Orar en grupo, garantía de comunión

Oración en grupo

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | En nuestros días contamos con muchos y diversos grupos de oración. Unidos a las órdenes religiosas o a las nuevas realidades eclesiales y movimientos, son los acicates que Dios siembra en su Iglesia para renovar la oración y poder llegar a beber de las fuentes verdaderas, es decir de la presencia de Dios en el alma de cada orante. Y quién es el que mueve nuestro corazón a la oración sino el mismo Dios Espíritu Santo que nos hace clamar ¡Abba, Padre!

Y del Espíritu Santo brotan diversos modos de orar, de relacionarse con Dios, para dar lugar a los diferentes grupos de oración. Encontramos grupos de oración similares, pero a la vez también unos muy distintos de otros ya que cada uno desarrolla el modo que le da una identidad propia y esencial: silencio (Grupos de Oración Teresiana), alabanza (Renovación Carismática Católica), adoración (Adoración nocturna), reparación (Grupos de Oración Padre Pío), etc. No es que cada grupo haga un único tipo de oración, sino que en todos se vive la oración en sus diversas maneras, pero siempre hay una que sobresale y marca la identidad. Sucede como con los dones del Espíritu Santo, que cuando se recibe uno, se acogen todos a la vez, pero es uno el que más incide.

Dejando de lado el género de oración del grupo, lo que de verdad es importante, es tener claro que cuando el orante en su grupo de oración olvida su propio yo y coloca en el centro a Dios deja de ser uno mismo para convertirse en un alma que vive a Dios muy dentro de sí y busca la voluntad del Padre. Al descubrirse amado por Dios ansía llegar a la comunión fraterna y unidad en Él, que es la señal de la verdadera oración en la Iglesia. Todos los grupos de oración han de tender a este fin, sino no darán fruto. Es lo mismo que podemos leer en el relato de Pentecostés narrado por la Venerable María de Jesús de Ágreda, que subraya la actitud orante de los apóstoles en grupo mientras se encuentran a la espera de la venida del Espíritu Santo: “Entre aquella santa congregación no tuvo entrada la discordia, porque los unió la oración, el ayuno y el estar todos esperando la visita del Espíritu Santo, que sobre corazones encontrados y discordes no puede tener asiento” (Mística Ciudad de Dios III, 58).

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