Caminos que alejan de Dios
Fr.
, OCD | Cada vez es más común encontrarse con personas que a la hora de rezar confunden lo que es la oración o se dejan llevar por propuestas que son totalmente ajenas y muchas veces contradictorias a la esencia misma de la oración. Eso tienen fácil solución: vivir la oración en adoración. Ahí todo se entiende de otra manera al estar cara a cara con Dios.Si oramos ante el mismo Dios nos daremos cuenta que es un diálogo y no una operación psicológica o lo que es peor aún, un esfuerzo de concentración para llegar al vacío mental y la paz. Esto es muy grave. Ese vacío mental es muy peligroso porque esa paz teórica que se alcanza por el vacío mental se puede llenar de la presencia del demonio que busca cualquier resquicio para meterse y plantar guerra al alma para que se no se acerque a la verdadera paz, la de Dios, la que renueva y fortalece a la persona que se pone ante el mismo Dios y abre su corazón a su presencia viva para llenar su alma de vida auténtica. Todo lo contario al vacío. El alma tiene que estar llena de Dios. Si no se llena de Dios se llena de lo que no es Dios. Así de fácil y sencillo de entender. El psicologismo, las corrientes de meditación oriental, Nueva Era y todas estas realidades de nuestros días nos encaminan a este peligro: perder nuestra vida de oración por hacer algo que en apariencia es oración, pero que en realidad es pura entelequia vacía de todo contenido espiritual que transforma el alma y la encamina a vivir en el amor verdadero que es Dios.
Otro error es quedarnos en actitudes y palabras rituales; hay que ir más allá, hay que dialogar. Las oraciones hechas nos ayudan a dar un paso más, a tener intimidad con Dios al rezarlas de manera viva y abrirse a la grandeza de Dios. Desde esta base hay que pedir, agradecer, interceder, y dejar que Dios nos hable al corazón. Las actitudes de acercamiento a Dios no pueden quedarse en eso, sino que tienen que abrir un camino nuevo para hacernos ver todo lo que nos queda por recorrer al descubrir el amplio horizonte que se abre ante nosotros. Es ir día a día hacia adelante para contemplar mejor ese paisaje de vida que Dios nos regala: su misma presencia real expuesta en la custodia.
A esto se suma el problema del tiempo. No hay tiempo para orar. Puede ser que tengamos claro lo que es la oración y cómo tenemos que vivirla, pero el obstáculo ahora resulta ser la falta de tiempo. Cuando sucede esto me digo por dentro: Cuando queremos estar con nuestra familia y amigos siempre reservamos unos momentos para los que más queremos, ahí se demuestra el verdadero amor. Cuanto más tiempo pasamos con alguien más lo queremos y más buscamos estar con esa persona. Con Dios lo mismo, si lo amamos de verdad tenemos que dedicar tiempo de nuestra jornada a estar con Él, ya sea leyendo y meditando el evangelio del día, haciendo silencio 5 minutos o media hora según la hondura espiritual del orante o también podemos hacerle una visita en el sagrario cuando pasemos por una iglesia abierta. Esto lo puede hacer cualquiera. No hay excusas. Lo que importa es amar y hablar con Dios.
Y para terminar también es bueno saber que la oración no es un esfuerzo de la persona, sino que es fruto del Espíritu Santo. No tiene que haber desaliento al no llegar a esa unión, es cosa de esperar, hay que dejar tiempo a Dios; y desde ahí nos damos cuenta que todo nace de Dios y no de nosotros. La lucha por la oración puede agotar. Al no tener frutos se abandona el camino. Mucho cuidado. Nosotros tenemos que poner de nuestra parte, pero tenemos que dejar que el Espíritu Santo nos ilumine para que la vida de oración sea lo que tiene que ser. ¿Y qué es la oración?: Un diálogo entre amigos donde todo se pone en común y donde se vive de verdad la paz, la unidad y confianza que da sentido pleno a la vida del orante cuando uno se aleja de los engaños del mundo:
“Pienso que si nos llegásemos al Santísimo Sacramento con gran fe y amor, que de una vez bastase para dejarnos ricas, ¡cuánto más de tantas!; sino que no parece sino cumplimiento el llegarnos a Él y así nos luce tan poco. ¡Oh miserable mundo, que así tienes tapados los ojos de los que viven en ti, que no vean los tesoros con que podrían granjear riquezas perpetuas!
¡Oh Señor del cielo y de la tierra! ¡Que es posible que aun estando en esta vida mortal se pueda gozar de Vos con tan particular amistad! ¡Y que tan a las claras lo diga el Espíritu Santo en estas palabras, y que aún no lo queramos entender! ¡Qué son los regalos con que tratáis con las almas! ¡Qué requiebros, qué suavidades!, que había de bastar una palabra de éstas a deshacernos en Vos. Seáis bendito, Señor, que por vuestra parte no perderemos nada. ¡Qué de caminos, por qué de maneras, por qué de modos nos mostráis el amor!”. (Santa Teresa de Jesús, Conceptos del amor de Dios, 3, 13-14).