros censados que niños menores de 15 años”. Sirva como ejemplo de esta afirmación algunos datos concretos que facilita el Instituto Nacional de Estadística: España tiene censados más de 13 millones de mascotas, frente a 6 millones de niños menores de 14 años. En Madrid habitan 152.000 niños menores de 4 años frente a más de 283.000 canes. En Valencia están censados 735.000 menores de 14 años frente a 965.000 perros. Y para no marear más con cifras, y como dato anecdótico, aunque no menos preocupante, cito los números de la Autonomía del Principado de Asturias, que ostenta el título de ser la región con el menor índice de natalidad de Europa: Asturias tiene 117.000 vecinos menores de 16 años y 163.000 perros.
España es uno de los países con más baja natalidad de mundo, con 1,24 hijos por mujer (tasa de fecundidad en 2019), por el contrario, en la posesión de mascotas estamos muy por encima de la media europea. En cuanto a los matrimonios en España entre los años 2006 y 2020 se contrajeron algo más de 2,5 millones (el 95% de ellos fueron matrimonios católicos). Ante estas cifras cabe preguntarse qué está pasando con los matrimonios, que parece como si su prioridad fuera la adopción de mascotas, en lugar de tener descendencia.
Supongo que todos estamos de acuerdo que los hijos son una bendición de Dios al matrimonio, no sólo por la alegría que dan al venir al mundo (un mundo cada vez más difícil y hostil) sino por la impagable aportación que hacen al matrimonio.
Si bien es una realidad que cada vez la edad en la que las personas contraen matrimonio se está retrasando, lo cual conlleva que el nacimiento de los hijos se demore, no es menos cierto que existe una cierta moda (por así llamarla) a que cuando se contrae matrimonio lo primero que se plantea la pareja es disfrutar unos cuantos años antes de concebir un hijo. Y cuando llega el momento en que deciden ser padres, sea por miedo, sea por cierto egoísmo del “quiero disfrutar de la vida mientras soy joven”, sea porque ya tienen una edad, esta decisión de ser padres, se desecha.
Puede que ese planteamiento del “primero disfruto yo, y luego ya vendrán los hijos” sea válido en las uniones no católicas, pero aquellas parejas que se acercan al altar para contraer matrimonio libremente deben ser conscientes de que el Matrimonio está abierto a la fecundidad, por su naturaleza misma. La Constitución de la Iglesia Católica “Gaudium et spes” nos recuerda que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal está ordenados a la procreación y la educación de la prole, y con ellas son coronados en su culminación.
Los hijos son ciertamente como indica el Catecismo de la Iglesia Católica (n.1652), el «don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de los propios padres. El mismo Dios que dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo, y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer’, queriendo comunicarle cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: ‘Creced y multiplicaos’. De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y de todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tiende a que los esposos estén dispuestos con fortaleza y ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más».
Es decir, el matrimonio está abierto por el amor conyugal a los hijos, que son el tesoro que con el que Dios bendice a los esposos. Pero los padres no deben olvidar la responsabilidad que tienen hacia sus hijos, porque ellos van a ser los principales y primeros educadores en la fe de sus hijos. Porque el hogar cristiano es el lugar en que los hijos van a recibir el primer anuncio de la fe.
Es posible que los jóvenes cristianos de hoy tengan cierta preocupación por traer hijos a un mundo tan complicado y global como el que nos está tocando vivir, pero no es menos cierto que nunca los tiempos han sido fáciles para nadie, lo importante es que los hijos son fruto del amor conyugal, y que la fuerza que dan los hijos, y la unión en la preocupación por ellos, hace del matrimonio un instrumento lo suficientemente fuerte como para vencer cualquier contrariedad que se presente en la vida.
Como nos canta el Salmo 127: la herencia de Dios son los hijos…
«La herencia de Dios son los hijos,
su recompensa el fruto de su vientre;
como flechas en mano de un guerrero
son los hijos en la juventud.
Feliz el hombre que llena
con ellas su aljaba;
no se avergonzará cuando litigue
con sus enemigos en la puerta.»